Lo que voy a describir lo es como recuerdo al vendaval –también puede que viento, ventolera, ventarrón, huracán, ciclón, racha, torbellino, remolino, galerna…-, que pasó por esta capital segoviana el 24 de enero de 1907 y dejó todo un rosario de aconteceres poco agradables para la ciudadanía.
El vendaval, que tuvo una presencia activa de cinco horas (12,30 a 17,30) dejó su sello en forma de muerte de una mujer de 63 años. Se encontraba en la zona de La Dehesa recogiendo leña cuando una gran rama de un árbol se separó de él cayendo sobre ella. Las gravísimas heridas causadas la llevaron a la muerte pocos minutos después. Vivía en la calle del Rancho. Su cuerpo, ya sin vida, fue trasladado por su hijo, de profesión albañil y junto a otros compañeros, a la Casilla del Guarda de Consumos de la zona.
También se sumó al calendario de desgracias lo acontecido en la Plazuela de San Esteban. En el lugar, torre de su iglesia, se había instalado un andamio en el año 1886 (1) -después de que un rayo causara daños importantes en ella-, de altura superior a los cincuenta metros. La obra se eternizó y el andamio estuvo instalado a lo largo de un cuarto de siglo. Hacía el mediodía del 24 el viento soplaba con tanta fuerza que desprendió parte del andamiaje que rodeaba la torre.
A causa de ello, el atrio de la iglesia se hundió en su totalidad. El tejado de la nave central quedó deshecho y la techumbre de la nave derecha arruinada. Dos de las campanas cayeron a tierra en medio de un gran estruendo y una mas quedó encajada en uno de los tejados. Uno de los albañiles, vecino de Zamarramala, salvó la vida de puro milagro. Se encontraba en la zona del atrio. Sobre él cayeron todos los escombros. Sin embargo las maderas formaron una especie de hueco donde quedó atrapado el trabajador. Sus compañeros lo consiguieron sacar sin heridas importantes.
Ante tan desastrosa situación, el párroco de San Miguel, Benito de Frutos, el también sacerdote Luis Martín y el sacristán de la referida iglesia trasladaron con urgencia el Santísimo a la iglesia de San Andrés.
El andamio, con la finalidad de dar fin a la inacabada obra, se volvió a colocar. Mas, a petición del arquitecto provincial, Felipe de Sala, no se montó en toda la torre. Se hizo colocando tramo a tramo, según avanzaba la obra, en los cinco cuerpos que constituyen su total altura. La cúpula, donde se ubica la esbelta ‘figura’ del gallo, quedó recortada en varios metros. Los destrozos causados superaron las 30.000 pesetas.
En esta descripción de lo que ‘el viento destrozó’, hay que añadir el derribo de varias agujas de la Catedral y parte de la cristalería del lado del mediodía. Lo destruido se valoró en 15.000 pesetas.
El ruido que produjeron al caer varios paredones del antiguo Cuartel de San Juan, situado al ‘ladito’ mismo de la iglesia de San Juan de los Caballeros, hizo que la zona se volviera intransitable. Los escombros invadieron totalmente las dependencias donde se ubicaban las bombas contra incendios del Ayuntamiento y las cocheras. Toda la instalación eléctrica quedó bajo los escombros. En toda la ciudad la red eléctrica sufrió tantos daños que la Electricista Segoviana no pudo reanudar el servicio hasta cuarenta y ocho horas después.
De árbol caído…
En el Camino Nuevo dos grandes árboles cayeron y arrastraron en su caída los cables del telégrafo y teléfono, dejando incomunicada la ciudad con Madrid. En una finca de Cañuelos el viento derribó un ciprés, plantando en 1833, que medía veintinueve metros de alto –superando al Acueducto en su parte más alta-, y un contorno de 1,70 metros.
Tantos árboles cayeron en La Alameda ante la fuerza del viento, que desde el Ayuntamiento, del que era alcalde Rufino Arango, hubieron de contratar personal y carros para retirar la gran cantidad de madera que era necesario recoger. Claro quedó, sin embargo, que no a todos vino mal la caída de los árboles. Vecinos de los pueblos limítrofes a la capital, que con hachas al hombro, carros, carretillas, sacos… ‘robaban’ a los árboles la leña que la Ciudad quería retirar para venderla después. Por ello, el alcalde, puso en conocimiento del hecho al Gobernador Civil, con la finalidad de que fuera vigilada la zona por la Guardia Civil.
Entre La Alameda y La Dehesa se contabilizaron más de un centenar de árboles derribados.
Continuando con el ‘rosario’ de anomalías causadas por el vendaval, dejar constancia de que en San Agustín fueron ‘dados la vuelta’ cuatro carros. Todos ellos quedaron con las ruedas para arriba y con caballos heridos. En San Millán, el frontón ubicado en las inmediaciones del Camino Nuevo, del que era propietario Wenceslao Foo, fue derribado totalmente por la fuerza del viento. También en la provincia hubo destrozos. Por destacar alguno, el derribo de cuatro grandes enebros en Cerezo de Abajo y la incidencia en los trenes. De la línea Segovia-Madrid, algunos de los vagones perdieron su techo, por más que no hubiera desgracias personales.
Conflicto por la presa
No es de ahora. Que no. Lo que ocurre con las inundaciones en la Casa de la Moneda cada vez que el Eresma se sale de sus ‘casillas’ (margen), no sucede solo ahora. La Corporación del ayuntamiento ya lo reconocía en 1604: ‘El daño nace de haber alzado más de lo permitido la presa del Nuevo Ingenio’. Hecho que incidió y supuso un peligro para la arboleda de la Alameda que, para entonces, estaba recién repoblada. Al altura de la presa retenía el agua y provocaba inundaciones, lo que obligo, años después, a fortalecer el malecón del río.
Notas al margen
Los Libros de Acuerdos del Ayuntamiento iniciaron sus anotaciones en el año 1542, bajo el reinado de Felipe II. Por ese tiempo nacieron, simplificado ejemplo, Juan de Yepes Álvarez, San Juan de la Cruz… Se acabaron de construir las naves de nuestra Catedral; nació en Segovia Jerónimo de Amberes ‘El Chico’, escultor y ensamblador; se inicio el registro parroquial en la iglesia de Nuestra Señora del Manto (Riaza)…
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(1) Fecha en la que había sido declarada Monumento Histórico.
