Se lo decía a todos. No os echéis novia. Si sufres esa cosa maravillosa, esa especie de borrachera, que es enamorarse, tampoco hay que renunciar a ella. Novios toda la vida. Cuidado con el charco, qué guapa estás, te sienta bien ese vestido gris. Pero de casarse nada. Bueno: si la opción matrimonial ofrece ventajas fiscales, por qué renunciar a ellas. Siempre haciendo concesiones. Desde luego: de hijos nada. Los hijos son un problema. Y gordo. No es la crianza, al fin y al cabo la etapa más bonita, aunque gruñas por los llantos, por lo dientes, por las noches sin dormir. Es la ESO: te estás mirando en tu sofá recién limpio y viene el adolescente a ponerte los deportivos encima o esa culera que se restregó por todas las escaleras. Y cómprame, y los demás sí que van al concierto, y me han quedado dos. No te digo nada si no se presenta a las oposiciones, si se presenta y no aprueba, si en la empresa lo maltratan: Un sufrimiento constante. ¿Nietos? Además de la cara de bobo que se les pone a todos los abuelos otra preocupación. Y por fin envejecer, irte a la residencia para no dar guerra o ver cómo se pelean por las cuatro perras que ahorraste. Anda, anda. Confórmate con un perro.
Tranquilos. Nadie me hace caso. La humanidad está a salvo. Baja la natalidad, pero no es por mi culpa. La teórica acababa siempre con la pregunta de alguno que me había visto pasear con mi novia. Entonces yo, con humildad y satisfacción, le decía que lo nuestro era una casualidad, por ser humilde, por no fardar de milagro.
Lo que no pasaba por mi cabeza es que uno de esos alumnos que me estaba oyendo, quizás escuchando, se metiera cura. ¿Cura? Entonces sí que le habría dicho cuatro palabras.
Mira chaval. Vas a estar más solo que la una. Cuando cada uno se vaya a su casa con su señora y sus hijos tú no tendrás con quien comer el chusco de pan. Todos te mirarán con lupa: si progresas dirán “vive como un cura”, si afectas frugalidad dudarán de tu apariencia o te tratarán como un desgraciado. Cuando hables con alguien conténtate con que no te lleven la contraria, pero ten por seguro que por un lado les entra y por otro les sale. Cada uno se inventa una religión a su medida, si no a un dios.
En Alberto, en Alberto Janusz, solo veía un chico serio, excepcionalmente responsable, obediente y respetuoso al cien por cien. Mira que puedo presumir de alumnos buenos, pues él destacaba: una rareza, vamos. Como acudo con lo de las fotos a procesiones y misas lo veía progresar con su alba blanca, con su cirial, con su sonrisa. Será un feligrés. Jo con el feligrés: Un seminarista. Después de la carrera de Física, Teología. Este chico es una lumbrera.
Me pregunto si enrollándome como tantas veces lo hacía, a pesar de ser maestro de música, les hablé de mi santo favorito, Santo Tomás Moro, que se deja arruinar y matar por ser fiel a su compromiso. O el “loco” de San Juan de Dios, que no solo arruina su vida por los enfermos, sino que muere de pulmonía por rescatar a quien se iba a ahogar en el río. O el “ignorante” de San Juan María Vianney que se pasaba la vida en el confesonario, como el cura de mi pueblo. Son mis héroes. Aunque yo me veía más como San Pedro: primero les corto la oreja y luego disimulo que soy del bando de mi amigo revolucionario; después, como no tengo ni oro ni plata, no me importaría hacer algún milagrito. Hubo un tiempo en que yo quería ser como ellos. Dónde va a parar: de funcionario se cobrará poco, pero lo bien que se vive…
Acudí con mi cámara a tomar nota de cómo Alberto se hacía diácono. Por hacerle un regalo. Otra vez su seriedad me impactó. Nada de bromas. Pues aquí me tienes para cuando te hagas sacerdote.
El sábado 29/06/2024 es el día. Oigo por la radio la entrevista que le hacen. Me conmueve. Su madre le grava una carta: me emociona.
En estos tiempos blandengues, donde todos huimos de la quema, donde usamos la diplomacia o educación para no tener que sacrificarnos por nadie, hay alguien que afronta el compromiso. Con miedo, con presión. Con decisión y valor. Con la esperanza y la confianza puesta en Dios y con palabras que no se le caen de la boca: los demás.
En mis tumbos por las filosofías había llegado al objetivismo de Ayn Rand y me encontraba tan a gusto, con mi egoísmo bien instalado, bien justificado. Pero este ejemplo evangélico, ni de un santo ni de un obispo, ¡uno de mis queridos alumnos!, me vuelven a dejar desnudo. Vuelve la voz, si no la llamada.
Me gusta ser cristiano. Aunque no lo entienda todo. Aunque ganen las dudas a las certezas. Aunque este equilibrio inestable que da la vejez elimine la tortura constante de las incertidumbres. Habrá que morirse algún día, habrá que morirse de algo. Pues bien: que Alberto se meta cura, más allá del orgullo de padre, de maestro, que siento, me compensa: Ahí puse la milésima que no estropeó su camino. La valentía de Alberto alimenta mi esperanza de que la juventud, la humanidad, no sucumbirá al infierno de los malos: la envidia, la ambición, la mentira, el poder.
Puede que Alberto Janusz, que todos los Albertos, siempre escasos, no cambien el mundo. Puede que incluso no llegue a santo y sea un curita normal. Para mí ya se ha ganado el premio. Tiene toda la vida por delante para seguir, cambiar, mejorar. Creo que Dios y yo estamos de acuerdo: Enhorabuena Alberto.
