Cargamentos de ayuda humanitaria, médicos, especialistas en rescate y periodistas afluían ayer a Haití desde todo el mundo, pero el caos y la falta de organización seguían reinando en la capital, Puerto Príncipe, lo que está dificultando que los damnificados por el terremoto del martes, que dejó entre 40.000 y 50.000 muertos, según las primeras estimaciones, puedan beneficiarse de la generosidad internacional, al tiempo que ralentiza las operaciones de rescate de quienes permanecen con vida bajo los escombros.
Miles de personas, muchas de ellas heridas, abarrotaban las calles de la capital haitiana, después de haber dormido por segunda noche consecutiva en lugares despejados, como jardines y plazas, a salvo de posibles derrumbes de las montañas de escombros en las que se han convertido numerosos edificios tras el seísmo.
Según fuentes de la Oficina de Asuntos Humanitarios de la Comisión Europea (ECOH, siglas en inglés), cálculos preliminares señalan que un 10 por ciento de las viviendas de Puerto Príncipe se han desplomado o han quedado inservibles, aunque admiten que podría ser muchas más.
Un responsable de la Cruz Roja local, Víctor Jackson, se aventuró también a dar una cifra de muertos, entre 45.000 y 50.000, aun sabiendo que «nadie sabe con precisión ni está en situación de confirmar» números. Jackson apuntó que los terremotos registrados el martes, el más fuerte de 7 grados Richter y con epicentro a 15 kilómetros de la capital, han dejado tres millones de personas damnificadas, incluyendo.a heridos y ciudadanos sin hogar.
Los cuerpos de muchos de esos muertos permanecen aún abandonados, los más afortunados cubiertos por piadosas sábanas blancas, en las calles de Puerto Príncipe y, según la misma emisora, «algunos se están empezando a hinchar por efecto del calor».
Otros están en el depósito de cadáveres del Hospital General de Puerto Príncipe, apilados unos sobre otros hasta alcanzar una altura de más de un metro en los pasillos e incluso en el patio, a la vista de los enfermos que reciben los primeros auxilios al aire libre, según pudo constatar quien firma.
Cubiertos con mascarillas, pañuelos o simplemente tapándose la nariz para evitar el hedor de la muerte y la basura acumulada por las calles, los haitianos deambulan por las calles e improvisan camastros y cocinas: «Cualquier cosa con tal de no volver a nuestras casas, todavía tenemos mucho miedo», comenta Jean, de 35 años.
«Vivíamos en un quinto piso de un edificio de unos sesenta vecinos; solo recuerdo que el mundo entero se puso a temblar, caí al suelo y cuando desperté estaba en plena calle, rodeada de cascotes, pero solo tenía una herida en el brazo», relata Rachel, una estadounidense de 25 años con el brazo en cabestrillo.
En el aeropuerto se agolpan expatriados de todos los países, que tratan de huir antes de que llegue lo peor, como la escasez de agua y alimentos y los saqueos, según cuenta Susan Herrera, una costarricense que escapa con su marido y sus dos hijos. A ese mismo aeropuerto, está llegando la ayuda humanitaria procedente de los cuatro puntos cardinales. Sin embargo, según informó ayer la cadena CNN, el Gobierno de Haití está ya negando el permiso para aterrizar más aviones, porque no hay pistas disponibles ni fuel suficiente para repostar. «No se ha puesto en marcha ni siquiera una célula de gestión de la crisis», destacó la web de Radio Metropole.
Sin embargo, como dato positivo, indicó que unos 3.000 policías y cascos azules de la ONU han comenzado a despejar las principales arterias de la ciudad, a dirigir la circulación y a garantizar la seguridad en el aeropuerto, el puerto y los escasos edificios públicos que quedan en pie. Precisamente ayer se conoció el balance de víctimas de Naciones Unidas, que asciende a 22 fallecidos, entre militares, policías y personal civil. De otro centenar más, no se tiene noticia alguna.
El terremoto de 7 grados en la escala de Richter que sacudió Haití el martes fue 35 veces más potente que la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima (Japón) al final de la II Guerra Mundial. Así lo afirmó ayer Roger Searle, profesor de geofísica en la Universidad de Durham (Reino Unido).
No obstante, Searle señaló que, pese a la magnitud de este seísmo, «la energía liberada ha sido únicamente una centésima parte de la del seísmo que azotó Banda Aceh (Indonesia) en 2004».
El geofísico explicó que, «aunque no es posible predecir cuándo se va a producir un terremoto, sí que se puede saber dónde va a tener lugar, ya que la mayoría se producen en los límites entre placas tectónicas».
«Allí donde se encuentran dos placas tectónicas se crea una compleja red de fallas que permite predecir cuál de ellas se va a mover primero, pero no cuándo se van a producir los movimientos», argumentó Searle.
Según el Servicio Geológico Británico, aunque hacía 250 años que no se producía un seísmo, «bajo Haití hay una red de fallas, que le hacían susceptible de sufrir un terremoto, aunque fuera imposible prever el momento», sostuvo el profesor.
