INSTITUTO DE BACHILLERATO MARIANO QUINTANILLA
Este instituto se construyó sobre el gran solar que antes ocupó una fundación, también de carácter docente, que llevaba el nombre de Diego de Ochoa Ondategui, fabricante de paños y filántropo, natural de la ciudad. La obra fue comenzada el año 1869, bajo dirección del que era arquitecto de la Diputación Provincial, Antonio Bermejo y Arteaga. La primer gran tarea, como en tantos otros puntos de Segovia, ciudad de complicada orografía, fue la explanación del terreno, lo que se hizo levantando muros que lo igualaran en dos direcciones, de oeste a este y de sur a norte; el vacío se rellenó con escombro y tierra, el perímetro se rodeó con verja de hierro dividida en varios tramos por pilares de granito y para el acceso se construyó una gran escalera de tres frentes con losas de granito.

Luego, conseguida la llanada, ésta quedó partida en dos mitades, una para el edificio y otra para patio, dividido a su vez en dos partes desiguales tanto en dimensiones como en altura, dejando una franja estrecha paralela a la verja delantera más baja que el resto, lo disminuiría costos de relleno.
Durante algún tiempo, el centro docente acogió a estudiantes de bachillerato y de magisterio. Estos últimos, entre otras asignaturas, tenían que cursar la de Agricultura y a esta circunstancia pudo deberse el hecho de que en el patio se hiciera un jardín, del que quedan dos soberbios cedros del Himalaya y un testimonio fotográfico en el Museo Zuloaga.
Tras la guerra civil, los estudios de magisterio se trasladaron a otro edificio y el jardín se transformó en campo de deportes, con canastas de baloncesto, foso para saltos y zonas de lanzamiento, salvándose de la vegetación preexistente, los dos cedros, ya demasiado corpulentos y notables para que nadie se atreviera a derribarlos, alguna vieja acacia y un arce de Montpelier, ejemplar único en los jardines segovianos.
En 1969 recibió el nombre de Mariano Quintanilla en recuerdo de quien había sido profesor y unos diez años más tarde se dio un primer paso para volverlo a convertir en jardín, con la colocación de un monolito y la plantación de un ciprés y unos rosales.

En el momento actual, todo el patio es un jardín que tiene incorporados accesos y caminos pues su diseño se ha hecho atendiendo a su trazado. Y atendiendo también, como no podía ser menos, a lo marcado por los dos grandes cedros entre los que se abre la calle que lleva a una fuente con surtidor y pilón, rodeada de un emborrillado y centro de una plazuela contorneada por seto de tejo y banco corrido que llena el conjunto y conduce hasta la amplia fachada.
Al fondo, en paralelo con aquella, hay acacias de sombra; y a la izquierda, marcando el camino de acceso al paraninfo una alineación de árboles de distintas especies: acacia, abedul, serbales…
Y a la derecha, un espacio rectangular sembrado de hierba y, entre ella, arbustos, viburnos y halimium, recortados. Para marcar una separación con el conjunto, o para protegerlo, todo rodeado por enrejados de hierro. Es un jardín interesante: por la lluvia de polen de los cedros que cubre todo de amarillo, por los colores otoñales de la viña virgen, por el acierto de haber puesto un serbal, por tratarse de un jardín que se perdió pero que se ha recuperado y por haber introducido en él un encintado de granito aunque sea labrado en tiras prismáticas y no en el cuarto de bocel que da carácter a tantos jardines segovianos.
Quien desconozca esta zona urbana y se llegue hasta ella puede creer que ese jardín forma un todo con el verde de la Plaza de Día Sanz, donde se introdujo una fuente monumental arropada por pinos de los que hoy sólo quedan dos. Luego, en actuaciones sucesivas, se levantó un murete a ambos costados de la escalera del Instituto, que también recibió tierra vegetal, pinos y otras plantas autóctonas, mientras que en la acera próxima a la fuente se pusieron encinas que dan sombra a los automóviles que aparcan bajo ellas. Lo agreste y lo urbano unidos, curiosa estampa que no en muchas ciudades puede verse.

INSTITUTO DE BACHILLERATO ANDRÉS LAGUNA
Si el jardín descrito tuvo su origen en la cátedra de Agricultura que formaba parte de los planes de estudio de los alumnos de Magisterio que compartían sede con los de Bachillerato, el del Instituto Andrés Laguna nació de un proyecto arquitectónico que supo armonizar elementos constructivos y jardinería, tan bien combinados que mereció el Premio Nacional de Arquitectura del año 1963.
Es de los pocos jardines segovianos, por no decir el único que, habiéndose trazado sobre un talud de fuerte pendiente, el que separaba el paseo del Conde de Sepúlveda de los altos de las Lastras, no partió de hacer previamente una explanación sino que supo jugar con ese desnivel para distribuir por él edificios y jardines. Con acierto.
La gran fachada paralela al paseo quedó suavizada con escalones y con varias pequeñas zonas ajardinadas: a la izquierda, árboles de pequeño porte, como el amelanchier, y otros mayores, cedros y cipreses, con los que se establece la unión con las viviendas aledañas; al centro, arbustos de lauro y fotinia; y a la izquierda, seto de bajo porte, hiedra tapizando un muro desarrollado en altura y un cedro del Himalaya que pronto alcanzó grandes dimensiones, pero que acabó siendo derribado por el viento.

Lo más complicado, pienso, hubo de ser dar unidad al desnivel trasero, al que salían aulas, gimnasio y otras dependencias. Se hizo diseñando una serie de polígonos unidos por caminos y entre ellos se introdujeron las plantas que, buscando acaso proporcionar un valor añadido a lo proyectado, el didáctico, no se realizó haciendo una plantación cerrada de especie única, sino con muchas, en formación dispersa, colocando plantas aisladas y en pequeño número dentro de los polígonos diseñados, siguiendo líneas y linderos para que pusieran su nota de color entre el ladrillo y el cemento además de servir de contrapunto, con sus formas, a las de la arquitectura.
Salvado el acceso, hay una zona con césped rodeada de seto de aligustre, con dos cedros, dos arizónicas, tres mahonías, un almendro, un abeto, un pino, un árbol del amor y una fotinia. Sobre esta pradera, se dibujó otra zona triangular, de mayor superficie, en la que hay cedro, calocedro, ciprés macrocarpa, populus balsamifera y populus

boleana. Subiendo a la puerta que da a Las Lastras, a la derecha, hay olmos pumila, abedul, almez, durillo y budleia; y a la izquierda, más descuidada, una acacia grande, chaparreras de acacia, taray y acacia de Costantinopla, Albizia julibrisium, un árbol bellísimo pero del que sólo hay este ejemplar en los jardines segovianos.
Una bajada entre dos bloques por el lado derecho del conjunto se estrecha con otra línea verde en la que, pasado un olmo de Siberia y un ciprés, se integran tres matas de lonicera ligustrina, con sus diminutas hojas, y un rosal. Pincelada de otro color en un jardín en el que domina lo verde en sus más diversos tonos.
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Supernumerario de San Quirce.
porunasegoviamasverde.wordpress.com

