La publicación del último Informe PISA, elaborado por la OCDE, representa una noticia relevante en la conversación global; y, todos los diarios, incluido “El Adelantado”, se han hecho eco. La clasificación pondera los logros educativos de 81 jurisdicciones a nivel internacional. Como si tratara de unos Juegos Olímpicos del conocimiento, los participantes son estudiantes con edades comprendidas entre los 15-16 años. Un indicador de competitividad, bienestar y capacidad para la movilidad social ascendente. Las comparaciones se efectúan en tres áreas: matemáticas –baremo más fiable-, dada la universalidad de los contenidos programáticos-; ciencia; y lectura. El último criterio es el menos objetivo, dadas las dificultades para aprender a leer con corrección en idiomas como el chino.
Desde una perspectiva superficial, éxitos y fracasos suelen explicarse vía dos variables: ingreso per cápita; y calidad de las políticas públicas. Sin embargo, en este artículo, quiero enfatizar un tercer factor, tal vez el más relevante en el largo plazo. Me refiero a las actitudes culturales hacia la educación, como vector fundamental del desarrollo económico. En dicho plano, las diferencias entre las naciones del planeta pueden resultar muy relevantes.
En el informe recién publicado, se hacen públicos los datos correspondientes a 2022. Si nos centramos en el índice que evalúa el aprendizaje en matemáticas, ¿qué denominador común encontramos entre los integrantes del pelotón de cabeza? Singapur, Macao, Taiwán, Hong Kong, Japón y Corea del Sur encabezan esta especie de Liga de Campeones. El líder de la edición anterior (2018) no ha participado en esta convocatoria. ¿Cuál era? Un agregado de la China continental más rica: Beijing, Shanghai y las dos provincias aledañas a la segunda metrópoli –Zhejiang y Jiangsu-. Si las ciudades de Hong Kong y Macao disfrutan de autonomía dentro de la República Popular, Taiwán es la China alternativa, que mantiene la falacia de la República de China, enfrentada a la República Popular, tras la histórica derrota de los nacionalistas frente a los comunistas ¿Cuál es el perfil de Singapur, líder de PISA? La antigua dependencia británica, legado compartido con Hong Kong, es una ciudad estado del Sudeste Asiático con mayoría demográfica de chinos étnicos, muchos de ellos bilingües o trilingües.
Vietnam da pasos de gigante, cual “dragón asiático” de tercera generación, para llegar a convertirse en un país desarrollado. A pesar de una renta per cápita real inferior al treinta por ciento de la española, sus alumnos de Matemáticas (469 puntos) igualan la evaluación obtenida por los nuestros (473 puntos), quienes ocupan la posición número 28 del listado. En relación al éxito logrado, les contaré que Vietnam es la nación del Sudeste Asiático más influida por la cultura china: su idioma y el cantonés presentan semejanzas notables.
El confucianismo, sistema de preceptos éticos más que religión, arraigado entre las antiguas élites de China, también se extendió a los países vecinos. Los templos con esta denominación conservan las celdas donde los estudiantes preparaban las oposiciones para acceder al funcionariado de la administración imperial, profesión con el mayor prestigio social.
Confucio enfatizaba dos aspectos: educación; y respeto a la figura del padre, extendida, dentro de escala jerárquica, a profesor y emperador. En los filmes del cine clásico nipón, resultan habituales las reuniones de antiguos alumnos con sus enseñantes. “Veinticuatro ojos” (1954), dirigida por Keisuke Kinoshita, es una película deliciosa, que narra la relación especial entre una maestra y sus pupilos en el Japón rural de los años veinte.
La carrera docente disfruta de gran prestigio en los países de raíz confuciana. Suelo comentar una anécdota sobre cierto curso impartido a un grupo integrado por diplomáticos taiwaneses, jovencísimos, recién egresados –todas chicas menos un alumno-. En tanto escuchaban mis pasos a distancia, al llegar, alguien se levantaba; y, mi primera mirada me conducía a la pizarra, que estaba siendo limpiada con borrador en mano. Como en las películas de Yasujiro Ozu, transcurrieron más de doce años desde entonces; y, guardo un recuerdo entrañable del reencuentro con aquel alumnado, durante unos días amables en Taipei.
La jornada en la que se realiza el examen de ingreso a la universidad siempre será recordada, tras ser vivida con ansiedad y emoción por el conjunto de la familia; mientras, las principales ciudades de China se paralizan. Uno de mis momentos más divertidos en clase tuvo lugar cuando, durante el curso académico pasado, cierta alumna de postgrado, agraciada con vis cómica, me contó su experiencia. La muchacha, perteneciente a clase media acomodada, vecina de Beijing, también había residido, durante algún tiempo, en Singapur. En la jornada del examen, su padre fue al famoso Templo del Lama, budista, precioso, donde rezó a una figura simiesca, para que la hija obtuviera nota garante de admisión en alguna de las universidades reconocidas por su excelencia, caso de la capitalina Tsinghua. La chica empezó a reír; y, nos contó que aquella era una mona mentirosa, porque el deseo paterno no se cumplió.
