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Solsticio

por Ángel Gracia Ruiz
22 de diciembre de 2023
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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Durante la pasada semana he realizado una encuesta entre conocidos y amigos. El muestreo no ha sido muy amplio, lo reconozco, pero su resultado es, sin lugar a dudas, mucho más veraz y fiable que los sondeos del CIS. He contabilizado alrededor de cincuenta respuestas a la pregunta: “Para ti, ¿qué se celebra durante los próximos días?” Ninguna de ellas hizo referencia, siquiera tangencialmente, a la festividad del Solsticio. No cabe duda de que, salvo en ciertas comunidades muy alejadas de nuestro cotidiano modo de vida, se ha perdido por completo el sentido de sacralidad de nuestra experiencia en el mundo.

Nuestros Maestros, Sabios y Ancestros, no hace tantos años, convivían con el simbolismo de las fuerzas de la naturaleza, al ritmo del orden del devenir de las estaciones, relacionándose con dioses y diosas, oráculos y ritos, en el discurrir de un tiempo cíclico dentro del cual resultaba sencillo acariciar la infinitud y la eternidad. Este actual encasillamiento de la mente en un tiempo lineal, resulta mucho más proclive para acoger en su seno a la ideología de un materialismo exacerbado y de un pánico tal al natural suceder de la muerte, que nos hace mucho más vulnerables a la manipulación. La ciencia se ha convertido en la nueva religión. Todo aquello que no ha sido objeto de demostración científica, queda borrado, por decreto ley, de la escena de la realidad, cuando lo cierto es que esa ciencia investiga sólo lo que algunos quieren y al final no hace más que demostrar lo que ya nos había dicho los Sabios. El caso es que siempre han existido extraños personajes, entre los cuales me incluyo, para quienes, lo que no se ve, resulta mucho más interesante que lo que se puede ver.

Este materialismo ideológico conduce, irremisiblemente, a un egocentrismo patológico en el que el ser humano es el dios del universo. Todo lo que existe sobre la faz de la tierra y bajo su superficie, en las aguas y en sus profundidades, en el cielo e incuso en el espacio exterior, ha sido conquistado para el uso y disfrute de este nuevo dios, el cual ha utilizado el arma de la ciencia para llevar a cabo la acción más devastadora que pudiera haberse imaginado jamás. Nos creemos muy poderosos, libres e inteligentes, cuando la realidad es que nos hemos convertido en una raza endeble, friolera, sufriente, enferma, esclavizada e incapaz de ver más allá de una maraña de pensamientos, necesidades innecesarias y preocupaciones ficticias, que nublan por completo nuestra capacidad de discernimiento. Pensamos que hemos abolido la esclavitud cuando, sin enterarnos, nos hemos convertido en esclavos. Trabajamos sin aliento para enriquecer a unos imbéciles que nos engañan cada vez que hablan. El poder y la riqueza de la tierra se lo reparten entre unos pocos. Nos obligan a consumir plástico para luego restringir nuestros derechos en aras a la defensa de la madre tierra. Nos prohíben circular en coche al amparo de la descontaminación, mientras ellos se desplazan en Falcon de La Coruña a Santiago. Gasifican los cielos, envenenan las cosechas, manipulan genéticamente los alimentos, crean enfermedades para después, bajo la bandera de nuestro mayor bien, mantenernos condenados al perenne consumo de sus medicinas. Nos enjaulan en macro urbes, como a los pollos para exprimirnos y que, cuando ya no les valemos, les paguemos nuestro entierro. Nos regalan el caramelo de elecciones cuatrienales para luego no representar más que a su propio ombligo e inflar su ego a base de tomarnos el pelo.

Me he pasado la vida utilizando el tiempo que el ejercicio de mi profesión me ha permitido para recorrer el mundo, no en viajes de placer organizados, sino en busca de lo que aquí no encontraba. Un brujo indígena mexicano, Don Pedro, me enseño a vivir en el centro de la rueda del carro del tiempo. Un hombre medicina navajo, Mr. Jackson, me indicó el modo de leer el lenguaje del fuego. Un mamo arahuaco de la Sierra Nevada de Colombia, Calixto, me instruyó en el modo de escuchar a las piedras. Un chamán peruano de la Comunidad Infierno, en la selva amazónica a la orillas del río Madre de Dios, D. Ignacio, me hizo ver el mundo paralelo de los espíritus y que no todos ellos son buenos. Un brujo de la pequeña población de Sibayo, en el valle del Colca, Don Eusebio, me presentó al Chinchilico, el Protector de las Montañas, me formó en la interpretación del vuelo del cóndor, me indicó el modo de hacer un ritual con las hojas de coca antes de iniciar un viaje iniciático en cuyo discurrir, el Señor Mu me abrió las puertas de la Tierra para hablarme del Disco Solar. Un niño de una tribu perdida del suroeste de Etiopía, de nombre impronunciable, al que llamaba Carlitos, me mostró la relación con el mundo de los karo, un grupo étnico casi desaparecido. Un profesor de Yoga, Yogiraj Rakesh, me enseño las técnicas posturales y respiratorias en una azotea, al olor de las cremaciones, en la ciudad sagrada de Benarés. Y así seguiría páginas y páginas. En todas estas comunidades, un personaje como el que ahora nos gobierna, hubiera sido expulsado a pedradas en un abrir y cerrar de ojos del Sol en la Tierra. Le hubieran echado como a un perro, aullando con el rabo entre las patas.

Al fin, un Maestro advaitín, shivaita hindú, Swami Satyananda Saraswati, quitó el polvo de la estantería de cuanto había estudiado; puso en orden los libros durante tantos años leídos; dio vida a aquellos Textos Sagrados, dioses y diosas con los que había transitado, y me dijo: “El dios del Tiempo, Kala, lo engulle todo a enorme velocidad. Deja ya de buscar fuera. Todo está en ti. El mundo está en tu mente. El tiempo y el espacio son una creación mental. Ambos dejan de existir en el silencio de la profunda meditación.

Siempre me había planteado que en este proceso evolutivo que nos han enseñado en el colegio había algo que no encajaba. Ahora tengo la certeza de que nuestra evolución como seres humanos pasa por el regreso a la sacralización de la vida y a la vuelta a ese mundo en el que el hombre y los dioses conviven en armonía.

Porque cualquier anochecer puede ser el último en este modo de ver el mundo y cualquier amanecer el primero en una vida mucho más feliz, que el Sol nos ilumine en este nuevo ciclo.

Feliz Solsticio a todos.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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