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La Casa de los Pobres

por José Luis Casla
20 de mayo de 2024
en Tribuna
JOSE LUIS CASLA 2023
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Se trata de un remedo, de una copia, de una imitación de una casa de pueblo, pero en miniatura, a pequeña escala, casi de juguete, de paredes de piedra con tejado a dos aguas, justo enfrente de la vivienda principal a apenas unos metros de la misma, de tal forma que en cuatro pasos, salías de una y entrabas en la otra, simplemente cruzando la calle, ya que fue lugar de paso hasta que se cerró, y la servidumbre de paso desapareció, integrándose la casa grande y la pequeña en una sola finca que posteriormente se  valló, se cerró, y lo que siempre conocí como una estrecha calle por dónde todo el mundo pasaba, despareció como tal, lo que obligaba a dar un pequeño rodeo para ir en dirección hacia la iglesia o el ayuntamiento del pueblo, Duruelo, dónde nací y viví mis primeros infantiles años, y donde curiosamente volví más tarde como maestro, cuando mis padres se trasladaron  a Muñoveros, primero, y a Hontalbilla después, debido a que mi padre, como secretario de ayuntamiento que era, ejerció en ambos pueblos, regresando de nuevo a Duruelo cuando se jubiló.

Tenía la Casa de los Pobres, tiene, porque aún sigue allí, una sola estancia,  con una puerta de entrada que obligaba a agacharse a quien pasaba del metro sesenta, una sola ventana y una mesa, así como unas sillas y unos bancos corridos alrededor de tres de las cuatro paredes, ya que la cuarta pared, estaba ocupada por un horno de leña, dónde se cocían las hogazas de pan y se asaban los cuartos del sabroso cordero que disfrutaban allí, en Duruelo, en las estribaciones de Somosierra, entre Riaza y Sepúlveda, dónde se crían los mejores corderos lechales de la comarca, cuya carne se asaba de forma magistral en las fiestas y otros días señalados, no sólo para los dueños de La Casa de los Pobres, mis tíos Virgilio y Fabiana, sino para todo vecino de Duruelo que llevase su cuarto de lechazo para ser asado en el horno.

No tendría, tiene, esta encantadora y añorada casita, más de cinco metros de largo por tres metros de ancho, que conformaba un espacio que entonces me parecía considerable, con el techo repleto de varas de madera dónde se colgaban para secar y ahumar los jamones, chorizos, lomos y morcillas de la matanza, tanto de mis tíos como de mis padres y algún que otro vecino que secaban también allí su matanza, como cocían su  pan durante todo el año, un sabroso y delicioso  pan, que perfumaba toda la casa y alrededores – como cuando asaban – con su inolvidable y penetrante aroma que jamás olvidaré, y que forma parte de mis mejores y más gratos recuerdos de aquella añorada infancia.

Entrando, a la izquierda, se disponía el horno de leña, auténtica joya culinaria, donde se cocía el pan y se asaba, con una entrada para introducir la materia prima y en su momento sacarla ya asada y cocida con la pala de madera. En la base de esta entrada al horno, se disponían unas trébedes y demás artilugios que conformaban una lumbre baja donde se cocían las morcillas de la matanza y donde mi tía cocinaba con frecuencia, además de caldear la casita y utilizarse como punto de reunión familiar para charlar y contar historias y relatos al amor de la lumbre.

Inolvidables momentos pasé allí cuando estuve de maestro y vivía con ellos en su casa – fueron humildes agricultores y en aquellos tiempos ya eran mayores – sentados los tres en la casita, frente a la lumbre, charlando y contando historias de sus años mozos, meses que recuerdo con cariño y gratitud hacia ellos, que nunca olvidaré, y donde tuve ocasión de aprender de ellos en todos los órdenes de la vida, algo que, un jovencito como yo era entonces, agradecí con sumo respeto.

Jamás supe, ni pregunté, o al menos no lo recuerdo, y  prefiero dejarlo así, el porqué del nombre de La  Casa de los Pobres. En cualquier caso, no deja de ser curioso, el hecho de que en esa humilde y mínima casita, se asaba el mejor cordero, se cocía el mejor pan, y se curaban los mejores jamones, lomos, morcillas y chorizos que he tomado en mi vida.

Todo un lujo gastronómico disfrutado en el mejor restaurante que he visitado jamás, con un nombre amable, inolvidable y sugerente – La Casa de los Pobres – en compañía de la mejor y más buena gente que se pueda desear, y que me ha llevado a escribir estas líneas, como homenaje a ellas, y a mi querida madre, que con frecuencia nos recordaba algo que nunca olvidaré: es de bien nacidos ser agradecidos.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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