Muchos jardines segovianos se trazaron en espacios que estuvieron dedicados a los más variopintos destinos: los de La Merced y Andrés Laguna, sobre el solar de viejos conventos; los de San Facundo, San Román y Conde Cheste, en el que dejaron iglesias derribadas; los de San Roque y San Matías, donde hubo ermitas; el de Santa Eulalia hundió sus raíces en lo que fue cementerio parroquial; los de Santo Tomás, Campillo de San Antonio y parques de La Dehesa y Alto Clamores, en terrenos de pastos; el de Los Zuloaga, donde estuvieron unas cocheras municipales; el de Miguel Delibes, en una huerta… En otros casos hubo que preparar el terreno para ellos en humedales, Jardín Botánico, o en derrumbaderos, San Agustín y Fromkes. Los dos que describo a continuación, muy próximos uno a otro, ocupan lo que fueron un campo de fútbol y una carpintería aserradero.
El campo de fútbol fue El Peñascal, acondicionado por los socios y seguidores de la Sociedad Deportiva Gimnástica Segoviana en terreno donde afloraban numerosos bloques pétreos, peñascos, hecho del que había recibido el nombre.

Este club deportivo, fundado en 1932 por más que unos mal informados redactores de un libro editado por la Federación Castellana de Fútbol fijaran la acción, sin aportar prueba documental alguna, en 1928, había comenzado a jugar en un campo preparado sobre terrenos arrendados en el paraje llamado Chambery, por entonces muy alejado de la Segovia habitada, así que, en cuanto hubo ocasión, se compraron otros más cercanos para acondicionar otro.
Los trabajos de explanación dieron comienzo en abril de 1943, contando con el dinero y el trabajo de socios y de simpatizantes que colaboraron con ellos. Se inauguró un año después, el 23 de mayo de 1944, y se mantuvo como campo de deportes hasta que el terreno, de tierra y mal drenado, se convirtió en barrizal en el que era imposible jugar al fútbol. En 1977 fue abandonado y las instalaciones necesarias para practicarlo se trasladaron a la Ciudad Deportiva de La Albuera, aledaña al lugar donde estuvo el viejo Chambery. Entre quienes jugaron en los dos campos estuvieron Paco del Barrio “Cabezas”, Juanito “el de La Taurina”, Federe, Pepe “el de Esaly”, Félix “Trucha”, Julio Hernández y Antonio, a quienes presento, para que sean recordados, en esta fotografía. Es mi forma de rendirles un pequeño homenaje.

Mucho antes de aquello, la Gimnástica Segoviana no pudo con el gasto que suponía el mantenimiento del campo de juego y El Peñascal había pasado a ser propiedad municipal, así que, al quedar sin uso, el Ayuntamiento decidió utilizar aquel terreno para crear un parque destinado a los habitantes de un barrio que cada día se hacía más populoso y que fue inaugurado el día 10 de mayo de 1991.
¿Cómo quedó? Desaparecieron las tribunas de poniente sustituidas por bloques de viviendas y árboles; el fondo sur, respetando el relieve existente, se diseñó como un talud de suave pendiente en el que se dejó un peñasco, recuerdo de los que hubo, y se pusieron césped, arbustos y un ciprés macrocarpa que se hizo enorme en poco tiempo; el fondo norte recibió viviendas tras una cortina de coníferas como pino piñonero, secuoya, cedro y abeto rojo; y el costado de levante, donde estuvieron las gradas, se llenó parte con césped y parte con un graderío dividido en dos por una escalera a cuyos lados se pusieron arbustos como grosellas, espireas, mahonias y viburnos.

Lo más original del nuevo parque fue la gran explanada del centro, la que había estado ocupada por el terreno de juego, que mantuvo las dimensiones originales casi en su totalidad aunque transformada en una gran pista de patinaje que no tuvo mucho éxito por lo que ha ido cambiando a zona de juegos infantiles. Y se han dibujado algunos cuadros con adoquines en los laterales, que son los que recibieron árboles: coníferas, incluidos un cedro y una secuoya en el fondo norte, pinos piñoneros a poniente y al este tilos que marcan la línea de la que fuera tapia del campo, hoy límite de la calle que separa el parque del barrio que se fue desarrollando en su entorno.
Treinta y dos años después se va consolidando parte de lo que se plantó aunque poco, pues el terreno, seco y sin profundidad, no se ha mostró benévolo para la mayor parte de las plantas arbustivas que se pusieron e incluso para los árboles grandes que caen abatidos por los vendavales, como pude verse en la fotografía. Un paseante con el que entablé conversación me dijo que él había trabajado como jardinero del Ayuntamiento y que todo había sido muy difícil por la abundancia de piedra: -Este hibisco pequeño lo plante yo, intentando hacer un hoyo con azadón y pico. Un día vino el Alcalde, el Sr. Escobar, y le dijimos que era imposible poner nada pues dábamos con roca en cuanto nos poníamos a cavar y envió una taladradora.

Cada jardín que se ha hecho en Segovia ha rayado lo heroico.
Bastante cerca de este parque se halle otro jardín situado entre las calles de la Luz, Lérida y Tours, que en el catastro figura como Jardín de Marcelo Laínez. Sí, lleva el nombre del director de arbolado que tanto hizo por extender los árboles en Segovia y al que yo creía que no se le había dedicado ningún espacio verde de la ciudad. Pues resulta que me escribió un lector y me dijo que su nombre se había dado al jardín que yo llamaba “de la Carpintería” por haberse trazado en el solar que dejó libre una carpintería aserradero que el Ayuntamiento expropió en aquella zona. Me decía el lector que sabía que era pequeño pero… Fui a verle. Decepción.

Apenas puede identificarse con lo que caracteriza a los jardines segovianos. No hay setos que señalen límites, no hay granito labrado marcando senderos y parterres sino troncos delgados que se pudrirán enseguida; no se sabe lo que es jardín o lo que es parte de un erial, tampoco hay un monolito o una inscripción que informe al paseante cual sea su nombre o a quien está dedicado… Un camino que yo encontré encharcado lo divide es dos y dos apilamientos de piedras que quieren ser troncos de cono o nuragas del siglo XXI con otras dos de dimensiones casi ciclópeas se ponen como entrada al espacio para que éste no sea asaltado por los automóviles.
Sin nombre sigue, creo, el jardín que el señor Laínez creó entre la Maestranza y la plaza de toros. ¿No sería ese jardín un espacio más adecuado para honrar a quien tanto hizo por el arbolado segoviano?

Hasta que eso llegue, si llega, es posible que pronto pongan su nombre en una placa o monolito en el “jardín de la carpintería” para que todos quienes por allí nos acerquemos sepamos cómo se llama.
Es un espacio de ondulación suave, partido en dos por una calle central, forma inteligente ésta de evitar que se patee y degrade el césped que hace que la superficie se asemeje a una pradera como la que tuvo antes de la intervención. Intercalados, en descuidado desorden, hay árboles, que un día crecerán, y para hacer que todo se asemeje al medio rural del que salió, endrinos -Prunus espinosa-, de agridulces frutillas.