¿Qué ocurre entonces? La opinión de los estudiantes sobre las universidades chinas del montón no es demasiado buena: llegan a decir cómo la carrera resultaría más fácil que un bachillerato durísimo. Los mejores centros están en Beijing o Shanghai; y, otorga puntos estar empadronado en dichas metrópolis, condición muy difícil de obtener, aunque se pretendiera. Ahí aparece la opción de cursar un grado en Occidente, cual segundo óptimo. Esta razón explica el desembarco masivo en España de alumnos procedentes del gigante asiático. En una sociedad muy orientada a la familia, el hijo único dispone de cuatro abuelos con un solo nieto. Esto facilita los recursos financieros para que el “pequeño emperador” vaya al extranjero.
Ping regenta con su marido un restaurante chino de Segovia. Él es cocinero; y, ella ejerce de jefa de comedor, donde exhibe capacidad de mando. A pesar del perjuicio para el negocio, se ha desplazado por unos meses a su país. Los padres querían que su niña pequeña asistiera a clase en una escuela de allí, con objeto de aprender a escribir bien en mandarín.
Si, en los inicios del proceso de industrialización (1960), Corea del sur tenía un nivel de ingreso propio del África subsahariana, el vecino pobre de Japón ya ha sobrepasado la renta per cápita de su referente, meta alcanzada tras protagonizar el milagro económico de la segunda mitad del siglo XX. La “trampa del cuello de botella” amenaza a las economías de ingreso medio. Estas últimas pierden su ventaja previa en salarios bajos; y, si no han reforzado la dotación de capital humano, se arriesgan a quedar varadas, con merma del impulso inicial. Nada de esto ocurrió en el país asiático que, desde ese momento, es uno de los que invierten un mayor porcentaje de su PIB en I+D+i (investigación, desarrollo e innovación). Corea del Sur avanzó por la escalera de la competitividad hasta transformarse en la nación tecnológica de Samsung.
El énfasis de los coreanos en la educación resulta fundamental para comprender este ascenso, dentro de la región más competitiva del mundo. En realidad, ya es leyenda la obsesión nacional con el desafío de acceder a las mejores universidades, pasaporte para ser reclutado por alguno de los grandes “chaebols” -multinacionales coreanas-, donde las remuneraciones salariales son mucho mayores que en las PYMES. El suicidio de adolescentes, ante la frustración por no superar este listón académico, resulta frecuente.
Una imagen llamó mi atención al visitar Seúl, metrópoli muy segura. Grupitos de dos o tres colegialas uniformadas, que salían de algún café tipo Starbucks, como a las doce de la noche, después de recibir una clase de inglés impartida por un profesor nativo, anglosajón. Otra instantánea me lleva hasta el campus muy bonito, con estilo neogótico de Estados Unidos, de una universidad solo femenina (Ewha). Como turistas, muchas adolescentes, demasiado jóvenes para estar ya matriculadas, pululaban por allí. Según pude enterarme, iban en peregrinaje al lugar donde soñaban con poder estudiar durante los años venideros.
Estos otros herederos de los opositores de la antigua China imperial deben cursar un bachillerato muy duro, antesala de los exámenes de ingreso a los centros de estudios superiores. La agenda de actividades está muy sobrecargada, una vez concluido el horario oficial de clases. Una pareja coreana, cosmopolita, ha abierto un restaurante asiático muy bueno en Madrid. El emprendedor, economista, tras cursar estudios de postgrado en una buena universidad estadounidense, consiguió un empleo competitivo en Seúl. No obstante, lo abandonó, cansado del ritmo frenético de trabajo, así como de la práctica de alternar con jefes y compañeros –importada de Japón-, después de un horario muy largo, asumido para promocionar. “¿Cuándo terminabas tu jornada escolar en secundaria?”, inquiero. El hombre afable me responde que asistía todas las tardes a una academia privada, de refuerzo, hasta las 23.30 horas. En realidad, existe, incluso, un barrio muy cotizado de Seúl a nivel residencial cuya ventaja consiste en la concentración de estos centros para clases particulares, donde se acude al salir de clase en colegios e institutos. Ante la percepción de una vida demasiado orientada al trabajo, esta pareja decidió establecerse en Latinoamérica, antes de llegar a Madrid.
Cuando visité la sede del Instituto Cervantes de Sao Paulo, me sorprendió la proporción elevada de descendientes de japoneses –“nikkei”- entre todos los estudiantes brasileños. “¿Por qué estudias español?”. “El inglés no es suficiente para encontrar un buen empleo”, respondió una alumna de la minoría étnica. La búsqueda minimalista de perfección la heredan los nipones del sintoísmo. En broma, a modo de chiste, se dice que, para sentar plaza en la Universidad de Sao Paulo, “hay que quitarse de en medio a un japonés”.
Moraleja: las diferencias culturales importan.
