Sí, ya sé que en Segovia hay más ascensores, tanto privados como los llegados más recientemente de uso público. Y creo que todos han sido bienvenidos y que seguro que tienen muchos “clientes” agradecidos…sobre todo por parte de los de “cierta edad”.
Pero…bueno, mis lectores amables quizá hayan adivinado por donde van hoy los tiros, atendiendo al titular de este comentario. Pues, sí, me refiero concretamente al ascensor ubicado en el edificio número 6 de la calle de Juan Bravo, es decir, en el Centro Comercial Mahonias (que no sé cómo encontrándose en tan céntrico lugar, no ha llegado a tener el mínimo éxito, en relación con lo que ocurre en otras poblaciones. El centro empezó “fuerte”, en todas sus plantas, pero paulatinamente le fueron olvidando los comerciantes que primero contaron con locales en él, hasta quedar hoy casi vacío.)
Y seguimos con el ascensor. Desde que la corporación municipal acordó, con pleno acierto, establecer un concierto con la propiedad del centro, el ascensor ha sido y viene siendo utilizado por muchas personas, que por edad, por portar bolsas pesadas o simplemente por capricho, sin que falten vecinos de San Millán (que siguen esperando las escaleras mecánicas) le utilizan para descender hasta el Paseo del Salón o subir desde él a nuestra tan transitada Calle Real. Solo deja de ser utilizable, naturalmente, en las horas en las que el centro comercial permanece cerrado, pero la realidad es que son muchas al día las que está disponible.
La mención de este “benefactor ascensor –repito- me lleva a tratar de conocer algo de la historia, que parece muy antigua, de estos aparatos.
Dicen algunos estudiosos e investigadores que existieron ya hace unos dos mil años, cuando eran unos aparatos muy simples y abiertos, accionados por personas o animales en sentido vertical, eso sí. También aseguran que fue Arquímedes, el matemático, el que creó el primero en al año 236 a.d.C. Luego los romanos, tan listos, aprovecharon estos artilugios para elevar o trasladar de lugar especialmente objetos pesados –y es posible que algo similar se utilizara para la construcción de nuestro Acueducto, como afirman historiadores.
Transcurre el tiempo, y ya en el siglo XVIII el rey Luis XVIII se decidió a colocar algo similar en el famoso palacio de Versalles…con algún “fin” un tanto privado…
Llegamos a la época en la que se puede decir con seguridad (siglo XIX) cuando dos arquitectos británicos, Burton y Hormer, construyeron una plataforma en el centro de Londres que funcionaba gracias a un ingenioso sistema a vapor. Pero avancemos más hasta llegar a Elisha Otis, autor del ascensor que más conocemos en nuestros días, y que permitió la construcción de altos edificios. El invento se presentó en la feria de Nueva York en 1854, y nada menos que 20 años después, Otis instaló el primer ascensor para el transporte de personas, en un edificio de 24 metros de altura en Nueva York. Y dicen también “los entendidos”, que como elevador subía a una velocidad de 20 centímetros por segundo, se decidió colocar bancos en ellos para que los viajeros pudieran aguantar mejor el momento de llegar a su destino.
Como ocurre en muchas instalaciones, a lo largo de los años tanto la estructura como los métodos de elevación de ascensores han ido cambiando y modernizándose según las más avanzadas técnicas. Algo de esto he podido comprobar, hace años, en la misma Nueva York, en París y en las famosísimas Torres Petronas, en Kuala Lumpur (Malasia).
Bien, esto es “una parte” de la historia de los ascensores, pero es posible que el estimado lector tenga otras noticias sobre el ingenioso y, eso sí, muy antiguo artificio, porque muchas veces la historia de un invento se escribe de muy distintas formas.
Pero, sea como fuere, lo cierto es que “nuestro” ascensor del Centro Mahonias es un verdadero “benefactor” y auxilio “físico” para cientos de personas. Que irán aumentando si en adelante se empiezan a situar ferias de diverso tipo en el entrañable Paseo del Salón, como está ocurriendo con el denominado “Paseo de la Navidad”.
