Me contaba un amigo, a la hora del cafelito en nuestro acostumbrado bar de la Plaza, que allá por los años 1940-50 (sin precisar) su padre traía a la familia, los días de mercado en la ciudad, en un carro. Y añadía: “Mi madre, al llegar al arco de la Fuencisla, nos decía: Rezad una salve a la Virgen, porque si no, ese señor del arco os puede tirar la bola que tiene en la mano”. Esto me trae el recuerdo de que también con mi familia íbamos algunos festivos, por aquella misma época entre los 40 y los 50, en dirección contraria a la de mi amigo, y nos llevaba asimismo un carro propiedad de Canijas, que atendía a muchos casos como el nuestro, además de transportar mercancías; y al llegar al arco también nos recomendaba a los chavales agachar la cabeza, por si el Rey Fernando III nos tiraba la bola que tiene en la mano. El arco, del siglo XVIII, tiene a ambos lados del rey las figuras de Hércules y del legendario rey. (Mirando al santuario, imagen del milagro con la judía Esther). Siempre tuvimos suerte y llegamos bien a nuestro destino, un paraje cercano a los también próximos “Dos puentes”, que conocíamos como el nido de la cigüeña; creo que en los terrenos hoy ocupados por las instalaciones hípicas.
Entonces el mercado no era como los que ahora estamos conociendo, entre frutas y verduras y ropas; el mercado se celebraba en el Azoguejo, donde algunas mujeres, y asimismo en la calle de Fernán García, a lo largo del Acueducto, ofrecían los productos de sus huertas. Pero la esencia y el “contenido” de aquel mercado se dedicaba especialmente a la ganadería y a los cereales. Venían vecinos de un buen número de pueblos a ofrecer sus ganados y sus productos agrícolas, para iniciar aquí conversaciones con el resto de paisanos: “Yo te puedo vender una vaca de…a tantas pesetas”. “Tengo tantos kilos de trigo y cebada, por si te hace falta algo…”. El que recibía la oferta lo pensaba, y si le parecía aceptable, vendedor y comprador se estrechaban la mano. Este era el trato válido sin necesidad de documentos de ninguna clase. Y acto seguido, a celebrarlo en el Columba, el Turia, el Venecia o algún otro de los bares de alrededor…
Años después, este mercado de oferta y tratos se fue pasando a las escaleras del Carmen, que comunican la Calle Real con la antigua avenida de Fernández Ladreda, que entonces sí se llamaba así, como debería seguir. Los bares cercanos eran La Tropical, Orly, Los Faroles…Además, la Caja de Ahorros estaba al lado, por si había que acudir a ella para hacerse con el dinerito que se precisara en el momento.
Bajaba yo los jueves a este lugar en busca de algunas personas que conocía, llegadas del pueblo, para que me informaran sobre cómo andaban las cotizaciones del porcino, del vacuno y de los cereales, especialmente trigo y cebada, para regresar enseguida al periódico, pues había hora fija para escribir la información y entregarla a las linotipias. Todavía no se había puesto en marcha la Lonja Agropecuaria, con la que, una vez creada, conectábamos por teléfono para obtener la correspondiente información.
Por entonces, la avenida citada “ofrecía” algunos espacios reservados para vehículos, de los que muchos eran de la provincia, y en recuerdo a los tiempos que mi amigo me cuenta, ellos solían llevar el carro hasta la Posada de la Paloma, situada nada menos que al final de la calle de Escuderos.
Unos cuantos años después hubo un intento-ensayo de llevar este mercado de transacciones ganaderas y agrícolas a la Plaza de Franco (hoy Mayor, claro está), porque había interés también en los bares ubicados en ella. Pero el ensayo no tuvo éxito. No recuerdo cuanto tiempo duró, pero creo que fueron poquitas las semanas en esta nueva ubicación, a la que subían pocas personas, y en la que seguía el normal mercado de los jueves “de siempre”, cuando ya empezaban también a hacer acto de presencia en él vendedores de otros géneros: ropa, puntillas, manteles…En mi archivo tengo testimonio gráfico de una serie de manteles colgados justamente delante de la puerta de la Casa Consistorial, y asimismo las barandillas del kiosco exhibiendo más clases de prensas similares.
Y es que las tradiciones que cuentan con muchos años es muy difícil –por no decir imposible- cambiarlas, por muy novedosas que pudieran ser las que pretendían sucederlas.
Así, poco a poco, se iba completando la historia costumbrista de la ciudad, que se transformaba, aunque muy despacio, en un lugar más asequible, más habitable, menos empobrecido, sin por ello perder sus características históricas y monumentales que le han hecho famosa. Porque el estado de Segovia aquellos tiempos y en todos los aspectos, debía ser bastante deprimente, según testimonios de conocidos escritores que la visitaron, e incluso de artistas del pincel y la fotografía.
(De la política nacional, mejor seguir sin comentar…aunque sí podemos recordar a Jaime Balmes en esta frase: ¡Ay de los pueblos gobernados por un poder que ha de pensar en la conservación propia!)
