Este título sería bueno para una novela, pero le viene mejor a la columna de hoy por el encuentro de la Copa del Rey de la Gimnástica contra el Sestao del pasado miércoles. La crónica del encuentro ya se conoce por los medios de comunicación; pero, lo que aquí analizo, son los sentimientos experimentados.
En días anteriores, partidos contra el San Fernando, ganado por 1-0 en el minuto 90 -un partido con vergonzosa reyerta al final y repercusiones nefastas para nuestro club y un jugador- y contra el Ursaria, con la derrota de 3-0; en la afición segoviana, esos tanteos podían dar margen a pensar que el equipo se estaba reservando para el primer envite de la copa soberana; ello, por las espléndidas bondades que, en términos económicos, les podría deparar. Tal pensamiento venía dado por las extrañas alineaciones que, para el aficionado gimnástico, se estaban dando.
Todo lo anterior supuso que, ante la llegada del encuentro copero, viendo la deficiente clasificación del Sestao, se fuera creando una manifiesta ilusión aumentada por el deseo de ver, en una posterior eliminatoria, a un equipo de Primera División; pero a la película le faltaba por visionar el fantástico final: un empate a tres en el minuto 97. ¡Sí se puede, sí se puede! Fue el grito de gente ilusionada. Ya veían el milagro soñado. Por cierto, a la hora de ver: me ha dicho un experto en luces, que subiendo las torretas de luz del estadio unos 8 metros se podría ver muchísimo mejor. No es pedir mucho para el gasto municipal.
En resumen: la diosa fortuna miró para el otro bando en el minuto 98 y las ilusiones se fueron disipando. La esperanza gimnástica sigue viva. Queda una liga para soñar despiertos.
