Contemplando desde levante el recinto amurallado de Segovia se ve una mancha verde que, aunque no muy bien definida, llama poderosamente la atención por su extensión y por el contraste que hace con el ocre claro de la piedra y el pardo rojizo de los tejados, colores que definen las construcciones.

Se extiende por un espacio con edificios de desigual volumen y estilo, aunque predominan las mansiones nobiliarias, y es sorprendente que pueda haber tal islote de verdor en un espigón calizo tan árido y en una ciudad tan escasa de agua que necesitó que los “ingenieros” romanos aguzaran su “ingenio” para dotarla de un acueducto que acercara tan indispensable elemento a la población, pero… Tesón y acierto de las generaciones que sucesivamente han venido habitando el caserío segoviano.
La mirada deberá ir alta si el paseante quiere hacerse con algo de lo mucho que existe en ese trozo del barrio de los Caballeros al que pone límites la muralla que defendía la ciudad. Pasando de la plaza de Colmenares a la calle Luis Felipe Peñalosa, vemos a la izquierda la casa de la familia de este personaje. Posee jardín, pero no puede verse por estar cerrado con puerta de hierro aunque, desde el exterior, se vislumbran cipreses y arces. Está bien cuidado, tiene algún arbusto poco frecuente en Segovia y hermosas flores de primavera, como narcisos y jacintos; y, volcándose hacia la calle, una masa de oscura hiedra, tan tupida, que parece un segundo muro.
Tiene continuación, y acaso en su día formara unidad con él, en el jardín con el que limita:
El jardín del palacio de los Marqueses de Lozoya
Diré de este jardín del palacio de los Marqueses de Lozoya que -hasta no hace mucho tiempo- fue huerto, aduciendo como testimonio el hecho de que Juan de Contreras, padre de la actual marquesa, todavía decía “salgo al huerto a dar un paseo” siempre que bajaba a él.

El palacio perteneció a los Cáceres y en 1807, su poseedora, doña Antonia de Avendaño y Cáceres, condesa de los Villares, se lo vendió a don Julián Thomé de la infanta, cuya hija casó con dos Luis de Contreras, marqués de Lozoya, de lo que le viene su actual denominación.
Era una propiedad muy extensa, que tenía corralón para guardar caballerías y para que pudieran maniobrar los carruajes que entraban y salían, pradera para tender la ropa, eras para sembrar hortalizas y un “rincón de flor”, donde se cultivaban flores de temporada.
La transformación en el jardín que es hoy data del último tercio del siglo XX y se debe a la actual marquesa, Dominica de Contreras quien, combinando lo nuevo con lo que había, ha logrado un complejo en el que conviven, de forma armónica, arquitectura y jardinería.
El palacio es una típica casa señorial segoviana, con portada románica que estuvo en la desaparecida iglesia de San Pablo, zaguán, patio con columnas de principios del siglo XVI y salida a la sección oriental de la muralla de la ciudad desde donde se tienen espectaculares miradores a los arrabales y al Acueducto.

El jardín, atendiendo a la topografía del lugar, se ha desarrollado en varios niveles, componiendo un conjunto de carácter un tanto ecléctico, en el que se combinan elementos propios del jardín formal —cuadros geométricos— con otros definidores del jardín paisajista —umbrosos sendero y contrastes de colores— y en el que arquitectura y vegetación se mezclan con acierto. Es, quizá como todos los jardines, para ser recorrido despacio y con los sentidos despiertos, a la espera de que florezcan, según la época, las lilas, las celindas o las rosas; observar aquel fragmento de arco plateresco, rejas fernandinas o isabelinas, la puerta dieciochesca labrada en granito con pilares rematados con piñas pétreas y el estanque de ladrillo con su fuente.
También visitar el que fue refugio antiaéreo durante la Guerra Civil, en los años en que el caserón fue confiscado por el general Varela como cuartel general. No eran años como para protestar por el asunto, así que allí se quedó el dichoso cubo de hormigón. Gracias a la magia ejercitada luego por Felipe Peñalosa, ese genial “tramoyista”- nos parece un cubo más de la muralla.
Y unidas a estos restos, perfectamente engarzadas con ellos, están las plantas, de tanta variedad que resulta difícil creer que pueda encontrarse en un jardín urbano, por grande que este sea.

De lo que hubo en el primitivo huerto y de lo que se ha puesto ¿añorándolo?, hay un grueso nogal y una sarmentosa parra que da sombra a umbroso emparrado, un albaricoquero, un cerezo, un manzano y un laurel. Árboles de hoja peremne son catorce cipreses (macrocarpa, sempervirens, piramidal y piramidal estricta), tres palmeras, un cedro, un libocedro y un tejo. De hoja caduca hay un ailanto, un árbol del amor, un árbol de Júpiter, un arce de Montpelier, un carpe, un cinamomo, un paraíso y tres tilos (dos platiphila y un microphila).
¿Sigo? A la trepadora hiedra y a las plantas para setos, aligustres, escalonia y chamacerasus, se suman numerosas arbustivas: abelia, bambú, bojes arborescentes, berberis púrpura, celinda, forsithia, fotinia, lauro. lila, madroño, madreselva, romero, spirea, viburno y vinca.
Los pinos que se fueron
Bajando hacia Segovia por la avenida Padre Claret, el visitante puede ver casi en su totalidad la alineación de casonas y espacios verdes que forman el frente de Segovia por levante. Casa y jardín de la familia Peñalosa, palacio y jardín de los marqueses de Lozoya, casa fuerte y patio arbolado de la familia Hernández Escorial… Estos últimos son los que se ven en la fotografía que ilustra el artículo.
Un día miré, lo mismo que hacía siempre, y la vista que apareció ante mis ojos fue distinta. Faltaba algo. ¿Qué era? El grupo de árboles que llenaba el patio de atrás de la fortaleza que hemos conocido como Casa de Segovia, Casa de las Cadenas o de la familia Hernández Escorial había desaparecido.

Como no entré nunca en aquella mansión no sé si formaban parte de un jardín ni cuantos árboles había. Sólo que eran los que por aquí se llaman pinos negrales, salgareños o laricios —Pinus nigra var. laricio—el que mejor se desarrolla en suelos calizos como los de la lastra sobre la que se alza la ciudad amurallada. Los desaparecidos eran hermosos y potentes, capaces, como puede apreciarse en la fotografía, de competir en volumen con los torreones del entorno y aún superarlos en altura.
Desconozco las razones que motivaron esta tala. Pero lamento su desaparición, no poder contrastar su verdor con el ocre claro de las construcciones que los rodeaban y ahora, si miro hacia allí, tener que ver demasiado muro.

Veamos el vaso medio lleno. Callejeando por aquel rincón, el paseante podrá ver la bonita estampa que forman el torreón medieval de la Casa de las Cadenas, el ábside de la iglesia de San Sebastián y una palmera que antes ocultaban los grandes pinos.
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Supernumerario de San Quirce
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