El último Informe PISA se ha convertido en todo un hecho histórico al revelar que los peores estudiantes de España son los catalanes y que globalmente Occidente retrocede frente a Oriente en educación.
Tal como dice G. K. Chesterton en su libro Ortodoxia (Acantilado), hechos así no están determinados por las ideas sino por la voluntad de las personas. De este axioma podemos deducir que lo que les pasa a nuestros jóvenes (autonómicos y globales) es que no quieren aprender, simplemente eso. Y bien pensado tiene sentido: si valoramos “lo diverso, lo equitativo y lo inclusivo” por sobre cualquier otra cosa, las matemáticas y la lectura sobran, la verdad sea dicha. ¿Cómo no nos hemos dado cuenta antes de estas contradicciones tan evidentes? La respuesta también es chestertoniana: nosotros, los menos jóvenes, no nos hemos querido dar cuenta tampoco, y ello a pesar de saber ya desde hace algún tiempo que el suicidio es la primera causa de muerte entre esos mismos jóvenes. Sólo hemos reaccionado en tromba cuando el susodicho informe nos ha dejado en evidencia ante la comunidad internacional: que la imagen se haya convertido en lo más importante de nuestras vidas ya da pistas de lo antihumana que puede llegar a ser la nueva barbarie que nos invade, la Barbarie 2.0.
Barbarie no significa ignorancia, cuidado, sino la actitud hostil de una cultura nueva y distinta contra valores que consideramos civilizados. Esta definición de barbarie también es de Chesterton y la plasmó en Sobre el concepto de barbarie (Ediciones Espuela de Plata). Para el defensor de los valores europeos durante la primera guerra mundial, el salvajismo no resulta un peligro real para la civilización, pero sí lo es la combinación entre tecnología y una moral torcida. ¿Cómo es esta nueva barbarie que ahora nos amenaza? Al igual que entonces, es una mezcla de tecnología (ahora digital, y no química) con una versión atrofiada del liberalismo (y no el imperativo kantiano de la Prusia de principios del siglo pasado). Esta nueva barbarie, que combina la disponibilidad digital con una hipérbole libertaria, está destruyendo los valores universales acordados tras la segunda guerra mundial.
Byung Chul-Han acierta al señalar que el mundo digital, que expulsa lo distinto por mor de algoritmos excluyentes, fomenta personalidades egocentristas, despóticas y patológicas. Sin embargo, hay que reconocer que esto está funcionando de manera distinta en lugares del mundo donde la libertad se interpreta de maneras distintas. En Taiwán se multa a los padres que les permiten a sus hijos demasiadas horas de conexión a internet, establecidas por ley atendiendo a sus edades. Cosas similares hacen otros países asiáticos que salen bien parados en el Informe PISA. En Europa y América, sin embargo, los padres exigen una libertad absoluta para decidir cuándo, cuánto y cómo sus hijos usan sus dispositivos digitales.
En España la Barbarie 2.0 está tan avanzada que algunas comunidades autónomas han tenido que dotar de fuero de “autoridad pública” a los profesores para protegerlos ante el aumento de la violencia contra ellos. El 79% de los profesores de secundaria declaran haber sido agredidos por sus alumnos y el 39% por parte de sus padres según CSIF, la Central Sindical Independiente y Funcionarios (El Plural, 23/11/2023). El estado y la sociedad civil tienen que recuperar un balance razonable entre libertad y normatividad en la educación que permita aprovechar la espléndida revolución digital en curso, combatiendo, al mismo tiempo, sus posibles efectos colaterales negativos. La Barbarie 2.0 es “deliberadamente antitética a la civilización y enemiga de ella” (Chesterton) y ofrece, como todas las barbaries, unos valores alternativos que resultan atractivos cuando se les considera en abstracto, separados de la vida. La libertad y lo digital se deben armonizar para intentar ralentizar (o incluso invertir, quién sabe) el declive de Catalunya y Occidente en general que el último Informe PISA ha oficializado.
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(*) Miguel Jaime es doctor por la UPC de Barcelona, donde ha sido profesor asociado. Ha sido Visiting Associate de Harvard, profesor de la IE University en Segovia y Assistant Professor de tres universidades del Medio Oriente. En la actualidad es miembro del grupo artístico e investigador CritTeam.
