Aún resuenan las palabras pronunciadas por la princesa Leonor y por el rey Felipe VI, en el Palacio Real. En ambos discursos se menciona la expresión “intereses generales”, resumiendo la voluntad de servicio a España que la princesa expresó en los siguientes términos: “… con gran sentido del deber conduciré mis actos en los ámbitos de mi vida atendiendo siempre a los intereses generales de nuestra Nación”. Poco después, en el discurso que a modo de brindis hizo su padre, dijo: “El compromiso con las instituciones significa la plena entrega y dedicación a los intereses generales que representan; al servicio de los ciudadanos…”. En ambos discursos se ha preferido utilizar el término “interés” en lugar de “bien”. Quizá se haya querido evitar una referencia moral, al suponer que en los tiempos actuales se estiman más los valores económicos que los éticos. De todas formas, no quisiera que este breve escrito fuese considerado una crítica a ambos discursos reales. Ni mucho menos.
En ambos discursos se ha preferido utilizar el término “interés” en lugar de “bien”. Quizá se haya querido evitar una referencia moral
Se pretende señalar un hecho anecdótico, que da pie a comentar algo con más sustancia. El hecho se refiere a las palabras que pronunció el Presidente de Gobierno en funciones, en la ceremonia de imposición del Collar de la Orden de Carlos III a la princesa Leonor. En el breve discurso se refirió al “bien común”, en lugar de utilizar la expresión equivalente “intereses generales”. “Las instituciones de una democracia ganan su estatura (…) por su capacidad de servir al bien común”. Quizá algún lector curioso se pregunte, si el autor de este último escrito (excluyendo a Sánchez, sin duda) fue un viejo académico progresista, o bien, un fiel empleado que pretendía dar un toque conservador a las palabras –no siempre falaces- del orador progresista. Dicen que en Moncloa hay una nube de asesores que pululan en torno al poder absoluto.
“El compromiso con las instituciones significa la plena entrega y dedicación a los intereses generales que representan; al servicio de los ciudadanos…”
Pero, anécdotas aparte, detrás de las palabras escritas o habladas están los significados. Sobre todo, importa la persona que las pronuncia y la garantía que ofrece del cumplimiento de sus promesas. En el caso del rey y de la princesa, no hay duda de que sus sentidas palabras, de sus intenciones y deseos avalados por el servicio España y a los españoles. No así, en el caso del presidente en funciones Pedro Sánchez. Sobran pruebas de su mendacidad y obsesión por satisfacer ante todo su interés personal, a costa del bien común de la ciudadanía. Basta recordar sus últimas palabras ante los dóciles militantes sanchistas. Su intención de legalizar fraudulentamente la amnistía a los golpistas catalanes, asegurando que es por el bien de España. Pretende vender su oscura treta como razón de Estado. Incoherencia lógica y atropello jurídico. Destruir la estructura legal del Estado, no puede ser nunca beneficioso para el Estado, al que se dice servir. Supondría su abolición, según denuncia reciente de la Asociación Profesional de la Magistratura.
Crece más y más, el malestar en la España que trabaja y se pregunta: ¿habrá modo de evitar la amenaza que se trama desde el poder ejecutivo? Frente a la imposición despótica, cabe oponer con firmeza la acción ciudadana legítima y constante. Se requiere con urgencia una manifestación comunera en todos los ámbitos políticos: Autonomías y Municipios. En Plenos y asambleas. En la calle y en la oficina. En el campo y en la ciudad. Está en juego nuestra libertad personal y colectiva. Está amenazada la Constitución de un Estado democrático y la Monarquía parlamentaria.
