Realizar una actividad deportiva contribuye a mejorar el estado de salud de quien la practica, puesto que a los evidentes beneficios físicos que conlleva, también mejora su desarrollo personal y social. Sin embargo, suelen ser los más aptos los que participan mientras que los “otros” suelen verse excluidos.
Recientemente apareció publicada una noticia en este periódico en la que se informaba de la Liga MEnTEGOLES 2024. Una iniciativa que trata de fomentar hábitos de vida saludables, entre los que se encuentran también las relaciones sociales de los participantes, mediante la práctica del fútbol sala. Los integrantes de estos equipos son deportistas con problemas de salud mental, quienes disputan sus partidos de liga contra otros de nuestra Comunidad.
Este ejemplo demuestra las grandes posibilidades que genera el deporte cuando se orienta hacia la inclusión. Garantizar que todas las personas tengan acceso a la actividad física debe ser un objetivo prioritario tanto para las instituciones públicas como para las distintas federaciones deportivas. Es cierto que los más dotados y aptos para practicar una especialidad deben competir en ligas formalmente organizadas, pero también pueden abrir un hueco para dar la posibilidad de que participen otros colectivos.
Especialmente en edades tempranas, la iniciación deportiva debe contemplar que ambos sexos puedan compartir el mismo espacio de juego, también aquellos que puedan presentar alguna discapacidad física, sensorial o mental; siempre y cuando se adapten las reglas para compensar algunas deficiencias que presenten los participantes o bien se adapten los espacios y los materiales para que haya una mayor fluidez en el desarrollo de la actividad.
Por tanto, el deporte inclusivo no solo beneficia a las personas que tradicionalmente han sido excluidas, sino que también enriquece la experiencia a cualquier participante al fomentar el respeto, la solidaridad y la diversidad.
