Para el hombre de hoy la ciencia aleja de la fe, pues le sigue influyendo -a pesar de haber sido superados por la mecánica cuántica, la desintegración de la Unión Soviética y por la crítica del Libro negro del psicoanálisis- el mecanicismo de Newton, el marxismo y las teorías freudianas. El materialismo es una creencia, lo que ocurre ahora, es que ha pasado a ser irracional. Se explica, entre otras causas, por el espejismo de la grandeza del hombre que le lleva a rechazar cualquier dependencia aunque pudiera ser benéfica. La ciencia, nunca como ahora, se hermana con la fe, ya que cuestiones como el inicio y fin del universo, la aparición de la vida, entre otros, son campo de investigación científica como consecuencia del desarrollo sorprendente de las matemáticas y de la física desde comienzos del siglo pasado. Como vamos a ver la ciencia experimental avala la existencia del Creador. Son así mismo impresionantes los órdenes de magnitudes físicas y biológicas, que deberían hacer pensar. Al creyente se le puede felicitar al no moverse en la esfera de lo irracional y subjetivo.
Uno de los grandes descubrimientos es el de la muerte térmica del universo en base a la teoría termodinámica de 1824 confirmada por la expansión acelerada del universo en 1998. Un final que reclama un inicio, y una causa del mismo, que no puede ser temporal, ni espacial ni material, tres características que se precisan entre sí para existir según la teoría de la relatividad (1905-1917) de Einstein. Ese inicio se conoce como el “big bang” (1920, confirmado en 1964 por el descubrimiento de la radiación cósmica de fondo) de Friedmann y Lemaître. Ya desde los años setenta se admite el ajuste fino del universo en lo inerte, y a finales del siglo XX para el paso de lo inerte a lo vivo.
Hay una dificultad que hay que superar para acercarse a los datos que suministra la ciencia, y es saber dejar a un lado las ideas o los intereses personales, en algo que te puede cambiar la vida, pues de lo contrario el uso de la inteligencia se ve interferido, sin libertad.
El universo tiene fecha de caducidad dentro de 10 elevado a 100 años, como el fuego que uno ha encendido y que ha alimentado con unos troncos de leña. Al ser imposible un sistema cerrado que se consume desde la eternidad, el universo tiene necesariamente un inicio que se sitúa en -13 800 000 000 años, en el que todo para su desarrollo posterior estaba calculado y en germen. La salida para los que postulaban un universo eterno con repetición de ciclos era el “big crunch” o gran colapso, hipótesis que quedó sin valor cuando en 1998 se verificó que la expansión del universo se acelera. La ciencia nos indica que no hubo “un antes”, ni un “fuera de”, el tiempo y espacio surgen de improviso junto a la energía que genera materia. Ello nos lleva a pensar en una causa independiente de lo temporal espacial y material, es decir no natural, sino trascendente, el Creador. Pero nos resistimos a lo evidente, de hecho desde 1929 hasta 2012 han aparecido al menos 16 teorías alternativas inexactas o meramente especulativas al “big bang”. Sería deseable que los científicos pudieran desarrollar su trabajo con libertad, cosa difícil por las consecuencias de sus investigaciones. En torno al “big bang” muchos, como el matemático Borís Númerov y el físico Hermann Weyl han tenido que sufrir censura, exilio, cárcel, muerte. La Rusia soviética no podía tolerar que se cuestionara la eternidad de la materia, tampoco el régimen nazi el que hubiera un destino para el hombre independiente de la supremacía de la raza aria.
Resultan impresionantes y admirables los ajustes de la tierra y del universo. Alguno será más familiar al lector como la fuerza de la gravedad, la velocidad de la luz, otros no tanto, como la fuerza electromagnética, la velocidad de expansión del universo, la constante cosmológica que fija la curvatura inicial del universo, la densidad masa-energía, los que tienen que ver con los núcleos atómicos, protón, neutrón y electrón. Detrás hay cifras bien precisas, por ejemplo la constante de Planck sobre el nivel de energía de los átomos sin la que las reacciones químicas serían imposibles es de 6,626070040 x 10 elevado a -34 J.s. Basta una diferencia decimal para el caos.
Si uno se muestra partidario de la sola existencia de lo material y se cierra a la posibilidad de un Creador tendría que justificar que el universo no tuvo comienzo, no tendrá final, y que las leyes que lo sostienen son fruto del azar. Todo ello hoy no se puede mantener científicamente por lo que se ha dicho más arriba. Uno podría irse por la tangente con la teoría de los universos múltiples que es un postulado de ciencia ficción por la que este universo sería uno entre innumerables con otro tipo de leyes físicas, con la fortuna de que por casualidad aquí se han aunado las constantes que han permitido la vida.
Al ajuste fino cosmológico hay que añadir el ajuste fino biológico. El universo ha sido concebido por una mente inteligentísima para que se haya podido desarrollar la vida. Se calcula que el tránsito de lo inerte a lo vivo ocurrió en la tierra hace unos 3800 millones de años, 700 millones de años después del nacimiento de la tierra. Podemos preguntarnos por la probabilidad de que surgiese por azar una proteína. Estamos ante una realidad compuesta por 150 a miles de aminoácidos. Pues bien una cadena compuesta por 1000 aminoácidos de 22 tipos precisa para que se disponga en el orden adecuado una probabilidad de 1 sobre 22 elevado a 1000, sería como sacar 6 números por orden entre 1 y 49 todos los días durante más de 2 años: imposible. Se ha calculado la probabilidad de la existencia por azar de la célula más simple, 1 sobre 10 elevado a 340.000. Con datos así, se puede afirmar que la biología también postula la existencia del Creador.
Desde el siglo XIX se predecía la muerte de Dios por los descubrimientos científicos, se pensaba que se podría explicar el universo al margen del Creador. Hoy la ciencia de alto nivel nos lleva a pensar en Dios, más vivo que nunca.
