No es fácil lograr un consenso cuando se trata de definir la Vida. Porque existen tantas visiones como mentes y tantas experiencias como individuos. Para unos será una causa; para otros un efecto, un regalo, una oportunidad, una contingencia, un valle de lágrimas, un mar de desgracias, un espacio de dicha, un océano de felicidad. Unos buscarán la plenitud fuera y otros girarán su indagación hacia el interior. Hay quienes han venido a robar y quienes están aquí para dar. Hay quien asevera que todo es materia y quien está convencido de que todo es la forma de expresión de la Conciencia. Pero, como en cualquier inicio de negociación, para tratar de lograr un acuerdo, el proceso comienza con la acción inactiva de sentarse, detener por un instante el discurso mental de la creencia individual y colocarse en la primera premisa sobre la que no cabe discusión: La Vida, es nuestra Gran Maestra.
Y es que la Vida no sólo enseña, educa a ser de una determinada manera. Muestra que lo que traes es lo que te llevas. Deduce que el amor no tiene edad, sino que cambia de forma según aumenta esa edad.
Que las batallas están para vencerlas.
Que las heridas se curan y las cicatrices perduran.
Que tus padres te han dado la oportunidad de vivir y tus abuelos se la dieron a ellos para que pudieras sentir.
Que los amigos vienen y van.
Que lo que hoy es así, mañana es asá.
Que todo está en permanente cambio y que saber deslizarse en él es la fuente de tu poder.
Que las flechas son simples flechas y no se dirigen contra ti, sino contra tu vulnerabilidad.
Que el Sol está siempre presente, aunque de vez en cuando se esconda.
Que en tu camino aparecen personas buenas y malas porque el mundo es así, pero la sabiduría de reconocerlas es inherente a ti.
Que la confianza expande y el miedo contrae.
Que la Vida, aunque a veces dura, perdura, madura y tritura el miedo a morir, porque lo que se va se fue y lo que se queda es.
Que hacer lo que se debe hacer es la primera lección de tu saber.
Que respirar es vivir, que vivir es soñar y que soñar es encontrar lo que has venido a vivir.
Que la edad otorga experiencia y la experiencia es la ciencia que despierta la excelencia en la acción a realizar.
Que para aprender, es necesario acercarse a los que saben y escuchar con humildad lo que te tienen que enseñar.
Que el respeto a los mayores es la señal de tu iniciación en el camino de la sabiduría.
Que el verdadero Maestro hace de espejo de tu infinitud.
Que si has llegado a conocer es porque te has equivocado muchas veces al elegir.
Que la Vida es poesía y la poesía ambrosía.
Y es que la Vida enseña que el contorno es lo que da la forma, que la forma limita y que la limitación se nombra.
Que dentro y fuera es lo mismo.
Que la Vida es una y los nombres muchos.
Hay momentos en la vida especialmente propicios para escuchar su enseñanza. Vivir la Vida es estar atento a ella. Y en esa atención, la Vida habla a través de tus Maestros.
Un amigo, cuando dejaba la Vida, me dijo: “Ángel, todo es al revés de cómo nos lo han contado”. He podido comprobar que es cierto. Mi padre, en idénticas circunstancias, me instruyó: “Cómete la Vida a bocados. Saborea cada instante como si fuera lo último que te vas a llevar a la boca”. Mi consorte, día a día, me permite experimentar que el Amor, cuando es amor y madura, te enseña la experiencia de unidad. Mi Maestro lanzó su flecha para que siguiera su camino hacia la diana; una diana en la que está escrito: “Adora a tu propio Ser.
Ama a tu propio Ser. La divinidad está en ti, como tú mismo”. Esta mañana una niña me ha enseñado que sus palabras “abuela, tengo que hablar contigo muy seriamente” contienen que el presente es lo único que importa. El Sol, me ha mostrado el arte de dar sin diferenciar.
El Agua, me ha indicado el modo de nadar sin oponer resistencia. El Aire, la manera de acariciar sin dañar. La Nieve el arte de deslizar y soltar.
Y es que la Vida siempre está bailando. Por eso, vivir es el arte de acompasarte con ella. Entonces, resurge la alegría independiente, renace la libertad indestructible, revive la certeza inapelable. La Vida me ha enseñado que siempre vive y que en ella se puede estar vivo o muerto en vida. Y, llegado a este consenso, toda discusión carece de importancia.
