“¡Qué escándalo, aquí se juega! Señor sus ganancias”. Me refiero al momento en que el capitán Renault, a instancias del mayor Strasser y mientras le entregan la coima, cierra el Café Rick’s que regenta Rick Blaine después de que Víctor Laszlo hubiera puesto en pie a todos los asistentes cantando la Marsellesa. En Casablanca, naturalmente. Porque lo que hemos visto en la pasada campaña electoral gallega es que se jugaba bajo cuerda.
Cuenta Rafael Arias-Salgado -ministro de varias carteras- que cuando era secretario general de la Unión de Centro Democrático, en las elecciones de 1979, a pesar de las críticas internas al presidente Adolfo Suárez, las delegaciones del partido no paraban de pedirle carteles electorales en que saliera este último. Suárez todavía ganaba, y sus candidatos territoriales sabían que su foto les ayudaba, como así fue.
En las elecciones gallegas del 12 de julio de 2020, cuando el Partido Popular, en horas bajas, aún expiaba sus pecados, Alberto Nuñez Feijoo realizó una inteligente campaña electoral en la que primó su nombre al del propio partido, ocultando en algunos actos públicos las siglas que él representaba. Ganó por mayoría absoluta.
Estas pequeñas anécdotas reflejan algunas de las estrategias de campaña. No siempre el partido está a la altura del candidato ni el candidato a la altura del partido. No obstante, me cuesta recordar una campaña en la que se haya salido desde el primer momento a perder. Porque nuestro sistema electoral -proporcional corregido- castiga la dispersión del voto e impide que aquellos partidos con menos de un 5% puedan optar al reparto de escaños. Este sistema conocido como D’Hont castiga los porcentajes bajos y premia los altos, de modo que cuanto mayor sean los votos recibidos por una candidatura en su circunscripción, recibirá más escaños -proporcionalmente- que votos. Los estrategas de la calle Ferraz, por tanto, llegaron a la conclusión que visto lo castigada que estaba su marca y el poco tirón de su candidato, había que incentivar el voto de aquel partido que estuviera en situación de impedir una mayoría absoluta del candidato conservador, y esta candidatura era la del BNG (en cuyo programa electoral está el derecho de autodeterminación y, mientras tanto, el incumplimiento de las sentencias del Tribunal Constitucional). Si fue posible el 23 de julio pasado ¿por qué no podría repetirse?
Así pues, la campaña electoral del Partido Socialista ha estado enfocada a que su propio candidato recibiera el peor resultado posible en beneficio del partido que pudiera hacer frente al candidato conservador Sr. Rueda. Esta es, previsiblemente, la misma estrategia que se usará en las siguientes elecciones vascas y catalanas: permitir que ganen los partidos separatistas en sus regiones para recibir su apoyo en el parlamento nacional. Yo si fuera Eneko Andueza o Salvador Illa estaría intranquilo. ¿Cuál es el coste? Tres son las consecuencias: la disminución del poder territorial del PSOE, la desigualdad entre los españoles, la desarticulación de todos aquellos elementos que nos unen como ciudadanos: la solidaridad, la justicia, la educación, la seguridad social, la sanidad y las instituciones. Me recuerda a aquellos tiburones de Wall Street de los ochenta y noventa, expertos en comprar grandes corporaciones y venderlas a trocitos, solo que en esta ocasión además de ser públicas son -en algunos casos- intangibles que se han conseguido con mucho esfuerzo.
Por lo tanto, ha quedado a la vista de todos la estrategia del Sr. Sánchez. Aquí se juega. Se juega a achicar el espacio de la derecha apoyando los proyectos separatistas a cambio de apoyo parlamentario en el Congreso de los Diputados. O lo que es lo mismo un proyecto de destrucción doble: por un lado, se acaba con la Constitución y por otro con el PSOE. Solo consiguiendo estas dos defunciones puede el Sr. Sánchez continuar en el palacio de la Moncloa. Así, al menos, no gobierna la derecha.
Aquellos que vinieron para redimirnos de la vieja política han iniciado esta legislatura con un nuevo pecado original: la corrupción que significa la vulneración de nuestros principios de convivencia y la fractura del pacto constitucional a cambio de una inmoral transacción consistente en impunidad a cambio de gobernabilidad. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer decía que el profesor de esgrima no convierte al alumno en un caballero ni en un asesino, sino que el uso que hace el aprendiz del florete es lo que determina su condición.
Esta política de tierra quemada lleva inevitablemente a la Constitución y al principal partido del Gobierno a lo que durante la Guerra Fría se llamaba Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés, y coincidente con la traducción de la palabra loco), la doctrina mediante la cual una guerra nuclear aseguraba la destrucción mutua. El domingo pasado los gallegos han premiado a aquel que más les aleja de la incertidumbre y el desasosiego que esta posibilidad les provoca.
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Pablo Zabala: es director de la Fundación Transición Española.
