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Taxis de Segovia para IE University

por Sergio Plaza Cerezo
24 de marzo de 2024
en Segovia
Taxi en la Plaza de Artillería. Sergio Plaza Cerezo.

Taxi en la Plaza de Artillería. Sergio Plaza Cerezo.

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La teoría de conjuntos constituye la lección de Matemáticas más importante que jamás haya aprendido, previa a todos esos ejercicios tan aburridos de derivadas e integrales que debíamos resolver en bachillerato y licenciatura. Aquel diagrama donde el profesor dibujaba en la pizarra una superficie rayada, producto de la intersección entre “A” y “B”; eso sí era grande. El intento por intentar relacionar variables que, incluso, a priori, pudieran aparecer desconectadas, conduce a algunos rincones ocultos del conocimiento. En mis clases, echo mano del rotulador Vileda, magnánimo con su trazo tan suave y ágil, frente a la aspereza de la tiza; y utilizo el gráfico referido en explicaciones de índole diversa ante numerosos estudios de caso.

Les propongo un juego que hemos visto alguna vez en numerosas películas, aplicado por los psicólogos. Se trata de la asociación de palabras. De esta forma, si escribo “taxis de Segovia”, algunos lectores establecerán vínculo mental, inmediato, con cierto acrónimo: “IE”; es decir, la universidad privada IE University, cuyo campus segoviano, más allá de las discrepancias en cifras, cuenta con un censo superior a los 1500 alumnos, tendente a crecer al incorporarse nuevos grados. Esta población flotante aporta inmensidad para esta capital de provincia con padrón exiguo que apenas rebasa los 50.000 habitantes.

El fenómeno se me asemeja a la fiebre del oro que dio lugar a las “boomtowns” del Yukón, tales como Dawson City, emplazamiento muy septentrional, con reminiscencias literarias de Jack London, que mi familia y yo tuvimos el privilegio de visitar. Según ocurriera allí, un flujo muy importante de dinero, destinado al consumo privado, también ha llegado a Segovia. En nuestro caso, ocurre todo lo contrario que en el pueblo de la película “Bienvenido, Míster Marshall” (1953), cuyos vecinos quedan decepcionados cuando los americanos pasan de largo.

El desembarco de IE University ha representado una disrupción en toda regla; y, a partir de dicho fenómeno, Segovia vive su “fiebre del oro” particular. Aquí, el estudiantado global ha venido para quedarse, promoción tras promoción, durante su periodo formativo. Muchos completan los dos primeros años del grado; mientras, en áreas como Arquitectura reciben toda la docencia en Segovia. En el mundo anglosajón, cuyo poder blando marca la pauta universitaria a escala internacional, se idealiza el modelo de campus ubicado en ciudades pequeñas, históricas, impregnadas por la belleza que otorga la historia. En alguna medida, la Segovia del IE representa el Oxford o Cambridge español. La cercanía de Madrid articula una renta de posición, igual que ocurre con Upsala respecto a Estocolmo. No olvidemos el precedente de Salamanca, otra ciudad Patrimonio de la Humanidad, erigida en capital internacional de cursos de idioma español para extranjeros, con gran presencia de asiáticos.

Los estudiantes de IE University son usuarios frecuentes de taxi. En realidad, se trata de los más relevantes, pues ningún otro segmento de clientes, ya sean locales o turistas, registra una demanda tan alta de este tipo de servicios de transporte. Pienso que los integrantes del gremio protagonista de esta tribuna son los principales beneficiarios de la revolución derivada del aterrizaje del IE en Segovia, junto con propietarios de viviendas en alquiler dentro del casco histórico y ciertos establecimientos hosteleros.

Mis conversaciones con los taxistas del mundo siempre han sido fuente de aprendizaje; y también aplico el método en Segovia. Interpelo a numerosos profesionales del sector, como pasajero, en el interior de sus vehículos: “imagino que el IE mueve mucho en el sector del taxi”. “Lo mueve todo” me responde uno de los conductores. “Se trata de la primera empresa de Segovia”, dice otro. Cierto interlocutor destaca por sus capacidades analíticas, mostradas a lo largo de la conversación. Según afirma, el “factor IE” representa en torno al treinta por ciento de sus ingresos. En el cálculo, incorpora un segundo dato, más allá del mero censo de residentes vinculados a esta famosa universidad privada. Las carreras de taxi se multiplican porque los muchachos no apuran las economías de escala; es decir, muchos se desplazan solos o por pares, sin que se llene el automóvil. La cuestión no es baladí.

