En estos tiempos de caducidad inmediata y en los que todo se pasa con rapidez, la memoria parece una facultad innecesaria. Está desprestigiada a nivel escolar y, aunque a nivel social es admirada, ya nadie aprende nada de memoria. Ni siquiera los teléfonos. Todo lo más, las claves de las tarjetas bancarias. La memoria es como algo pasado de moda y pedirle a un niño que aprenda algo de memoria es como someterle a un castigo divino, nunca mejor dicho cuando hablamos de catequesis. Y no obstante, la vida enseña que no es así. Si no que se lo digan a muchos de los que preparan oposiciones o a los mayores para quienes olvidar es comenzar a envejecer.
Perdón por esta digresión sugerida por la palabra memoria que venía al caso porque, aprovechando esta fiesta del Corpus, Día de la Caridad, Cáritas Diocesana ha presentado su memoria anual. El recuerdo, que es en definitiva una mirada al año pasado sobre sus actividades, se ha concretado en un folleto breve pero muy visual. Por sus 24 páginas van desfilando una serie de situaciones que huelen a verdad, retrato realista del microcosmos que es la diócesis y mapa desplegado de la lucha contra la pobreza. Hay datos y cifras organizados por los distintos programas con los que se trata de atajar la sombra de la miseria y detener el proceso de la espiral de la exclusión en el que se puede ver sometida cualquier persona. Porque este torbellino puede comenzar con la pérdida de trabajo, continuar con los problemas para pagar la hipoteca, seguir con la crispación en las relaciones familiares y concluir buscando refugio en cualquiera de las adicciones con las que el mundo trata de aliviar tan grandes dolencias.
Por eso detrás de los datos y de las cifras, hay personas. Tanto delante como detrás. Delante de cada programa hay gente que vive situaciones de desamparo, que buscan un trabajo, una asesoría legal, un apoyo para sus tareas escolares o una atención cercana. Detrás de esas demandas, un increíble grupo de trabajadores que afrontan su trabajo con una auténtica vocación de servicio apoyados por 233 voluntarios que han decidido dedicar una parte de su vida a echar una mano donde sea necesario. Los voluntarios son el buen samaritano de la parábola del Evangelio, los trabajadores, el posadero de esa misma parábola. Ambos son totalmente necesarios porque el buen samaritano tras atender al caído y llevarlo a la posada, tiene que seguir su viaje. Entonces le paga al posadero para que cuide al hombre que ha recogido en el camino.
Reflexionando sobre esta parábola, el Papa Benedicto XVI, en su encíclica “Deus Charitas est”, decía que la parábola, que es la respuesta de Jesús a la pregunta de quién es mi prójimo, no es la respuesta esperada por los oyentes para quienes el prójimo podría ser el vecino, el de mi pueblo o el de mi religión, pero nunca un desconocido. Sin embargo, dice Benedicto XVI, para Jesús “mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros”.
Por eso la atención de Cáritas no distingue entre nacionales y extranjeros, entre cristianos o musulmanes, entre inmigrantes legales o alegales. Todos son prójimos, iguales a los ojos de Dios y, por tanto, a los de Cáritas. De ahí el lema de la campaña de este año: “Allí donde nos necesitas, abrimos camino a la esperanza”. Cáritas se compromete a estar allí donde se necesite levantar a un excluido. Éste puede estar en prisión, no tener hogar, ser víctima de drogodepencias, carecer de trabajo, ser un niño con problemas escolares o un anciano que necesita un lugar para vivir. Ese es un camino de esperanza.
Como termina diciendo la memoria: “Creemos en la utopía porque la realidad nos parece increíble”. No lo olvidemos
