Hoy es un día importante. Viernes 3 de noviembre. Se celebra, con toda solemnidad, la apertura del Curso Académico 2023/2024 en la Real Academia de Historia y Arte San Quirce. Su director, Pablo Zamarrón Yuste, nos da la bienvenida con ese talante tan acogedor que le caracteriza. Enrique Gallego Lázaro, secretario de la corporación, se ve obligado a pisar el acelerador en su lectura de la memoria resumen del curso pasado. De no haberlo hecho, habríamos tenido que permanecer allí durante toda la noche escuchando atónitos la gran cantidad de eventos, conferencias, cursos, reuniones, celebraciones y actividades llevadas a cabo. Y es que, seguimos sin dar importancia a la grandeza de esta Institución. Al ser tan nuestra, nos olvidamos de ella, al igual que de lo más cercano, de nosotros mismos. Seguidamente, Juan Manuel Moreno Yuste nos presenta, con su gran conocimiento y elocuencia, el último número de la Revista ‘Estudios Segovianos’. Y ello, como entrante preparatorio del plato fuerte de la celebración: La Lección Inaugural a cargo del académico Carlos Álvaro Gómez, titulada La efímera vida del semanario ‘Segovia’, 1923, brazo periodístico de la tertulia.
Hay que reconocer que Carlos tiene duende a la hora de exponer. Lectura ágil. Alocución perfecta. Timbre afinado. Entonación armónica. Gestualidad ajustada, sin estridencias. Interpretación de los personajes muy personal. Hilaridad sin quebrantos. Subidas y bajadas de tono melodiosas… . Sus narraciones son ríos de perenne fluir, entre momentos tortuosos y remansados, que desembocan siempre en la inmensidad del interesante océano del tema elegido.
Recuerdo a los académicos fallecidos y nombramiento de bienvenida a los recién incorporados.
Un acto entrañable, vestido de la seriedad del rito que acompaña siempre a lo importante. Una reunión de amigos, porque hay que reconocer que, en Segovia, a ‘estas cosas’, aunque se invite a los convecinos Expansión y Apertura, seguimos yendo los mismos. Y es que, yo no sé si al lector le ocurre, pero a este modesto escribiente le resulta muy sencillo, en determinados espacios, cerrar un momento los párpados y trasladarse a otros tiempos.
Estamos en 1920, un día de los enamorados, como otro cualquiera, en Capuchinos, 7, aquí mismo, al ladito de San Quirce, celebrando lo que Carlos Dueñas tituló ‘Un Culto a la Cultura’. Aquí se ubica la Escuela Normal de Maestros. Hace un frío que pela. Aunque el paño del traje y del abrigo gris oscuro de los académicos es de buena calidad, el aire se cuela por las rendijas de su entretela. Menos mal que el sombrero, bien calado, mantiene la sangre caliente en sus cabezas frías, porque hoy es un día importante. Nos disponemos a abrir la primera reunión de la Universidad Popular. El griterío bullicioso de la chiquillería acompaña a la escena. Un grupito de niñas, con algún chavalín huido de la fuerza bruta, juegan al escondite inglés. Al lado, jovenzuelos embrutecidos por la incipiente y novedosa emisión de testosterona, se destrozan los lomos jugando a la ‘dola’. Falditas cortas y pantalones más cortos, si cabe, desafían al frío, a la caída del sol y al silencio de la villa.
Pero, discúlpenme. Permitan que me presente. Mi nombre es ‘Universidad Popular’. Nací con vocación de enseñar al pueblo llano. En aquel entonces, casi la mitad de la población en este país era analfabeta. Mi matrícula, totalmente gratuita, se abrió para acoger a alumnos de ambos sexos mayores de 16 años. Higiene del hogar, francés, lectura, escritura, redacción de documentos usuales, higiene rural, química popular, aplicación de la física a la vida cotidiana, aritmética, geometría y dibujo, fueron mis asignaturas iniciales. Poco a poco fui creciendo, con la creación de la biblioteca circulante, las misiones pedagógicas y, tantos y tantos eventos culturales que llenarían mil periódicos como este. Me mató una circular del Gobernador Civil de Segovia de 27 de noviembre de 1936, por considerarme fuera de la ley al amparo del decreto 108 de la Junta de Defensa, sobre Asociaciones y Agrupaciones, quedando todos mis bienes a disposición de dicho Gobierno Civil. Un fusilamiento más, como otro de tantos por aquella época, en el que mucho tuvo que ver el dictamen de José María Pemán, que presidía aquella Junta de Defensa Nacional.
Pero sólo murió mi nombre. Años más tarde, me denominé Academia de Historia y Arte San Quirce. Antes, Cultura. Más atrás aún, Conocimiento. Con anterioridad a ello, Sabiduría y, en el principio de los tiempos, Silencio. He cambiado de forma y de lugar de ubicación y, aunque mi cuerpo haya muerto, mi espíritu jamás ha perecido y ni siquiera nacido, porque es eterno. Los hombres y mujeres que se ocupan de mí, son los instrumentos a través de los cuales me puedo manifestar. Ellos son grandes, sabios, trabajadores desinteresados en llevar a cabo el culto de lo culto. Ayer hablaba con uno de mis académicos, con José Luis Mora. Comentábamos que, en ocasiones, es necesario olvidar para poder vivir, de ahí que nazcamos desmemoriados, pero que, para poder olvidar, primero es necesario conocer la Verdad. Con los académicos siempre se puede tertuliar de temas interesantes. Y de esto trata esta historia: De conocer la Verdad sobre Segovia, sus gentes, sus costumbres, sus raíces y su origen. Por todos ellos, pervivo.
Hoy es un día importante. Se ha vuelto a inaugurar un nuevo curso y eso significa, como decía Don Alonso Quijano, que “los perros ladran, Sancho; luego, estamos cabalgando”.
