No dispongo de una estadística, pero considero que si existe un colectivo de personas que más se acerca a ‘contraer’ un infarto, la gran mayoría se encuentran entre el colectivo de los entrenadores. Sean del deporte que fueren, pero con mayor incidencia en fútbol y baloncesto. Coincidentes ambos con los que mueven mayor ‘pasta gansa’, lo que hace que los entrenadores se encuentren presionados desde el mismo momento en que firman el contrato.
Sobre el referido colectivo cae la responsabilidad máxima, no sólo en lo estrictamente deportivo, también en la supervivencia del club en la categoría; que los malos resultados puedan llevar a la ‘repulsa’ de los seguidores del club, con incidencia en la continuidad, también, de la junta directiva.
Estos profesionales, que viven al límite su profesión y con las excepciones que el lector considere, les puede cambiar el carácter; son nómadas, pues difícilmente pueden echar raíces en lugar concreto; se les aplaude y considera su trabajo cuando los resultados son favorables, para criticarlo un mes después cuando la adversidad llega y se asoma a los puestos de descenso. Palabra maldita entre directivos, pues tambalea el ‘sistema’, tanto económico como deportivo.
Forman los entrenadores un especial colectivo de trabajadores ‘fijos discontinuos’. Firman contrato por tiempo determinado, pero en rara ocasión llegan a su fecha final. Son muchos más los que se encuentran en esta situación que los que, por su exitosa carrera, pueden exigir condiciones de seguridad y permanencia que la mayoría de sus colegas no conseguirá nunca.
Tras la rescisión de contrato, que puede ser de buena voluntad de ambas partes o desastrosa con tribunales para resolver, el profesional ‘regresa a casa’, donde esperará que su representante la llame para decirle. ‘te he encontrado equipo’. Y de nuevo, sin poder sentarse en el banquillo (está mal visto), pondrá a prueba la resistencia de sus ’sistemas defensivos’ personales.
