Dicen que la inteligencia artificial (IA) crece a nivel exponencial hasta el punto de presentarla como panacea para la solución de problemas e innovación, y para una sociedad feliz en esta vida. En pocos años llevaría a relaciones laborales y sistema de mercado diferentes. Su influencia a gran escala y de modo incisivo va llegando al ámbito científico, de la información y del gobierno, con repercusión en los ciudadanos a nivel individual y social, basta pensar en suicidios inducidos, sentencias judiciales, vacunación en pandemias. Con todo, las expectativas de hace unos años no llegan a cumplirse, ya que no es tan fácil funcionar como el cerebro humano. Un botón de muestra es que un niño con 2 fotografías distingue un gato, y una máquina de IA precisa 100.000 fotografías. Uno llega a pensar que detrás de la IA hay mucho de propaganda para seguir consiguiendo fondos para su desarrollo.
La IA es algo más que un gran sistema estadístico. Es una aplicación técnica que nos superaría, que se nos escaparía de las manos. De ahí las frecuentes llamadas a tener presentes los riesgos para la humanidad a quienes la han hecho posible, la desarrollan como Microsoft, Open AI, Google entre otras empresas, e incluso sus partidarios más incondicionales, pues se nos podría arrebatar lo propiamente humano, además de propiciar desinformación, destrucción de empleo y pérdida de privacidad. Se precisaría mantener un diálogo constante con especialistas en humanidades, así lo señalaba Carlos Blanco el pasado 17 de marzo en este mismo medio, y su regulación por parte de los poderes públicos, como lo ha entendido la Comunidad Económica Europea con su reciente normativa, aunque no hay que olvidar que podríamos estar ante un tsunami fuerte, rápido, que se abre camino como en su día Internet. Ayudaría que se avisara cuándo estamos ante contenidos virtuales o reales, y que se respetara nuestra privacidad. No es fácil pedir responsabilidades, pues intervienen distintos agentes en el proceso, desde la recogida de datos hasta el diseño del algoritmo, su venta.
Esta herramienta tecnológica no se queda en facilitar imágenes artificiales y falsas, análisis, diagnóstico y tratamiento médicos, ayuda para discapacitados, trabajos académicos, sino que llega a robots capaces de afectos con los humanos. Puede ser usada como instrumento de poder al servicio de ideologías y poderes fácticos hacia el transhumanismo. Se podría hacer idea, a modo de espionaje, de nuestros intereses, preocupaciones, enfermedades.
El desarrollo tecnológico ha conseguido resultados muy positivos en la medicina y otros ámbitos, pero es un arma de doble filo, si no está bien regulado por una buena normativa, por códigos deontológicos, y sobre todo por un uso restrictivo, pudiendo favorecer la despersonalización, la deshumanización.
De hecho, se alimenta de los datos que vamos proporcionando con el riesgo de convertirnos en meros objetos. Es alto el precio de la eficiencia a costa de una relación inhumana. El trato personal no se puede equiparar al de una máquina. Es una simulación que crea adición y nos aísla de los demás. Se quiere equiparar al hombre con un artefacto, y ser objeto de manipulación como él.
En ámbito educativo con las herramientas chatGPT o Bing se evita escribir, leer, sintetizar, relacionar. Esto conduce a reducir nuestras capacidades cognitivas, alimentado la pereza y dependencia, quedando mermado el pensamiento crítico y la creatividad. Por ahora, es un verdadero reto para la evaluación de trabajos, el diseño de exámenes. Al emplear expresiones propias de personas a las que importamos, se está engañando al educando que puede pensar que la máquina se interesa por él. También es frecuente que la información que se suministra esté manipulada, por eso sería del todo imprudente hacer uso de ella sin contrastar. Su disponibilidad a toda hora, cualquier día, pide establecer un horario limitado a fin de evitar adición.
Se está abriendo todo un abanico de posibilidades, desde automóviles autónomos con responsabilidad penal en caso de accidente mortal, robots cuidadores de ancianos, hasta buscar cónyuge. No parece que se avecine un cataclismo social, pero sí un cambio que nos llevará a la reducción del horario laboral, la aparición de otras carreras y al uso de la IA como lo hacemos de Internet en lo de cada día. Recibiremos recomendaciones muy ajustadas a nuestros gustos, podremos prevenir mejor futuras enfermedades.
Manejando ceros y unos se llega a conocer, a correlacionar, a sintetizar informaciones con muchos datos, pero sólo la mente humana es la que comprende, da sentido, que es algo espiritual, propio del ser racional.
Pero atención, hay quien sostiene que puede llegar el día en que no sea tan fácil distinguir la máquina y el hombre en ciertos ámbitos, por la capacidad de imitación que se está desplegando. Con esfuerzo nos daríamos cuenta de que ese tipo de interlocutor artificial ni siente ni padece.
Frente a un uso incondicional de la IA, el desconectar de Internet, y los mass-media cuando estamos en familia, en casa, es más necesario que nunca, para una comunicación interpersonal rica, para no ser controlados, y convencernos que no tiene punto de comparación el mundo real frente al virtual. Los padres han de entrenarse con los hijos en el uso de estas herramientas, valorando el sentido crítico, apostando por resultados fruto del esfuerzo, generando confianza para que los hijos hablen con ellos, fomentando la lectura y el trato cara a cara.
En principio el avance tecnológico es positivo, pero hay que dominarlo para que no acabe con nosotros. Nunca algunos hombres han tenido tanto poder. Sin caer en el fatalismo tecnológico, dada la capacidad de adaptación humana, hay que ir tomando decisiones antes de que sea tarde, evitando consecuencias negativas, optando por una vida en buena medida off-line en la que la vida on-line quede bajo control.
