Es un hecho que muchas administraciones públicas vienen tomando iniciativas en el marco de un documento marco, aprobado en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 25 de septiembre de 2015 con el título «Transformar nuestro mundo, la agenda 2030 para el desarrollo sostenible».
La agenda 2030 consta de 17 objetivos y 169 metas. Lo primero que hay que aclarar es el significado de agenda, que no es el habitual, sino una declaración de finalidades que hay que tratar de alcanzar inexorablemente, o sea algo pensado que lleva a actuar. Es difícil dejar de aceptar objetivos tan generales, pero unidos como están de modo integrado e indivisible a las 169 metas en que se concretan, y además que hay que asumir en su totalidad, la cosa cambia. En cuanto a los objetivos falta al menos una jerarquización sobre cuáles son los más importantes y urgentes. En ellos habría menos riesgo de colisión, no así en las metas como por ejemplo hacer compatible la industrialización, la reducción de emisiones de carbono y el cuidado del medio ambiente.
La buena fe ante un documento de la ONU consensuado por tantos países miembros, y tras un periodo de consultas de 2 años, podría llevar a aceptar sin más, como está ocurriendo, la agenda 2030. Habría que apoyar cuestiones no compartidas por esta agenda como el crecimiento de la natalidad base primordial de desarrollo sin esperar al flujo migratorio, el papel insustituible de la familia, el carácter acientífico del cambio climático causado por la actividad humana, el género entendido desde la biología, una salud sexual y reproductiva sin medios artificiales y sin sesgar vidas indefensas, una educación integral respetando el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones, también religiosas.
Podemos y debemos preguntarnos por la antropología subyacente de la agenda 2030. La visión del hombre que se desprende es la de una autonomía absoluta respecto a un orden superior, por lo tanto huérfano del Padre común, y sin la ayuda de una ley previa y universal. Sus necesidades serían sólo materiales. No ocuparía el primer lugar entre los seres vivientes de este mundo. No habría obstáculo en su naturaleza para lograr el paraíso en la tierra. La dimensión social no es relevante. Precisa de la acción y del control de élites que a través de la administración estatal con sus funcionarios le muestren el camino. Debe desarraigarse del sentimiento nacional a favor del globalismo. Su naturaleza puede modificarse en aras de una mayor perfección.
Más allá de una lectura superficial, para quien aún conserve una conciencia recta, la agenda 2030 plantea graves problemas éticos. Plasma con el lenguaje de lo bueno, lo que hoy se entiende como políticamente correcto. Viene a ser un mesianismo secularizado en manos de un agente planetario en aras de un nuevo orden mundial que legitima todo medio, ya sea de ingeniería social, de manipulación de lenguaje, contrabando ideológico. La historia ya nos ha enseñado cómo acaban estos intentos utópicos. Lo más razonable es seguir luchando por aquellos objetivos que sean prioritarios, y por el camino adecuado, sin arrogarse una autoridad supuestamente recibida.
