Corrían los últimos años de la década de los sesenta. Había finalizado el Concilio Vaticano II y la teología de la liberación, en su sentido más radical, estaba desarrollándose en América latina. Esta teología se formulaba en paralelo con la teología política con mentalidad alemana. Una de las características de la metodología de esta teología de la liberación estaba basada en el método de análisis marxista.
Por otro lado, el Concilio estaba favoreciendo la renovación de la liturgia. La misa pasó de celebrarse en latín a usarse en las lenguas vernáculas (en el caso español, el castellano y otras). Se usaron cánticos creados por diversos músicos y especialistas según el origen teológico y pastoral de turno.
En el caso de Castilla y León, surge un grupo de propuestas pastorales promovidas por “las comunidades cristianas populares” que desde la vida de la iglesia juntamente con los sindicatos y grupos clandestinos de izquierda se enfrentaban al régimen franquista en el ámbito social y también eclesiástico. Uno de los focos más importantes de Castilla y León se afinca en Valladolid dirigidos por algunos sacerdotes que en ocasiones pasaron por “la cárcel para curas” de Zamora.
Varias parroquias de Valladolid, como la de las Delicias y la Pilarica, fomentaron la creación de las comunidades populares que además del acompañamiento reivindicativo contra la dictadura usaron la liturgia y la vida parroquial para introducir su fuerza evangelizadora a través del compromiso social y de los canticos litúrgicos.
En este contexto surge la llamada misa castellana. Había que elegir una tonalidad popular que fácilmente convocara a las bases y al mal llamado e imaginario “pueblo”. La música elegida fue entre otras, las jotas castellanas. A esa música se le incorporó una letra litúrgica de dudosa fiabilidad magisterial.
Ante este origen de la misa castellana, del que algunos somos testigos, es extraño que algunos políticos durante las últimas décadas del siglo XXI estén empeñados en incorporar desde fuera de la Iglesia y desde el poder político una música posiblemente contraria a su ideología ¿será ignorancia o coinciden con el mismo fin marxista del movimiento político de masas?
La misa en castellano consiste en tomar los textos de la liturgia de la misa traducidos, poniéndoles nueva música para que se canten. Mientras que la misa castellana es un invento neopseudofolclórico que consiste, al revés que la misa en castellano, en tomar previamente melodías de música popular tradicional “castellanas” y pegarles un texto que por su contenido religioso las haga aptas (es un decir) para cantarlas durante la misa.
De la mano de especialistas, enumero brevemente alguno de los disparates que acumula este disparatado invento, pomposamente llamado misa castellana:
1.La misa castellana, aunque tome de la tradición algunos elementos, no es una práctica tradicional, sino un invento reciente de unos cuantos grupos y cantores folk.
2. Las músicas que se toman para las misas castellanas son, en general, músicas de la calle, de la vida civil, de entretenimiento y pasatiempo, a las que se aplican textos litúrgicos o piadosos. Músicas que, evidentemente, no son malas ni profanas, pero sí inapropiadas para el caso.
3. Como se trata de vender la moto de lo castellano, las músicas tienen que sonar a la tierra castellana. Por eso se toman ritmos de jota (los que más), de corridos, agudillos y llanos, de rondas y rondeñas (los menos). De este modo se pueden vender a la vez, apoyándose en la misa, el hecho diferencial y a veces ideológico, las raíces culturales y los rasgos comunitarios.
4. Los destinatarios de la misa castellana suelen ser cofradías y hermandades, particulares que quieren celebrar un acto religioso familiar o de grupo, y comisiones de fiestas, a menudo con el patrocinio de alguna institución pública o ayuntamientos. En muchos casos estos destinatarios van de buena fe.
5. En la misa castellana, interpretada por un grupo o conjunto, queda la asamblea reducida al silencio y a la simple escucha, contra todas las normas litúrgicas.
6. La misa castellana, no se podría celebrar sin la autorización de párrocos un tanto ignorantes en cuestiones de música y de autoridades eclesiásticas permisivas que, afortunadamente, parece que comienzan a estar de vuelta de estos desaguisados tan evidentes.
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(*) Profesor emérito.