Fachada de IE University. Sergio Plaza Cerezo.
Fachada de IE University. Sergio Plaza Cerezo.

La historia económica está repleta de enclaves que conforman el sector moderno de la economía, caracterizados por su alta productividad y competitividad global. Suele tratarse de territorios diferenciados, internacionalizados, caracterizados por la diferencia étnica y lingüística. La desconexión entre élite extranjera y nativos acostumbra a resultar palpable en ese mundo regido por las jerarquías.

Una compañía estadounidense edificó la ciudad de Sewell, ejemplo de “company-town” junto a la mina de cobre que explotaba en Chile, deshabitada desde los años setenta del siglo XX tras haber llegado a tener 15.000 habitantes. Aunque parezca mentira, previo a su estreno en las salas de Santiago, capital del país, las películas de Hollywood llegaban primero a Sewell. Una simple muestra del poder los enclaves internacionalizados. El cine local, donde acudían los expatriados, disponía de los principales adelantos técnicos. En los primeros tiempos, muchos mineros no sabían leer los subtítulos en español; y la empresa procuró la distribución de filmes mexicanos. Dos universos paralelos también en el plano idiomático: los de arriba y los de abajo.

La trama de “Nostromo”, gran novela de Joseph Conrad, se desarrolla en un enclave minero-exportador; y los propietarios ingleses, establecidos por más de una generación en Inglaterra, aislados de la población local, se comportaban como si nunca hubieran abandonado su país. Lo mismo hacían los “zonians”, norteamericanos residentes en la antigua Zona del Canal de Panamá, bajo soberanía de los Estados Unidos hasta 1979. Los bodegueros jerezanos de origen británico y francés conformaron una élite social, a medida que se consolidaban como exportadores de “sherry” al Imperio Británico. Por su parte, el escritor Juan Cobos Wilkins es el autor de “La Huelva británica”, libro interesantísimo donde analiza, en primera persona, los pormenores del enclave formado en torno a la mina de Río Tinto. Los “casacas rojas” se batieron el cobre para que el Imperio Británico no perdiera Sudáfrica en la guerra con los Boers. Kimberley, epicentro en la producción de diamantes era la joya de la corona. Un gran agujero es lo que queda del yacimiento vaciado. La ciudad, que accedió a los adelantos propios de Londres o París, conserva un casco histórico que parece del “Far West” y viejas mansiones victorianas. Enclaves tras enclaves que perfilan la historia.

El francés apenas se habla en Vietnam; pero, recién llegados a Ciudad Ho Chi Minh, dentro de unos de esos hoteles míticos donde se alojaban los corresponsales de guerra destinados en Saigón, escuchamos una conversación en la lengua de Balzac. Un señor mayor llevaba la voz cantante: se trataba de un empresario de la minoría chino-vietnamita que había triunfado en Francia; y nos contó con orgullo su papel como mecenas de una universidad en el país natal. Escena acaecida en un enclave –el hotel de lujo-, donde un chino de ultramar, miembro de una minoría étnica –es decir, no un vietnamita cualquiera- empleaba un idioma casi extinguido en el país asiático –francés- en charla con su hijo y un amigo del mismo.

Un segoviano de 83 años me comenta que, en su niñez, había entre seis y ocho taxis, que estacionaban junto al Mesón de Cándido. En la España autárquica y cerrada de los inicios de los años cincuenta del siglo XX, el establecimiento emblemático articulaba un enclave competitivo y cosmopolita del sector moderno de la economía. Una isla de glamour en medio de la modestia compartida por una mayoría de la población. Por allí pasaban estrellas de Hollywood y estadistas internacionales. No había mejor emplazamiento para que los taxistas aposentasen sus autos, ofertantes de servicio inasequible para los locales. El grueso de la demanda estaba centrado en aquel punto. Cual herencia de aquel tiempo, una famosa publicación anglosajona todavía incluye una experiencia gastronómica en el restaurante emblemático como una de las “mil cosas que deberían hacerse antes de morir”.

