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Año nuevo, tiempo cíclico y fin de la Historia

por Sergio Plaza Cerezo
9 de enero de 2024
en Tribuna
SERGIO PLAZA CEREZO
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En tercero de BUP –curso 1983-84-, tuve un gran profesor en la asignatura de Filosofía: hombre educadísimo, afable y de trato cercano. Por aquel entonces, Miguel Ángel era joven, progre, con barba, gafas y lleno de ilusiones. Su compromiso profesional rebasaba con creces las obligaciones docentes más burocráticas. Las clases desbordaban los programas convencionales; y hasta hubo margen para adentrarse en la Psicología, con Freud y Adler presentes en las explicaciones. A partir de dicho espíritu iniciático, siempre abierto a las actividades extracurriculares, fuimos en dos ocasiones al centro de Madrid. La Gran Vía fue uno de los destinos, donde nos dijo que eligiéramos la película que quisiéramos ver.

En aquella bendita heterodoxia, hubo una lectura obligatoria: “El mito del eterno retorno”. Aquello era nivel; estas profundidades resultarían impensables en el bachillerato actual. Las carencias de los universitarios respecto al acervo llamado “cultura general” son manifiestas; lo constato, alarmado, “in crescendo”, en mis clases.

Les cuento esto porque, décadas después, acabo de releer esta obra de Mircea Eliade: un libro adecuado para estas fechas. El antropólogo rumano argumenta cómo antaño, en las sociedades tradicionales, reinaba la rebelión contra el tiempo concreto, profano. Su regeneración periódica permitía la expulsión de la Historia, en tanto solo lo sagrado era real. El mito del eterno retorno recreaba los orígenes fundacionales dentro de un presente atemporal.

El judaísmo incorporará la visión lineal que rige en Occidente: la idea de salvación con la llegada del Mesías al final de la Historia. Un planteamiento que, más allá de la cuestión religiosa, domina el enfoque de Carlos Marx con la profecía de desaparición futura de la lucha de clases, cual liberación y colofón del enfoque dialéctico debido a Hegel.

Mircea Eliade plantea cómo, frente a las élites judías y cristianas que adoptaron de forma más temprana la visión lineal de la Historia, los estratos populares se aferraban a la concepción cíclica del tiempo, expresada por el calendario litúrgico. Ahí aparece una dualidad a la que seguimos apegados.

En las sociedades precristianas de Europa, los solsticios de invierno y verano constituían anclas fundamentales, dentro de la perspectiva cíclica del tiempo mítico. El día más largo del año adquiría connotaciones mágicas para los druidas en los monumentos megalíticos como Stonehenge. Por cierto, “Midsommar” (2019), dirigida por Ari Aster, es una de las películas de terror más inquietantes de los últimos años. La trama se desarrolla en Suecia, mientras se celebran unos extraños rituales vinculados a un festival durante la entrada del estío. En el mundo animal, ciertas conductas biológicas vinculadas al instinto reproductivo se asocian a esas jornadas claves en los procesos de alargamiento y acortamiento de las horas de sol.
En la tesitura de fusionar lo viejo y lo nuevo, el cristianismo se apuntó un tanto al vincular el nacimiento de Jesucristo a un día muy concreto de diciembre. La religión monoteísta sellaba el carácter sagrado de una fecha mágica para las creencias paganas previas. El lenguaje nos hace humanos; pero, Karl Popper plantea que, más allá de un lenguaje primigenio, descriptivo, lo que marca la diferencia viene después. El momento en que el Hombre aprende a mentir.

Los lugares comunes me resultan muy aburridos; y, dentro de dicho elenco, incorporo los rutinarios “Feliz Navidad” y “Feliz Año”, pueriles. Cuando me interpelan, respondo, sin énfasis, con vocablo de cortesía: “igualmente”. En realidad, España tiene naturaleza esponjosa; y celebra unas fiestas pasadas por el rodillo de la etiqueta “made in USA”, cual fiesta consumista. Los bazares chinos son embajadores del poder blando dimanado desde Nueva York; y llama la atención el número desbordante de muñecos rojiblancos de Papá Noel almacenados durante esta última edición. Escucho a una niña que habla de “Santa”, como si estuviera recién llegada de Kansas City. Según parece, Papá Noel es término en desuso. Una pena que nadie se acuerde ya de los pobres Reyes Magos, mal adaptados a la globalización pese a las cabalgatas. ¿Cuestión logística de mercado? Si los juguetes llegan el día seis de enero, ya no quedan días suficientes de vacaciones para solaz de los infantes.

