He leído hace unos días el libro de Guillermo Herrero Gómez titulado “Librería Cervantes”, cuyo subtítulo es “Una página en la historia de Segovia”. Y realmente es una interesante página de nuestra historia contada con sencillez y naturalidad.
Ha sido una lectura amena e ilustrativa sobre una familia de libreros de referencia en Segovia, aunque debo reconocer que para mí la librería Cervantes siempre ha sido lo que representa la foto de la página 112 del libro. Esa magnífica foto donde se ve a Petrita Gómez Yuste con su característica sonrisa y detrás a Guillermo Herrero García que, con la humildad que le caracterizaba, aparece en un segundo plano medio escondido, como queriendo dar todo el protagonismo a su esposa.
Eran dos personas tan amables y educadas que daba gusto entrar en la librería como cliente. Mi padre siempre decía que una cara que no sonríe no puede abrir un comercio, pero en este establecimiento la sonrisa y el afecto estaban asegurados. Siempre me parecieron dos personas entrañables que además supieron elegir muy bien a los dependientes que les acompañaban porque todos eran gente estupenda.
Se trata de un libro muy sugestivo que se lee con interés y que va acompañado de escenas de la vida cotidiana, de la Segovia antigua, de portadas de libros, de personajes de la época, de la propia librería y sus trabajadores, de fotos familiares de la interesante saga de libreros…
Pero a lo largo de su lectura también hubo un momento donde sentí un poco de vergüenza. Y voy a tratar de explicarlo. Es en la parte donde se describen las dificultades y ataques a la librería en el arranque del s.XXI. Después de relatar alguno de esos ataques sin sentido (pintadas, rotura de cristales, escupitajos…) que se hacían con la manifiesta intención de hacer daño y amedrentar a los dueños de la librería, dice el autor que “nadie, absolutamente nadie, salió entonces a defender públicamente a mi padre, que estaba solo, a la intemperie”. Por eso cuando lo leí me sentí avergonzado, al menos de la parte alícuota que me correspondería, porque en esa época tenía responsabilidades políticas y no hice nada. Y no entiendo la razón de mi pasividad, porque como bien señala el autor, era un ataque a unas ideas; ideas que por cierto comparto en gran medida. Por eso desde aquí ofrezco a esa familia mis más humildes disculpas, aprovecho para darles la enhorabuena más cordial por todos los años que dedicaron a hacernos más fácil la lectura, y para desear a Guillermo Herrero Gómez, el último de la saga por el momento, todos los éxitos en el futuro.
Y no quiero terminar esta breves líneas sin decir que estoy completamente de acuerdo con Manuel Fernández Fernández, -a quien por cierto debo agradecer las afectuosas palabras que me dedica en un reciente artículo-, que en un certero escrito en El Adelantado reclamó un homenaje público instando al Ayuntamiento a reconocer que durante más de un siglo la librería Cervantes ha estado al servicio de los segovianos.
