No hace falta ser un lince para apreciar que Ciruelos es pueblo pequeño y humilde. Se llega a esa rápida conclusión nada más ver el sencillo rótulo de entrada al lugar, diferente al de la cartelería habitual instalada en la inmensa mayoría de los núcleos de población segovianos. Con su simpleza, el antedicho cartel resulta revelador, pues anuncia un cierto olvido de esta plaza por parte de las administraciones públicas. Hay que decirlo alto y claro: si Ciruelos existe hoy es porque sus gentes lucharon por ello, no por ayudas externas.
El éxodo acaecido tras la Guerra Civil en toda la comarca resultó especialmente cruel en Ciruelos, que prácticamente quedó despoblado en los años 60. Sin embargo, su pronosticado final no llegó a consumarse. La culpa de que Ciruelos volviera a la vida debe recaer en un grupo de propietarios de las casas que se mantenían en pie, quienes a mediados de los años 70 decidieron costear la traída de agua al pueblo desde el manantial de Valdelasfuentes, situado en la Serrezuela, cerca de donde hoy se ubican los aerogeneradores. No resulta exagerado decir que la llegada del agua a las casas resucitó Ciruelos. Algunos de quienes habían emigrado volvieron a partir de entonces a interesarse por el lugar de su cuna, rehabilitando las casas de sus mayores. Y el pueblo, poquito a poco, volvió a florecer.
La historia de la iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Natividad, es paralela a la del caserío. Cuando los vecinos emigraron, el abandonado templo se hundió; y cuando se inició el retorno de los hijos del pueblo el edificio fue reconstruido, bajo la dirección del arquitecto Fernando Vela Orsi. Eso sí, la mano de obra fue de los lugareños. “Hemos estado currando en la iglesia durante cerca de 10 años”, asegura Jesús Montes. Cada voluntario llevaba de su casa las herramientas que tenía a mano. “Trabajábamos los fines de semana –agrega Montes-; unas veces íbamos cuatro, otras ocho… Con el esfuerzo de todos se logró acabar la restauración”. Y hoy, Ciruelos puede presumir de tener un templo muy digno.
Tampoco gozaba Ciruelos de buenas vías de comunicación. Para ir a Navares de las Cuevas –y, por tanto, conectar con el resto de pueblos del ochavo de las Pedrizas y Valdenavares- resultaba obligado utilizar un camino de concentración. Por fortuna, la insistencia del vecindario acabó dando fruto, y hace no demasiados años se consiguió el asfaltado de ese camino. Sin embargo, el problema no ha acabado, pues ninguna administración pública ha asumido hasta la fecha la titularidad de la vía, y en Ciruelos se teme que cuando el asfalto se deteriore, dentro de unos años, el coste de la obra recaerá en el pueblo. Eludir esa losa es la próxima batalla de los vecinos.
Por lo demás, Ciruelos luce hoy curioso. Con cerca de treinta casas habitables, puede decir ufano que la desaparición no está en su horizonte. Que sea enhorabuena.

Una iglesia simple
En armonía con el pueblo, su iglesia resulta sumamente sencilla. De esa sobriedad apenas escapan la puerta y la espadaña, situada sobre el muro de cierre de la única nave del templo. Dentro del edificio queda una pila bautismal. Y es llamativo el pavimento, que parece ser el original, con losas para los enterramientos. Preside el templo, en la cabecera, una imagen de Nuestra Señora de la Natividad, cuya fiesta se celebra no el 8 de septiembre sino el segundo domingo de agosto, para favorecer una mayor concurrencia.
En recuerdo de Fernando Vela Orsi
Ante la iglesia de Ciruelos viene a la memoria el recuerdo de quien dirigió su restauración, Fernando Vela Orsi, un arquitecto cuya huella quedará marcada para siempre en el Nordeste segoviano. Aunque nació en Madrid, su infancia y primera juventud tuvieron como escenario Boceguillas, donde su padre, Florencio, ejercía de farmacéutico. Tras titularse como arquitecto en Madrid comenzó a finales de los años 60 una dilatadísima trayectoria profesional, en la que firmó más de un millar de proyectos. En Segovia dirigió numerosísimas obras, entre las que figuran la construcción de casas consistoriales, reformas de plazas o la restauración de cerca de 20 iglesias. Una labor magna. Sit tibi terra levis. Que la tierra te sea leve.

La Fuente
Fuera del caserío, a unos cuantos centenares de metros, se encuentra la Fuente, el manantial primigenio del pueblo. Dio de beber a los lugareños durante generaciones y generaciones, hasta el maldito éxodo. El desempleo y la tristeza hicieron luego mella en ella. Y aunque más tarde fue rehabilitada, ha quedado hoy como una pieza de museo, a la que acude, eso sí, algún nostálgico, con garrafas de agua, recordando su niñez.
Un monumento a una época
Hace ya unas décadas, con la generalización del uso de maquinaría agrícola potente, las aventadoras quedaron arrinconadas y, en poco tiempo, fueron pasto de las llamas, al considerarse ya inservibles. En contra de esa destructiva moda, en Ciruelos una de esas viejas máquinas, cuya finalidad era separar el grano de la paja tras la trilla, se convirtió en monumento, en homenaje a los labradores y a sus ingenios. Y así sigue, dando la bienvenida a quien llega a la población.

