Estimados Segovianos:
Hace algo más de diez años que llegué a vuestra ciudad con los miedos y esperanzas propios de cualquier cambio vital importante, aún sabiendo, que sería la última etapa de mi vida profesional.
Mi estancia aquí me ha permitido conocer a muchos de vosotros, gente normal, mesurada y prudente en los aciertos y escéptica y serena en los desaciertos y contrariedades; en definitiva, verdaderos modelos de conducta, cuyo grato recuerdo siempre me acompañará.
Nunca podré olvidad mis paseos al atardecer por Segovia y sus alrededores, acompañado con frecuencia por tañidos de campanas que tanto sosiego me brindaron. ¡Cuantas veces los repetiré mentalmente, con las campanadas incluidas, allá donde me encuentre!
Hoy ceso en mi actividad profesional, no por voluntad propia, pues seguiría una larga temporada, sino por razones legales y de calendario. Y, llegado este momento, me gustaría dar las gracias a Segovia y a los segovianos, que tan inmerecidamente me han tratado y acogido. Quiero también pedir humildemente perdón a quienes no haya sabido tratar con la suficiente deferencia o con el suficiente saber profesional para satisfacer sus legítimas aspiraciones ¡Lo siento, perdón!
A partir de ahora, aunque con continuas visitas y estancias en Segovia, de la que ya nunca me podré ir, volveré al lugar donde todo comenzó y donde todo quiero que acabe, Salamanca. Pero estad seguros que, cuando pasee por ella, buscando lo que se fue, siempre que recuerde a alguno de vosotros o alguno de los rincones recorridos, se me alegrará el alma y aparecerá una sola idea: ¡Gracias!.
Hasta siempre, amigos, ha sido un honor conoceros y serviros. Gracias por todo lo que me habéis dado. Y, como despedido y antes de que se me escape alguna de las muchas lágrimas que siento dentro, me dejareis acabar esta carta como desde hace décadas vengo acabando mis escritos: “Y de su total contenido, que signo, firmo, rubrico y sello, DOY FE: “
