Septiembre da la salida al curso escolar y también a los primeros entrenamientos de los jóvenes deportistas. Unos se apuntan a la modalidad que más les gusta, otros a la que quieren sus padres por afinidad o conveniencia y muchos simplemente por estar cerca de sus amigos.
En las primeras edades se hace imprescindible realizar actividad física para establecer unas rutinas que se supone van a perdurar en el tiempo. A veces no sólo es realizar ejercicio físico sino también, si se te da bien, progresar en un deporte por tener las suficientes cualidades para su realización.
Es precisamente en estos casos el entrenador quien tiene la responsabilidad de saber orientar a los jugadores. Su planteamiento de la práctica les hará valorar su competencia, en unos casos porque lo que busca es la comparación mediante el dominio de la técnica y la táctica para superar al rival. En otros casos, porque orienta a los practicantes a superar niveles de dificultad desafiantes, sin importarles tanto las recompensas externas o la aprobación social.
En mi opinión, derivar la práctica deportiva hacia el éxito en la competición trae consigo que cuando éste desaparece también decae la motivación por entrenar. En estos casos habrá que reorientar las estrategias para volver a enganchar a los desencantados por el aparente fracaso. Por esta razón, a los entrenadores responsables de los más pequeños les sugiero que tangan cuidado con tratar de especializar a los que creemos jóvenes talentos, que diseñen tareas de aprendizaje variadas, alejadas de la repetición, proponga retos personales y también planteen objetivos grupales, se deje libertad de decisión al deportista en la toma de decisiones, les ayude a que reflexionen sobre lo que están realizando, les reconozca siempre el trabajo hecho y su progreso y les ayude a autoevaluarse.
Si el aprendizaje se hace divertido la continuidad en el deporte será más fácil de conseguir.
