Recorrer estas tierras atentos a lo que la mirada pueda mostrarnos, depara sorpresas como la que supone toparnos con una iglesia románica decorada con palmeras esculpidas en la cornisa. ¿Se lo imaginan? Pues no sólo eso. La parroquial de Sotillo, del siglo XII, además de las dos palmeras, tiene portada lobulada y el relieve de un dromedario en las metopas, algo que nos habla de un artista que había conocido, Dios sabe en qué modo y manera, el norte de África y que quiso hacernos partícipes de algo de lo que allí vio.

Una vez encontré el grabado de un artista flamenco, Jan Cornelisz Vermeyen, que llegó a España el año 1523 acompañando a Carlos I en la expedición que éste dirigía contra Túnez. De su paso por Segovia nos queda el primer buril que conocemos con una imagen bastante fiel de la parte de la ciudad en la que está el Acueducto, por más que, detrás do lo que hoy es el famoso Mesón de Cándido, dibujara unas palmeras. Un nuevo salto en el tiempo me permitió alcanzar el siglo XIX y encontrar una estampa, obra de los belgas Vanderhech y Pannemaker, que nos dejaron otra vista de la ciudad con la plaza de toros delante y, en el lado opuesto, la silueta inconfundible de tres palmeras.
Ninguno de aquellos artistas del pasado pudo ver en Segovia las palmeras que representaron, reconocibles como datileras —Phoenix dactylifera— que aquí, donde tan crudos y fríos son los inviernos, no sobreviven.
Vamos entonces a dejarnos de representaciones y a fijarnos en las palmeras reales que aquí tenemos. No son las que se mecen al viento de los trópicos ni las que, nacidas en los oasis, alegran los arenales de los desiertos norteafricanos. Son ejemplares de Trachicarpus fortunei, originarias del Extremo Oriente y únicas capaces de soportar sin helarse temperaturas tan bajas como las que se dan en nuestros crudos inviernos.

El nombre del género viene de las palabras griegas trachi=áspero y karpos=fruto (fruto áspero); y el de la especie, del apellido del explorador británico Robert Fortune, que las descubrió en sus viajes por China y Japón.
El punto de crecimiento de esta palmera es una yema que se abre en lo alto de la copa y de la que brotan las hojas compuestas de foliolos que salen del centro del peciolo radialmente, formando abanico y dispuestas en torno al tronco, que no tiene madera sino un apretado haz de fibras. No crece, pues, en grosor, sólo en altura, y no da lugar a la aparición de anillos que nos permitirían calcular su edad.
He intentado averiguar, sin conseguirlo, el cuándo y el quien de su introducción en Segovia.
Hay dos antiguas relaciones del arbolado urbano hechas los años 1845 y 1880 y en ninguna de ellas aparecen citadas, así que supongo que tuvieron que llegar con posterioridad a esas fechas. El primer testimonio fiable de que ya existían algunos ejemplares son dos fotografías hechas en la Academia de Artillería y que datan de 1920 y 1930.

La primera es una vista del Jardín del Magnolio con unas hojas de palmera en el ángulo inferior izquierdo. En la segunda se ve el jardín de la fachada principal del edificio militar que se adorna con dos ejemplares ya más crecidos. ¿Vinieron, pues, vía Academia de Artillería?
Como me gusta animar lo que escribo con historietas o relatos que he conocido, traigo aquí la que sigue, relacionada con la Academia de Artillería, sus moradores y tan gráciles plantas:
Un director del centro estaba casado con una mujer tan guapa y esbelta que los cadetes la conocían como “La Palmera”. Sabido es que esos muchachos, la víspera de Santa Bárbara, su patrona, hacían bromas sonadas. Pues bien, un año no tuvieron mejor idea que ir de noche a un jardín de la ciudad armados con picos y palas para arrancar una palmera que, seguidamente, colocaron delante de la puerta de la supradicha señora.
Otra posibilidad es que las introdujeran los señores Puigdollers y Vinader, catalanes que adquirieron la Casa de la Moneda cuando ésta se cerró por centralización en Madrid de la acuñación, y cuya huerta transformaron en jardín romántico del que aún se conservan tres palmeras de gran porte.

Entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, otra vez mediando el Patronato de Jardines, se pusieron palmeras en el Paseo del Salón, lugar que tiene un invierno más soportable por su orientación al mediodía. Hay bastantes. Me gusta una que se alza haciendo línea con la torre de la catedral; y más mirar las plantadas al pie de la muralla medieval, próximas al ábside de la antigua sinagoga judía. Se pusieron, pues eran gente de buen gusto las del Patronato, buscando crear esa estampa orientalizante que lograron, combinación del exotismo de la planta con el de los arcos de herradura que cierran los vanos labrados en los muros.
Además de las palmeras citadas, se plantaron otras en el claustro del ex convento de Santa Cruz, en el ángulo que cierra la calle de San Agustín, en la huerta del Monasterio del Parral, en el convento de los Carmelitas… Una vez introducidas, acabaron siendo aceptadas en muchas viviendas particulares, como las que hubo, recientemente taladas, por la ronda de Juan II o por el Camino Nuevo.
Siempre pusieron una pincelada especial a los rincones en los que se plantaron.
Y lo siguen poniendo, aunque no haya muchas y a pesar de que, exceptuando las del Salón, no son fáciles de ver estando, como están, en recintos cerrados o rodeadas de vegetación: jardín del palacio de los Marqueses de Lozoya, bajada al Salón por la puerta de la Luna, Casa de Segovia, plaza del doctor Gila, alameda de la Fuencisla…, y las dos, jóvenes, junto a la casa de arquitectura racionalista que fue del industrial Nicomedes García

Pero para quien las sabe buscar, ofrecen imágenes tan originales e insólitas como las que algunos amigos me han ofrecido para que con ellas ilustre este artículo dedicado a esas tan exóticas plantas que siempre dieron una pincelada especial a los jardines y rincones en los que se pusieron. Valga como muestra la de Juan José Bueno.

Para mi trabajo, me propuse hacer una relación de todas las que hubo y hay. Y la he hecho pero no la reproduzco sino que, para darle al artículo un contenido más o menos interesante, o simplemente curioso, la sustituyo por la investigación sobre cómo y cuándo llegaron las palmeras a estas tierras y cuál fue su dinámica aquí.
Como ya he indicado, fueron introducidas a principios del siglo XX y desde cualquiera que fuese su lugar de entrada se extendieron poco a poco -y poco a pesar de su gracia-, por jardines públicos y privados.

Siguen siendo algo exótico y atraen muchas miradas. Estén atentos a su presencia. Si bajan a la Almeda de la Fuencisla, se admirarán viéndolas levantarse luchando con las zarzas que se descuelgan de la huerta de los padres Carmelitas, si… No sigo. Miren.
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Supernumerario de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com

