La música es, como la vida, en ocasiones muy ingrata. Si hubiera algún tipo de ley de compensación en este pequeño y complejo microcosmos lleno de vericuetos, grupos como Sonrisa Vertical hubieran alcanzado la fama y la fortuna que merecen conforme a su calidad, pero afortunadamente no ha sido así.
¿Afortunadamente?. Sí, reitero la afirmación pese a que pueda ganarme algunas enemistades; porque el hecho de no ver a los segovianos aupados en los primeros puestos de las listas de éxitos o llenando grandes estadios con sus conciertos nos permite a sus admiradores y a sus amigos disfrutar en exclusiva de momentos tan intensos y divertidos como los que nos ofrecieron con motivo de su 25 aniversario.
Un cuarto de siglo da para mucho y deja ver el implacable paso del tiempo que aumenta tallas, reduce masa capilar y añade algún que otro dolorcillo articular de esos que recuerdan que nos vamos haciendo viejos, pero también hace posible volver la vista atrás para repasar recuerdos y revivir emociones. El público que llenó por completo el teatro llevaba la ilusión que uno trae en los reencuentros con aquellos viejos amigos a los que hace años que no ves y con los que en tan sólo cinco minutos vuelves a conectar, y las canciones de Sonrisa Vertical fueron la argamasa con la que se construyó un verdadero edificio sentimental a ritmo de rock.
Mon, Buitre, Juancho, Lili y Guille salieron al escenario dispuestos a darlo todo en medio de un ambiente festivo que facilitó mucho las cosas. Entre el público, familiares, amigos y seguidores incondicionales de las andanzas del ahora quinteto bailaron y corearon todas las canciones, servidas con el aderezo de un magnífico audiovisual obra de Producciones Akapón —segovianos ellos, no se nos olvide— y con la compañía y el apoyo de un ramillete de músicos dispuestos a dar aún más brillo a este cumpleaños.
Si bien es cierto que el planteamiento de Sonrisa Vertical no ha perdido frescura, no es menos cierto que en este tiempo ha ganado en calidad. Son músicos con oficio, bregados sobre escenarios en institutos, fiestas de pueblos y bares que saben conectar con el público sin olvidar lo principal, que es la buena música. Como en cualquier buen grupo, las referencias musicales se intuyen pero no se copian, de manera que podemos hablar sin rubor de un ‘estilo Sonrisa’ basado en letras a veces simpáticas y otras intimistas y en un hábil cóctel de pop-rock que se acerca sin rubor a otros estilos para buscar nuevas fórmulas de transmitir.
Junto a ellos, en el escenario pudimos ver a una pletórica Rebeca Jiménez, a un magnífico Ignacio Vidaechea y a un caballero como Jesús Parra, al que la técnica le privó de hacer brillar su banjo en “Quiero saber” pero que hizo alarde de generosidad con sus compañeros sin abandonar la canción, así como a otros músicos con los que Sonrisa Vertical se siente cómodo y agradecido.
El momento más emotivo del concierto fue el que unió por unos minutos a Sonrisa Vertical con Crisis Affaire cuando el cantante del grupo interpretó “Mi cuerpo estalla”, que permitió ver en el escenario a los dos grupos capaces de abrir el negro horizonte musical en la fecunda década de los 80, y que nos hizo soñar con que Segovia fuera conocida fuera de nuestras fronteras no sólo por Pedro Delgado o el cochinillo.
Como en cualquier cumpleaños que se precie, una tarta ofrecida por los hijos de los músicos puso fin a la fiesta sobre el escenario, que a buen seguro continuó hasta bien tarde después del concierto. La culpa de las ojeras y el dolor de cabeza de la mañana del viernes… para la rubia del bar.
