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Se hunde el cuerpo de la iglesia de Santa Eulalia

por José María Martín Sánchez
23 de febrero de 2024
en Tribuna
JOSE MARIA MARTIN DEPORTES
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Era el día 4 de julio de 1627, siendo obispo de la ciudad Melchor de Moscoso y Sandoval, quien presidía desde 1624, cuando se reunieron, domingo, después de misa mayor, el cura de la iglesia de Santa Eulalia (1), Juan de Carrión, y los disputados de la parroquia Felipe Esteban y Manuel de Vitoria con la finalidad de ‘reedificar la capilla mayor, por ser esta pequeña, estrecha y desahuciada, y no poder dar servicio a los mil vecinos que tiene’.

Buscando dinero
‘Sólo’ encontraron una dificultad: reunir los reales que hacían falta para realizarla. Qué hacer. Buscaron fórmulas y hallaron una, la de conseguir medios a través de las ‘mandas’ (2). En total recogieron 24.500 reales. Mas, si ello no fuera suficiente, se comprometieron ‘a que los feligreses habían de acudir a todo lo demás que sea necesario para concluir la obra’. En agosto obtuvieron el permiso del obispo ‘para derribar dicha capilla mayor y volverla a reedificar conforme a la traza (proyecto) que nos presentaron’. La autorización del obispo fue más lejos y dejó clara constancia de donde no debía salir la ‘pasta’ para los cuantiosos gastos: ‘No deberán tomar para ello ninguno de los censos sobre bienes de dicha fábrica ni hagan empeño de nuestra licencia’. Así de claro.

El equipo promotor, párroco y diputados, buscan y encuentran a quienes, profesionales ellos, se comprometan a realizar obra tan importante. Dos maestros de la capital, Jerónimo García (4), maestro de carpintería y albañilería, Pedro Bustillos, albañil, así como el también cantero Pedro Cubillo. Ellos se comprometen ‘a derribar la capilla, deshacer todos los tejados que ahora tiene y todas las paredes que fuera menester’.

¿En cuánto dinero se ajusta la referida obra? Aquí llega el quid de la cuestión. Los tres profesionales en su conjunto piden, por derribo y edificación, ‘40.000 reales en mano y el coste de materiales aparte’. Se llega a un acuerdo, siempre que la obra esté acabada el día 24 de junio de 1629, festividad de San Juan. Contraprestación: ‘de no cumplirse el compromiso, los profesionales contratados habrán de pagar 500 ducados para la fábrica de la iglesia’.

La plantilla de técnicos de amplía
Pero… según discurrían los días las obras no tenían ritmo. Daba la impresión de que lo firmado por los profesionales les superaba. Así lo confirmaba el hecho de que en enero, seis meses después de comenzar, se reúnen con el profesional cantero Pedro de Monasterio (3), que de ese tipo de construcción sabía y mucho, para decirle: ‘si colaboras con nosotros en la obra te damos toda la cuarta parte de la obra a pérdidas y ganancias’. Aceptó y ya eran cuatro. Pero… tampoco con el nuevo fichaje, y dado que la obra no estaba cumpliendo plazos, tienen suficiente. De tal forma que el equipo aumenta con otro cantero, Felipe García. El equipo en ese momento tiene tres profesionales de la cantería. A este le ofrecen la mitad de la cuarta parte.

Así enderezaron la marcha de de la obra. Tanto, que dos meses antes de la fecha de ‘entrega’ acordada, solo faltaban ‘remates’. En abril, el equipo constructor presenta escrito en el Ayuntamiento donde dejan constancia de haber reedificado la capilla mayor, donde figura, además, la siguiente ‘coletilla’: ‘Para realizar la obra fue necesario tomar un pedazo del cementerio’, por lo que advierten, por este motivo se ha estrechado y no podrán andar por él las procesiones que cada semana se hacen por las ánimas del purgatorio’.

El escrito culmina con una petición: ‘Licencia a los señores regidores para poder ensanchar dicho cementerio de la calle que linda con la capilla mayor.’. Los señores regidores de la ciudad concedieron el permiso. La solicitud fue resuelta con la rapidez que se hace imposible creer si hubiera sido en este tiempo que nos toca vivir.

Un final de obra inesperado
¿Se dio por buena la conclusión de la obra? Sí, claro. Todo lo especificado en el contrato se había cumplido. Incluidos los plazos. Pero…

Si usted es un feligrés o entró en la referida iglesia, en la nave central, alzando la vista habrá podido leer una inscripción: ‘Aún no estaba acabada esta capilla mayor cuando se hundió el cuerpo de la iglesia. Era viernes, 11 de mayo de 1629 (¿?), en hora de la una de la madrugada…’(5). Lo anterior es parte de la inscripción referida en la clave del arco que separa la capilla mayor en un recuadro situado en la nave central de la iglesia. Titular que da nombre a uno de los arrabales más poblados de la ciudad.

Aquello, el derrumbamiento, no podía quedar con las piedras ni con sus escombros esparcidos por el suelo. De tal manera que, superado el trauma inicial del desastre, unos meses después, todos estuvieron de acuerdo en llevar a cabo las obras hasta acabar las mismas. ‘Estas, lo describió Juan Vera en ‘El Adelantado’, permanecieron durante dos años más de lo previsto’. Hasta 1631. Las sumas de dinero recaudado se quedaban siempre cortas. Solo las aportaciones continuadas de los feligreses, como habitual ha sido por los siglos de los siglos, amén, fueron las que hicieron que la obra culminara.

El referido historiador, que buscó en el Archivo Provincial, escribió: ‘no pude encontrar las causas del fracaso de la obra realizada’.

Pues fracaso, y grande fueron. Saber sobre ello, y puede que los libros de fábrica de la iglesia se dejara constancia del desastre, ayudaría a mejor entender lo sucedido.

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(1) Construida en el siglo XII. Origen románico. Fue transformada en la época barroca del siglo XIII y puntuales ‘reparaciones’ a lo largo de su historia.
(2) Ofrendas económicas que se hacen por devoción.
(3) La escritura, ante el notario Gregorio Martínez, se firmó en dos fechas diferentes 9 de agosto de 1627 y 3 de enero de 1628.
(4) En 1627 trabaja en la obra principal del Convento de San Vicente y se quedó también con la obra de la capilla de San Frutos, en la Catedral.
(5) El referido escrito fue descubierto en las obras realizadas en la iglesia en el año 1953, Con motivo de su catorcena.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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