Una pista sobre el origen del pueblo
¿Desde cuándo existe Ciruelos?. Aunque se desconoce la fecha exacta, la puerta de la iglesia, románica, descubre el nacimiento del pueblo en algún momento de los siglos medievales dominados por ese estilo artístico. La puerta en sí es sumamente modesta. Consta de dos arquivoltas: la interior adornada con flores de cuatro puntas encajadas en círculos y la exterior sin decoración. Una puerta sencilla, sí, pero reveladora de quienes fueron los primeros habitantes del lugar.
El ciruelo, símbolo del pueblo
Posiblemente fueran los fundadores de la aldea quienes bautizaron el lugar con el topónimo de Ciruelos, por la presencia de tal árbol. Sea como fuere, este tipo de frutal se ha mantenido aquí desde aquellos lejanos tiempos hasta la actualidad, si bien los ciruelos ahora existentes están en su mayoría asilvestrados, por la falta de cuidado. Al margen de esas cuestiones, lo que resulta indudable es que el ciruelo se ha convertido en el símbolo de Ciruelos. Como tal aparece en las placas cerámicas del callejero. O ejerciendo de logotipo de la Asociación de Vecinos y Propietarios.
Las rogativas, una vieja costumbre
Los cereales crecían en primavera a ojos vista, y los agricultores miraban al cielo una y otra vez. Hasta el día de la siega todo era posible. Una tardía helada o un mal nublado podían acabar con el trabajo de un año. Por eso se celebraban rogativas (“rezo público o procesión, hecha para rogar a los santos, por ejemplo, en tiempo de sequía”, explica el diccionario de María Moliner). Jesús Montes todavía evoca las rogativas de Ciruelos. “Era yo muy niño, pero recuerdo que todo el pueblo iba en procesión, de cruz en cruz”, dice.

Por la falda de la Serrezuela
La empresa ‘Tuco Naturaleza y Patrimonio S.L.’ ha diseñado una senda para los andariegos deseosos de conocer la falda de la Serrezuela. El itinerario, fácil, parte de la iglesia de Ciruelos, discurriendo siempre a la derecha de la carretera que lleva a Navares de las Cuevas, y acabando en la ermita de la Virgen del Barrio. A lo largo del recorrido, de unos siete kilómetros, el caminante atraviesa distintos ambientes. Los pinos y los rebollos son los árboles más comunes en la ruta, que exige subir varios cerros y cruzar unos cuantos pequeños valles.
Pradales es ahora Carabias
Ciruelos forma, junto con Carabias y Pradales, un municipio, cuyo nombre ha cambiado recientemente –de llamarse Pradales ha pasado a ser Carabias-, lo que generó alguna controversia. Aunque en el pasado el núcleo de Pradales tuvo más población que su anejo, Carabias disfruta de una mejor posición geográfica, junto a la vía de comunicación que une las capitales de España y Francia; y esa cercanía a la actual A-1 ha sido determinante, pues con el correr de los años ha ido incrementando su población, a la inversa de lo acaecido en la capital del municipio. En vista de la situación, el Ayuntamiento de Pradales decidió, en 2016, cambiar su denominación por la de Ayuntamiento de Carabias, una vez recibido el visto bueno del Instituto Geográfico Nacional.

El paso de las tropas francesas
En su marcha hacia Madrid, Napoleón pretendió no dejar a su espalda ninguna plaza capaz de darle después un disgusto, y por ello decidió ocupar Sepúlveda, misión que encargó al general Savary. Aunque la bibliografía clásica sobre la Guerra de la Independencia defendía que los de Savary marcharon a Sepúlveda desde Boceguillas, Tomás Calleja Guijarro descubrió que no fue así. En realidad, los soldados dirigidos por Savary se separaron de sus compatriotas en Carabias y, por Ciruelos, se internaron en el valle de los Navares, desde donde enfilaron a Sepúlveda. La acometida tuvo lugar el 28 de noviembre de 1808, sin éxito.
Vestigios celtíberos en las cercanías
A tiro de piedra de Ciruelos, en el vecino término de Carabias, se halla el yacimiento celtíbero de Los Quemados, que en su momento llegó a ser –según la expresión del arqueólogo Fernando López Ambite-, “el centro jerarquizador de la zona”. Cuenta Los Quemados con una de las mejores murallas construidas por los arévacos para defenderse del avance de los romanos. Pero, al parecer, el esfuerzo de este grupo celtíbero no logró su objetivo. El final del yacimiento tuvo lugar a principios del siglo I a.C., cuando los romanos, después de conquistar Numancia, quisieron centrarse en el control de Termes y su área de influencia. López Ambite supone que Los Quemados sufrió “el peor castigo”.

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Extraido del libro:
Por el Ochavo de las Pedrizas y Valdenavares (2021).
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Editado por Enrique del Barrio.
