Ahora que ya sabemos que seguirá, respiramos aliviados. La democracia es él y con él se salva. Nuestro ínclito Zapatero, hijo de nuestras tierras mesetarias, leonés al que se le ha quedado muy corta su patria chica, se lamentaba lacrimosamente, como todos los de su onda, de que su queridísimo sucesor se estuviera viendo sometido al terrible acoso de los derechistas, que se ceban ahora en su familia. Y, además, añadía que aquellos que siempre han dicho defender la familia no han dudado en valerse de su familia para desestabilizar al Presidente: ¡qué hipócritas! Soy de la opinión de que a la función intelectual de Zapatero le falta, al menos, un hervor y que ésta es otra prueba más de que así es – por supuesto, sobran pruebas de mayor entidad-. Porque, si reprocha a los defensores tradicionales de la familia el ataque a la del presidente, tendrá que reflexionar sobre por qué aquellos que dicen no darle tanta importancia les parece ahora poco menos que un crimen horrible que se toque a la de su carismático líder. De repente, los que no ven en la familia más que una institución conservadora han pasado a considerarla como un sagrado reducto al que ni siquiera la mano de la justicia puede tener acceso. En su solipsista alocución de regreso el mismísimo Pedro ha afirmado que la nuestra es una sociedad familiar. Puestos a elegir, para él y los suyos, la familia estaría por encima de los tribunales. Pero, claro, ¿la familia en general, como pretenden en estos días, o solo la muy encantadora de Sánchez?
A pesar de la esclarecedora intención de Zapatero, somos muchos los obtusos que no vemos en la enamorada soflama del Presidente del Gobierno otra cosa que populismo y, además, a la antigua usanza. El peronismo se ha venido ahora a la madre patria, Sánchez ha encontrado su Evita. Esta no ha sido una retirada a lo seco, como las del soso de De Gaulle, sino a lo hispano y muy al gusto de las revistas del corazón y, por lo tanto, del pueblo llano. No sólo los reyes y los ricos tienen derecho a exhibir sus palacios y sus amores, también, y es aún más bonito, lo tienen los nuevos líderes brotados de los arroyos. Lo intentó ya Iglesias, pero se pasó un pelín con el acelerador. Lo suyo eran una familia y un ambiente demasiado modernos, muy de First Dates, ¡todavía no estamos preparados para tanta novedad! Pero lo de ahora, lo de Sánchez, es muy clásico, muy romántico, muy de matrimonio ideal, muy de entrega de la propia felicidad para la redención del pueblo.
No sólo Podemos fue producto del 15-M, también lo fue el sanchismo. Pedro Sánchez trataba de competir con un Iglesias arrasador entonces y se batía con los mismos argumentos. Podemos nacía de la reconsideración de las vías que el populismo abría a la acción revolucionaria. Se valía de los análisis del filósofo argentino Ernesto Laclau, aunque no sabemos hasta qué punto él, fallecido en 2014, se hubiera identificado con las prácticas de sus seguidores españoles. En todo caso, el discurso y la actividad de Sánchez y de Iglesias durante estos años se ajustan perfectamente a la descripción de Laclau del populismo, con su radicalidad, su polarización enervante y la degradación del valor de las instituciones liberal-democráticas. Pero el inspirador filósofo también subrayaba la diversidad de los signos del populismo y de este nuestro, tan bonito, no sabemos si es de derechas o de izquierdas, aunque sospechamos que ni de una cosa, ni de la otra o, tal vez, de las dos, pues todo cabe con tal de habitar románticamente en La Moncloa.
A Evita, la de verdad, le gustaba acercarse a los pobres; al fin y al cabo, ella se crio con dificultades. A nuestra sobrevenida Evita, sin embargo, da la impresión de que le gustan más los empresarios. Pero ¡qué se le va a hacer! Son sólo estilos diferentes y puede que haya empresarios proletarios. Lo importante es la familia. ¡Ay, la familia, qué linda institución y qué linda la del enamorado presidente!