Los españoles siempre aludimos a “la Nochebuena”; pero en Latinoamérica se opta por “la noche del 24”. Cómo se desdobla el idioma vernáculo, tan rico en modismos. Me encuentro por la calle con un joven chileno; y, tras breve conversación, empatizo y pienso que “el cabro chico no está contento con su peguita”. Traduzco: el muchacho, miembro más joven de su familia, encantadora, se encuentra insatisfecho con su trabajo. Por cierto, “curro” ha entrado con fuerza en Argentina; y hasta el presidente Javier Milei ha pronunciado esta palabra hace días, en el país italianizado donde cualquier empleo es un laburo.

En muchos fenómenos económicos, suele ocurrir que la oferta crea su propia demanda. Así, me sorprende cierta escena presenciada en un supermercado de Segovia: un hombre deseaba a su interlocutor una “Feliz Navidad” en jornada tan temprana como el dos de diciembre. Los dulces propios de estas festividades ya estaban a la venta en los estantes desde antes de la finalización del mes de septiembre. De forma paradójica, cuando llega la Nochevieja ya casi no se pueden encontrar mazapanes ni turrones. Cumplo años a inicios de diciembre; y, cuando era niño, ante aquel día, se me antojaban lejanas las vacaciones de Navidad. Ahora, ocurre todo lo contrario: iluminación y decorado engalanan los centros urbanos demasiado pronto. Tal vez, ya siempre es Navidad.

La entrada de 2017 aconteció en una terraza a la francesa, es decir, con mesas orientadas para ver a los transeúntes, correspondiente a un café situado en la costanera de Nom Pen. La normalidad era absoluta, solo alterada por algún petardo lanzado por escasos mochileros occidentales. Apenas un año después, cenamos en un restaurante de Pokhara, puerta de entrada al Annapurna. Desde aquella segunda planta, abierta, contemplábamos el ambiente callejero. Una multitud de jóvenes bailaba al son de una música euforizante tipo Bollywood.
Todos hemos visto esas películas en las que el director de la prisión ofrece la última comida, opípara, al condenado a muerte. El día de Reyes de 2021 merendamos roscón; y todo iba bien. En esas Navidades, al deleitarme con platos de engorde, mi hermano me advertía: “parece que quieres que te de algo, para que decidas ponerte a dieta”. Eran los últimos días de esplendor en la hierba; y, cuando íbamos solos, le pedía que bajara el ritmo de la caminata, pues no le podía seguir al ascender por la calle Real. En esas jornadas inaugurales de 2021, para animarse frente a la expectativa de un invierno áspero, mi hermano me mostró un gráfico en la pantalla del ordenador: “ves; solo hace frío de verdad durante algunos días” -de la cuesta de enero-.

Una vez pasados los reyes, todo terminó. De golpe y porrazo, sentaron plaza tristeza y destierro en el no-viaje venidero hacia ninguna parte. Ahora, tras la inauguración de 2024, espero el aniversario de mi Año Nuevo negro. Llevábamos tres años en Segovia; y, yo le dije a mi madre que, pronto, completaríamos tanto tiempo sin él como aquel otro, previo, compartido en familia. Ya ha llegado: tres más tres. En realidad, me quedé allí, varado, con el silbido de la estufa como fondo sonoro en el salón del piso siniestro. Desde entonces, durante esos mil y pico días, solo ocurrió una cosa bonita; pero no terminó bien.
Debo ser muy español, porque, según escribiera Jaime Gil de Biedma,

“De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal”.

El tiempo subjetivo tiene una dimensión cíclica; pero acontece lo mismo con el tiempo histórico. Una vez caído el Muro de Berlín, Francis Fukuyama enunció su tesis sobre el fin de la Historia. El triunfo del tándem integrado por democracia liberal y economía de mercado parecía auspiciar un futuro de concordia internacional y dividendos de la paz. En realidad, nos adentramos en la senda hacia un orden multipolar con potencial de inestabilidad que recuerda a épocas pasadas; mientras, China, una gran potencia no democrática, no cesa de ganar peso.

El retorno de las ciudades-estado de facto, ahora llamadas globales, como si estuviéramos en el Renacimiento, es otro regreso al pasado. Yo vivía en una de ellas (Madrid); pero, ahora escribo desde la España profunda.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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