‘El libro es un hereje mudo y de ahí su peligro’ (1). Hay libros que no han ‘caído’ muy bien a través de los siglos en las altas esferas del clero. Algunos inclusive han sido censurados por considerar que están/estaban en contra de los dogmas religiosos, además de la fe y moral de los fieles. El ‘Índice de libros prohibidos’ fue una lista de aquellas publicaciones que la Iglesia católica catalogó como heréticas, inmorales o perniciosas para la fe y que los católicos no estaban autorizados a leer.
Entre 1448 y 1500 se abrieron en Europa más de mil imprentas de las que salieron doce millones de libros ¿Pudo este dato ‘asustar’ a quienes dirigían la iglesia en aquel momento y pusieron todo su esfuerzo en el control a través de un ‘ente’ controlador?
‘Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder’. Del catecismo del padre Astete. Si bien el que más sabía del tema en la Segovia de entonces, seguro de toda seguridad, era Tomás de Torquemada (2).
El referido índice fue creado por el papa Pío IV en 1564 como una medida para regular la producción y consumo de obras literarias y filosóficas, cada vez más numerosas. La referida lista permaneció vigente cerca de 400 años. Tiempo transcurrido entre los papas Pio IV a Pablo VI. El índice, sin duda alguna, fue un intento de limitar el acceso de los cristianos a libros que ‘puedan corromper la fe y las buenas costumbres’.
De la ‘persecución’ se salvaron las bibliotecas militares, si bien sus libros eran censurados si tenían conocimiento de que poseían obras prohibidas.
Lo descrito tómelo el lector como introito, a fin de dar paso y conectar con la relación directa habida entre ello y el Real Colegio de Artillería, donde, en su biblioteca, se guarda copia de la bula expedida en Madrid, firmada por el Arzobispo de Parsalia (Grecia) e Inquisidor General de España y de las Indias, el español, Manuel Quintano Bonifaz, del año 1773. Su cargo lo inició con Clemente XIII y reinando Carlos III. También fue confesor de Fernando VI y obispo auxiliar de Toledo.
En el referido texto se autorizaba al director ¿Pedro Giannini? y cinco profesores ¿alumnos? para ‘tener y leer libros prohibidos’. De ello daba fe el que fuera capitán bibliotecario, profesor y director del Real Colegio, Serapio de Pedro y Fernández de Heredia, en fecha dos de junio de 1849.
En ese mismo tema nos encontramos con la orden de Floridablanca, Ministro de Gracia y Justicia hasta 1790, de expurgar la Biblioteca referida. Orden que debería haber llevado a efecto la Inquisición vallisoletana, si bien hay muchas dudas de que lo ordenado se cumpliera. Cierto es que aparecieron determinadas obras que deberían haber estado expurgadas, ya fuera parcialmente, pero la existencia de la referida Bula y la inestabilidad de Floridablanca en el Gobierno, pudieron frenar lo ordenado.
Aquellos años de prohibiciones fueron superados. Si bien cabe recordar el grandísimo revés que la referida biblioteca sufrió con el incendio de 1862. En sus estanterías –dependencias del Alcázar-, había 11.000 volúmenes, de los que se consiguieron salvar 297. Y se miró al frente, al futuro. Y de las cenizas salió el comenzar de nuevo. El camino lo iniciaron Carlos III y el Conde Gazzola en la primera etapa del Colegio.
Para mejor entender lo que supuso el ‘índice de libros prohibidos por la Inquisición’ o Santo Oficio, expongo en este ‘cartel’ algunos de los que ‘clavó el diente’ represor:
-’El Lazarillo de Tormes’, edición de 1554. Prohibido en 1959, pudo volver a ser publicado, después de que, eso sí, le expurgaran determinados pasajes.
-’Don Quijote de la Mancha’, al que el inquisidor le exigió que borrara la frase ‘Las obras de caridad que se hacen flojamente no tienen mérito’.
-‘Dioscorides, compendió de botánica’, de Andrés Laguna. El más importante documento sobre el tema de todos los tiempos. Fueron prohibidos diversos pasajes.
-‘El Callejón de la Reina’, de Alejandro Dumas. Porque en su segunda parte trata de los amoríos de un médico.
-‘La Celestina’ de 1793. La orden para no leerlo llegaba hasta los que sí tenían licencia.
-‘Don Juan Tenorio’. Que el Inquisidor y obispo de Segorbe prohibió en 1863. En la obra teatral un aventurero seduce a una monja.
-‘Sobre la ciencia médica’, Hipócrates, médico’. Libro escrito en el siglo IV a. C. ¡Retirada por los inquisidores la obra editada en Francia en 1801!
Sucedió también con obras de Quevedo, Góngora, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina…
Caso aparte el de Fray Luis de León. Su ‘atrevimiento’ al traducir ‘El Cantar de los Cantares’, buscando en él la verdad textual de la Biblia en hebreo, lo pagó con cuatro años de cárcel. Cuando de ella salió pudo regresar a su cátedra en la Universidad de Salamanca.
Hasta el Catecismo del Padre Ripalda -¡esta sí fue el no va mas!-, se incluyó en el índice ¿por qué? Porque en el sexto mandamiento se escribe “no cometer adulterio” y debió decir “no fornicar” ¡Válgame! Se corrigió.
Para todas estas ‘averiguaciones’, la Inquisición contaba con un ‘ejército’ de visitadores de bibliotecas. Su misión se centraba en la venta de obras prohibidas, castigando su posesión y requisando las que encontraban. Los dueños de los libros requisados eran multados hasta con 600 ducados. La Inquisición fue abolida por un Decreto firmado por la Regente María Cristina en 1834.
========
(1) La frase la leí hace tiempo en un texto del que no recuerdo el nombre del autor, y lo siento.
(2) Tomás de Torquemada, prior del Convento segoviano de Santa Cruz (1474), fue, a su vez, presidente del Tribunal de Segovia (tenía como sede la conocida ‘Casa de las Cadenas’, junto al arco de San Juan) e Inquisidor General del Tribunal de Castilla y Aragón (1483).