El sector informal adquiere una relevancia extrema en los países en vías de desarrollo; y, me comentan que, en aquella época gris, había una famosa curandera en Torrelodones, cuyo radio de acción llegaba hasta Segovia. Un caso de sinergias –o economías de alcance- floreció, puesto que su sobrino ejercía como taxista a los pies del acueducto. Las carreras con destino a la localidad madrileña armaron otro vector peculiar de actividad. Anécdotas para el recuerdo.

Las historias son universales; y se repiten. En el Moscú de 2003, apenas circulaban taxistas por la calle. Al igual que en San Petersburgo, cualquier automovilista ejercía de tal, dentro de un mercado auto-organizado de forma espontánea. La oferta aparece ante la existencia de una demanda. Este patrón pervive en la república postsoviética de Uzbekistán; y, con rapidez absoluta, nada más levantar la mano, el primer, segundo o tercer conductor que presenciaba nuestro gesto, con inmediatez, paraba en las calles de Tashkent (2017), para asumir el papel de taxista eventual. Y la aventura siempre nos salió bien.

Estudiantes de IE University en la Plaza Mayor de Segovia. Sergio Plaza Cerezo.
Estudiantes de IE University en la Plaza Mayor de Segovia. Sergio Plaza Cerezo.

Sin embargo, en aquel Moscú de inicios del siglo XXI, sí había multitud de taxis oficiales a las puertas de un punto concreto: el restaurante Pushkin, reputado como el más lujoso y suntuoso en la capital del Kremlin. Su interior impresionaba: desde la carta rimbombante en francés a la elegancia en el vestir de los nuevos ricos. Los oligarcas rusos lo habían transformado en símbolo icónico de su éxito empresarial, fulgurante, estratosférico: el lugar para ver y ser visto, elegido por aquellos iniciados en el arte de imitar a los aristócratas rusos de la época zarista. Como en “El Gatopardo”, todo había cambiado, vía Revolución Rusa y caída de la Unión Soviética, para seguir igual. Unas élites suceden a otras.

Así son los enclaves; y les cuento todo esto porque el campus de IE University en Segovia incorpora dicho perfil, con cierta remembranza neocolonial, inclusive. Si me permiten cierto sentido del humor, en alguna medida, como en el anuncio televisivo de Ikea, los “IE-itas” han construido su propia república independiente.

Todos los taxistas coinciden acerca de un dato, relativo a los estudiantes de IE: su alto poder adquisitivo. “No saben lo que es el dinero”, comenta un interlocutor. La razón sería doble: uso exclusivo de tarjeta de crédito –en eso me parezco a ellos-; mientras, “el padre les mete muchos euros en la cuenta todos los meses”. En realidad, da una cifra; pero me parece exagerada. No resulta extraño que algunos integrantes del gremio mitifiquen a sus clientes, dado su peso en la cartera de clientes, efectivos y potenciales. Como ocurriera con los niños que, antaño, según el cuento, traía la cigüeña desde París, ¿los “IE-itas” también llegan con un pan debajo del brazo? Otro chófer comenta que “son educados; dicen buenos días y buenas tardes”. Taxistas y estudiantes de IE conforman una extraña pareja, título de una conocida película. Los perfiles sociológicos de los miembros de ambos colectivos son antagónicos; pero están destinados a entenderse. Todos ganan en dicho juego cooperativo, repetido.

Un comerciante segoviano, muy agradable, me contaba hace unas semanas que su madre es francesa: vino como estudiante. Según asegura, varias mujeres del país vecino, quienes disfrutaron de una estancia en la ciudad hace décadas, también se quedaron. En ese tiempo los jóvenes extranjeros interactuaban con el medio local; tal vez influidos por la mirada más atenta sobre el país percibido como exótico. La Universidad de Valladolid dispone de un campus enorme en Segovia; pero, intuyo que el contacto entre alumnos de IE y UVa resulta nulo. ¿La probabilidad de un posible romance a escala interuniversitaria será próxima a cero? No creo que Segovia suceda a la Roma en que se desarrollaba “Creemos en el amor” (1954).

En términos generales, la población de IE se mantiene un tanto aislada, dentro del círculo amurallado del enclave donde solo se habla inglés, “lingua franca” de los negocios empleada por la élite global. La relación con los nativos queda restringida a lo mercantil: el trato con los “dealers” de turno. Por lo menos, esa es la percepción generalizada.

