Tras las lágrimas y el ruido de los aplausos y los golpeos de pecho con sentimientos de patriotismo y amor al partido de ayer, la pregunta, ya en el silencio del análisis y la reflexión, parece más que obligada: ¿Y por qué no antes?
UPyD, que agasajó a primera hora de la tarde el gesto de Camps, arremetió poco después contra el PP, al tacharle de «irresponsable» por haber permitido que el ya ex president se presentara a las elecciones regionales del pasado 22 de mayo.
La respuesta puede encontrarse en que el pasado 15 de julio el juez Flors firmó la sentencia de muerte política del molt honorable -como se hizo llamar en un poco sano ejercicio de ombliguismo-, ya que le invitó a ir a juicio.
Cierto es que podía haberlo evitado reconociendo su culpa en el delito de cohecho, y así parecía que iba a ser, pero eso hubiera supuesto pasar a la Historia de Valencia como un presidente mentiroso que fue capaz de negar varias veces -no se sabe si tres como San Pedro- al Bigotes, para luego reconocer que sí que había tratado con él alguna vez, así como su vinculación con la trama de los trajes.
Por mucho que se diga desde Génova que no ha habido un alud de presiones desde que se conociera el fallo judicial, los hechos apuntan a que ha sido así. Solo de este modo puede explicarse por qué, entre otras cosas, la práctica totalidad del equipo de Gobierno de Camps se enteró de la dimisión poco antes de la rueda de prensa y en una charla informal.
Los que conocen al dirigente levantino, aupado al poder en 2003 por el ex ministro Eduardo Zaplana, que dejó su reino por Madrid y que luego volvió atacándole sin piedad, dicen que es un hombre que cuida al máximo su imagen, hasta límites insospechados, con un orgullo que se adentra en la pura vanidad.
Este perfil del personaje justifica que, durante la jornada del martes, pensara muy seriamente en abonar la multa y ordenar de modo inmediato unas encuestas para pulsar su popularidad entre los valencianos. De haber sido favorables, habría organizado un baño de masas para protestar por la «infamia» que lleva viviendo desde hace más de dos años y que ha acabado con su carrera política. Esta filtración, llegada de Génova, le dejó poco menos que en ridículo, por lo que dicha maniobra se puede encuadrar dentro de las acciones de una guerra silenciosa que tiene vencedores y vencido.
El gran triunfador, sin lugar a dudas, es Mariano Rajoy, que mira por el rabillo del ojo a Ferraz, donde Rubalcaba, que ha demostrado en esta crisis que tiene a Elena Valenciano como doberman y que no quiere mancharse las manos en lides mediáticas, puede que se esté pensando muy seriamente en adelantar las elecciones generales, ya que se va a quedar sin foto -del banquillo- y solo con los positivos datos de empleo de septiembre.
Mientras, Camps deja el Govern por la puerta de atrás, henchido de orgullo -algo que en Génova saben de sobra y de ahí tanto aplauso-, y con muchos interrogantes aún por descubrir, como qué pasará si se demuestra que es inocente: ¿volvería a llevar el bastón de mando? Por de pronto se ha cubierto las espaldas políticas con un hombre de su cuerda, Alberto Fabra, cuyo apellido no le honra.
En la lista de vencidos figura también Costa, que ha visto cómo sus exigencias han sido deshechadas. ¿Irá a juicio? Cospedal, que, según fuentes consultadas, es una acérrima enemiga, espera.
Alberto Fabra, ‘president’ de consenso
Alberto Fabra, toma las riendas de la presidencia de la Generalitat y del PP de la Comunitat Valenciana con el beneplácito de la dirección nacional. Este arquitecto técnico de 47 años, casado y con dos hijos, siempre ha sonado entre los favoritos en las quinielas para suceder a Camps porque estaba limpio, tanto que ni es familia del apestado Carlos Fabra.
Génova ve un valor en alza en este afiliado al PP desde 1982, aunque fue en 2005 cuando dio el salto a la primera línea al llevar la vara de su ciudad y, posteriormente, ser coordinador general regional tras la salida de Ricardo Costa, otrora delfín de Camps, del que no tuvo problemas en hacer una defensa cerrada. Cabría preguntarse si el pasado 22 de mayo hubiese obtenido el mismo número de votos que su predecesor.
