En unas conversaciones recientes con mis amigos de la CDMX, he podido escuchar diferentes interpretaciones entre los presentes acerca de algún episodio concreto de la historia de la conquista. Algunas vienen a sugerir, que ‘la obsesión’ de Cortés por Oaxaca y el interés de ejecutar los privilegios de su título nobiliario sobre esa tierra, surgió a raíz de las expectativas creadas alrededor de que fuese ese mismo Estado mexicano, el lugar de la procedencia de muchas de las piezas de orfebrería que servían de complemento en la indumentaria de ‘la nobleza’ de Mesoamérica. Ya conocen la leyenda. Desde entonces, no sé si por ‘el excremento de los dioses’, puede que, simplemente por su belleza, el caso es que no ha parado la afluencia de españoles por aquellas tierras…
En la misma conversación y trayendo a colación las últimas incidencias, algunos de los presentes un poco mal pensados, ven cierta verosimilitud en que pudiese ser una versión moderna del mito del Dorado lo que motivó la visita por Oaxaca, del entonces ministro Ábalos y el ‘conocido’ comisionista, falso cónsul honorario. Una expedición ‘institucional’ bastante más estrafalaria y quién sabe si más rentable que las de los tiempos de Cortés. Algo que “nos queda claro”, comentaron mis amigos.
El caso es que los vi muy bien informados de todo lo que acontece por el reino. No sólo eso, también observo cierta coincidencia entre ellos, en alguno de los discursos y opiniones que muestran una visión crítica con la historia oficialista de la Hispanidad y especialmente con la conquista. Con todos esos criterios, con los que, por supuesto, yo coincido, mantengo las reservas pertinentes de que pudiesen llegar a tratarse de una cuestión más generalizada. Aún así, desde la lógica cautela, me llama la atención, que dentro de un ámbito condicionado por el ineludible sesgo generado al auspicio de un férreo adoctrinamiento ideológico institucional que se remonta más allá de un siglo, de vez en cuando, pueda resurgir desde el hispanismo o cualquier otra perspectiva, una línea crítica de ciudadanos sin prejuicios, capaces de cuestionar lo ideológicamente establecido y marcar así las distancias con un relato lleno de topicazos y profundamente antiespañol.
Llámenlo equilibrio o si quieren compensación, de cualquier forma, a nivel personal y desde este lado americano, tengo que celebrarlo, pensando que, quizás, venga a mitigar la enorme decepción que supone mirar hacia el otro lado del Atlántico, y ver como muchos sectores culturales y políticos patrios, no sólo muestran una avidez desmesurada por comprar el otro relato, además, lo hacen sin escatimar los recursos públicos para seguir engordándolo. Políticos que, absolutamente despreocupados por mantener las apariencias, se recrean abiertamente en ‘la hispanofobia’ desde las propias instituciones, como el paso necesario para destruir el aglutinante cultural del pasado y enfocar su objetivo prioritario que no es otro que el de promover un país desgajado.
Qué diferencia con la mayoría de los españoles que llegaron a este otro lado. Aquellos que se mezclaron con sus aliados americanos y que juntos, fueron construyendo, entre otros, el más norteño de los Virreinatos, hasta replicar los contextos peninsulares, esculpiendo con el cincel de la misma idiosincrasia y altas dosis de creatividad y de naturalismo integrado por los canteros de la Nueva España, lugares como San Miguel de Allende, Guanajuato, Zacatecas, Oaxaca, Puebla, Morelia, San Francisco de Campeche, la propia Ciudad de México y cómo no, Santiago de Querétaro. Todas patrimonio de la humanidad. Como cada una de las ‘misiones y guarniciones’ del Virreinato, a modo de pequeñas células económicas de desarrollo y expectativas de estabilidad tales, que fueron capaces de aglutinar a los antiguos pobladores diseminados por un amplísimo territorio, en núcleos de población que más tarde se convertirían en ciudades como San Antonio, San Francisco o Los Ángeles.
Pero vamos, que son detalles que seguro ya conocerá el ministro Urtasun y algunos de sus ponentes hispanoamericanos, empeñados con su discurso de la colonización, el expolio y ahora, el racismo evidenciado –según ellos- en el arte del Siglo de Oro. Está claro, que bien alineados a determinadas teorías o conectados a la ubre de la leyenda negra y de ‘lo público’, cada uno va encontrando su particular Dorado.
Muy distinto a ‘los gachupines’ de entonces, sí, los de rostros barbudos y ‘morrón de cresta’, que camino de Oaxaca, se les requería el esfuerzo de muchas y penosas jornadas para poder cruzar la Mixteca, mientras los atardeceres carmesís, rasgados por la fumarola de algún volcán cercano a Puebla, les perfilaba de fondo la silueta. “Eran otros tiempos y otras maneras”, me dicen los colegas. “Ahora, lo de lo negocios carece de toda épica”… o a lo mejor, dijeron “ética”. Bueno, de cualquiera de las dos maneras.