Si la UVa y el IE conforman dos universos paralelos, sin puntos de intersección, le pregunto a un taxista local por la importancia relativa de los matriculados en la universidad pública, cuáles clientes. “Esos pobrecillos”, prorrumpe el hombre, risueño, mediante un juego verbal de contrarios para remarcar el carácter “VIP” del centro privado. Por su parte, un colega del anterior sí reconoce cierta actividad vinculada al segundo vector estudiantil.

The Factory, Residence Hall. Sergio Plaza Cerezo.
The Factory, Residence Hall. Sergio Plaza Cerezo.

No nos pasemos. Por supuesto que hay alumnos del IE susceptibles de interactuar con el vecindario, más allá de las transacciones comerciales de rigor. Leo con interés la entrevista realizada a una estudiante boliviana en “El Adelantado”. Esta chica comenta cómo hasta cuarenta compañeros de dicho centro realizan tareas de voluntariado en Cruz Roja Segovia. Además, Valeria Flores también preside un club dentro de la propia universidad, desde el cual ha abanderado numerosas causas solidarias, como ayuda a refugiados, con impacto sobre el desarrollo local. Todo esto resulta muy loable; y debemos felicitar a esta mujer tan activa y entusiasta, que tiene muchísimo mérito.

Sin embargo, este tipo de relato exhibe un espíritu de matriz muy estadounidense, que se me antoja un tanto fabricado en línea con la obsesión por lo políticamente correcto. Por ejemplo, la cadena de cafeterías Starbucks incentiva que sus empleados destinen cierto tiempo a ejercer el voluntariado; y el fundador dedica un capítulo entero de su libro sobre este éxito empresarial a dichos temas. Así, se explica, con lujo de detalles, el desembarco de trabajadores de dicha corporación para contribuir en la reconstrucción de Nueva Orleans tras el paso del Huracán Katrina (2005). No obstante, el autor no relata las dificultades de sus empleados globales para sindicarse.

IE University es una institución española; pero, intenta parecerse a sus correligionarias de los Estados Unidos, cuyo molde ha importado, vía el poder blando ejercido por la superpotencia en los ámbitos académico y cultural. Este sesgo representa una exigencia para atraer al segmento anhelado de estudiantes internacionales. Desde el énfasis en el voluntariado, la universidad privada mejora su imagen de marca, activo fundamental para contrarrestar las posibles quejas ante cualquier conflicto potencial con la opinión pública local. Muy americano.

En el interior de un comercio, converso con un estudiante mexicano del IE muy simpático. Me comenta que los latinos, cuya representación en esta universidad privada no es alta, tienden a relacionarse más entre sí; y, de forma lógica, se mueven al inglés cuando los grupos se amplían. En cualquier caso, reconoce la escasa interacción con los segovianos. La verdad sea dicha: muchos segovianos son bastante cerrados ante cualquier público foráneo. Según parece, peruanos y ecuatorianos predominan dentro del alumnado hispanohablante del IE. En mi última visita a un restaurante muy frecuentado por este público juvenil, ambas nacionalidades estaban representadas en mesa aledaña. En el caso de una comensal, reconocí un acento muy particular, exclusivo de las clases más pudientes de Quito.

La tranquilidad de Segovia es lo que más le gusta al estudiante mexicano; mientras, el cierre de las tiendas a la hora de comer es lo que menos le agrada. Me comenta que varios alumnos acaban de llegar de una excursión a El Escorial aquel domingo por la tarde; pero, olvido preguntarle si se desplazaron en taxi. Mi interlocutor, residente en la capital del país azteca, también se planteó la posibilidad de elegir entre dos universidades privadas de México muy conocidas: la Iberoamericana y el Instituto Tecnológico de Monterrey. Finalmente, se decantó por IE al tratarse de un medio más diverso y globalizado, ubicado en dos ciudades donde, además, “se habla español”. Completará el grado en Madrid, tras el periplo segoviano.

