El Espinar anda en fiestas, las dedicadas a honrar al Santísimo Cristo del Caloco, y cada cual las vive, disfruta o soporta a su manera. Somos muchos en el pueblo, con diferentes ideas, intereses o circunstancias, por lo que es difícil encontrar algo que nos una y nos ayude a crear comunidad, también, en fiestas. Pero quizás lo haya, posiblemente no dure más de quince o treinta minutos, y esa brevedad lo hace más mágico. Ese momentazo se lo debemos a la Asociación Cultural Grupo de Danzas de El Espinar que, desde 2018, convoca a todo el que quiera a participar en la Respingona más grande del mundo, para lo que cuenta con la ayuda del ayuntamiento y, por supuesto, de músicas y músicos dispuestos a entonar este himno no oficial.
Da igual que se tenga cuatro cuartos espinariegos, se lleve poco tiempo viviendo aquí o se haya aterrizado justo la tarde del primer domingo de fiestas a eso a las ocho y media. Da igual si se es de una peña, de una quinta, si se es dama o gente de a pie; da igual la edad, si se es devoto del Cristo o no, si te gusta el folclore o no, si se tiene ritmo o no, si se conoce a quien va al lado o enfrente bailando o no. Todo da igual. Porque en el baile de la Respingona cabe todo el mundo y porque las chicas de las danzas marcan el paso y es sencillo: solo hay que concentrarse en tener los brazos bien colocados arriba y levantar el pie que corresponda al tercer toque terminando el giro, eso y dar palmas cuando haya cambio de ritmo. Es más fácil hacerlo que explicarlo. Lo prometo.
Me gusta el nombre de Respingona porque hace referencia, me imagino, a la punta del pie que se levanta al bailar, pero también parece estar salpicado de la gracia y el donaire que se lleva al bailar este ritmo tan divertido. No voy a hablar de los orígenes de la Respingona, baile de rueda también conocido como habas verdes, pues no me importa su pasado, sino que me gusta su presente y, sobre todo, su futuro como un primer paso -con ritmo y tradición- hacia un pueblo en el que quepamos todos, al igual que en la rueda de la Respingona, ya que, a veces, la posibilidad de que El Espinar se transforme en un pueblo dormitorio sin alma o, peor aún, en dos pueblos simultáneos me aterra.
Así que merece la pena estar ahí, coincidir con otras gentes, cansarse de mantener los brazos quietos y de dar tantos saltos, reírse cada vez que se pierde el paso y sentirse arropada por los otros mientras se hace algo cuya finalidad simplemente es estar ahí creando un bello momento común. Pues al rodear un par de manzanas que hay entre la Plaza del Ayuntamiento y la Plaza de la Corredera para acabar -tras el látigo- haciéndose una foto de grupo, se está plantando una semilla de convivencia para el futuro ¡Bailemos, pues, juntos!