Los taxistas me cuentan que los muchachos del IE siempre tiran para la Plaza Mayor, donde, desde hace años, resulta llamativa la imagen de algún joven con su ordenador en el balcón de su piso, aunque sea invierno; mientras, buscan restaurantes que ofrezcan “comida que no sea de aquí”, afirma un taxista. Pregunto si muestran interés por establecimientos tipo José María o Cándido. “Eso cuando vienen los padres”. Me hablan de un bar cercano, ubicado en Cronista Lecea, que, prácticamente, carece de otra clientela externa al colectivo estudiantil. A pie de plaza, la terraza de la taberna Juan Bravo, aquella que tiene mejores vistas de la catedral, es su favorita; pero, me percato de la colonización paralela de los veladores del establecimiento aledaño (Jeyma). Acabo de pasar por allí, en torno a las 17.30 horas de una jornada soleada de marzo, anticipo primaveral; y se registra un lleno hasta la bandera.

Los alumnos buscan actividades de ocio en torno a la Plaza Mayor; pero, también se trata de su zona residencial favorita. En uno de los portales, reza cierta leyenda, cuyos trazos surcan la superficie de la placa metálica: “rooms to rent to IE students” (habitaciones de alquiler para estudiantes del IE). Si los enclaves tienden a marcar sus lindes frente al espacio exterior, este letrero no parece muy inclusivo, pues expresa algo así como “se reserva derecho de admisión”.

Algunos chóferes muestran sorpresa porque muchas carreras, tales como las correspondientes al traslado desde el domicilio al centro educativo, son muy cortas; es decir, los chicos del IE toman el taxi a la mínima. La compra de electrodomésticos en el centro comercial Luz de Castilla también supone razón para usar este medio de transporte; y, desde la austeridad local, a veces llama la atención el dispendio en dichos productos. El caminante nocturno escuchó voces juveniles en inglés; y, cual diablo cojuelo, levantó la cabeza hacia la ventana, abierta por completo. Una pantalla que parecía puro cine se dejaba entrever. Por la mañana, al día siguiente, el paseante diurno vio cómo dos muchachas entraban en un taxi a la puerta de “The Factory Residence Hall”, es decir, “residencia de estudiantes” en cristiano.

La diversidad de actividades de ocio en los alrededores de la ciudad también exige servicios de taxi: hípica en la carretera de Palazuelos de Eresma; karts en Los Huertos; tardes de picnic, junto al embalse del Pontón. En algunas ocasiones, se celebran fiestas con gran asistencia de público, para las que llegan, de ex profeso, estudiantes desde el campus principal de IE University en Madrid. Los escenarios para este gran teatro de mundo incluyen desde un aeródromo hasta fincas preparadas para eventos, ubicadas tanto en la carretera de San Rafael como en la zona occidental de la provincia. En estos casos, se asiste a una movilización plena de la flota local de vehículos blancos con franja azul.

Hace unos meses, al coger un taxi junto al Intercambiador de Moncloa, el conductor de turno estaba sobresaltado. Me contó cómo acababa de despachar a una estudiante internacional, cuyo propósito consistía en viajar a Segovia, a pesar de tarifa muy elevada. Por lo que fuera, al conductor no le apetecía atender dicho servicio. Así, un tanto asustado ante dicho nivel, tan alejado del correspondiente a un joven medio de la capital, le sugirió a la muchacha que, desde allí mismo, salían autobuses de línea, que, además, eran mucho más baratos.

En las carreras que surgen para el trayecto Segovia-Madrid, predomina el aeropuerto de Barajas como destino. “¿Lo comparten los estudiantes para reducir gastos?”, inquiero. Me responden que no resulta habitual. También hay una demanda para trasladarse vía dicho medio de transporte a discotecas conocidas de la capital de España. Las visitas a los padres de los estudiantes, alojados en hoteles de Madrid, representan otra variante. Aunque no salió a relucir, imagino que también será corriente la conexión entre las sedes hermanas de Madrid y Segovia a través de este medio de locomoción. Los profesores también toman taxis.

Un informante me comenta el caso del hijo de un mandatario de país exótico, estudiante que residía en un hotel. Acompañado por su séquito, en viaje destinado a gestionar la adquisición de una casa en Madrid, el chófer referido integró un convoy de tres taxis. Cuando los mercados funcionan, la oferta siempre responde a la demanda.

Los taxistas de Segovia ya tienen un segundo patrono: “San IE”.

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