Durante toda la etapa de México, fui consciente del error que suponía vivir en una constante aunque, en ocasiones, inevitable, dinámica comparativa. Incluso, cuando esta surgía dentro del contexto de alguno de los debates del Café Guardatiempos, procuraba ser reservado, aunque allí, siempre sucediesen entre amigos, de manera espontanea, saludable y como no podía ser de otra manera, de forma didáctica.
En una de las ocasiones, teniendo en cuenta las inercias políticas y las peculiaridades de índole costumbrista de nuestros respectivos países, debatíamos al respecto de cuál de ellos, era el escenario de las mayores incoherencias y por lo tanto, propicio para situaciones inverosímiles o surrealistas.
Aunque yo me afanase en poner ejemplos como ‘la okupación’, el impuesto al sol o la antinatural tendencia cainita, en seguida, estos eran rebatidos con una historia muy socorrida que me dejaba sin argumentos. Les cuento:
Mientras España se sumía, una vez más, en un sangriento episodio fratricida, André Breton, el mayor de los surrealistas, viajaba a México y de la mano de Diego Rivera, conocía a la que, anticipándose en el tiempo y desde el otro lado del océano, pudo haberse considerado perfectamente, como la ‘Gauche Divine’ local. Durante aquella visita, Bretón fue presentado a figuras de relevancia internacional como León Trotsky y a personajes de gran peso social y político como Dolores Olmedo y lógicamente, a su admirada Frida Kahlo. Además, es bastante probable que también conociese, aunque no necesariamente, a algunos de aquellos que al igual que su anfitrión, fueron grandes muralistas de ideología, como el mismísimo Siqueiros, conocido pintor, militante del Partido Comunista y que, al poco tiempo, perpetraría el primero de los intentos de asesinato de Trotsky en México.
Sin embargo, de aquel periplo mexicano del francés, lo que nos quedó en la memoria del común, fue un hecho de marcada forja imaginativa, a raíz del cual, Los Estados Unidos Mexicanos pasarían a encabezar, para él, el ranking de países surrealistas.
Al parecer y siempre según el anecdotario popular, André Bretón, no sé si por las expectativas de prolongar la estancia por la capital del país norteamericano, decidió supervisar la idoneidad y el confort de algún objeto de uso frecuente, en sus quehaceres cotidianos. En esta ocasión, realizó el boceto de una silla y la elaboración de la misma, se la encomendó de manera encarecida, a un renombrado artesano de la ciudad.
El afamado carpintero se aplicó en su cometido y no sin dificultad y en un tiempo relativamente moderado, entregó una silla con un ensamblado firme y un exquisito labrado. Ahí estaba la silla, con sus cuatro patas irregulares, materializando de forma tridimensional y con un resultado inesperadamente surrealista, su boceto ‘hiperrealista’ de la silla dibujada en ‘perspectiva’. A la vista del resultado, Bretón, irónicamente, debió pensar en una mala jugada del karma, observando como resultado, una silla carente de estabilidad, al ser, absolutamente, fiel al dibujo entregado.
Desde mi punto de vista, México y España, para lo bueno y cada vez con más frecuencia, para lo malo, no sólo comparten idiosincrasia, además, se incrementan los parecidos y ambos mantienen una peculiar capacidad de ejecutar lo inverosímil, rallando el surrealismo, incluso, llegando a concretar verdaderos paralelismos en muchísimas cuestiones y como no podía ser de otra manera, también, en lo concerniente a la inestabilidad de alguna que otra silla. Aunque en el caso de España, esta sea metafórica y de una mayor trascendencia política.
Ya se imaginarán, que hablamos de una silla de Estado con la que nuestros políticos se empecinan. Una silla que, independientemente del candidato y visto el panorama de hoy en día, se mostrará inconsistente o de imposible expectativa y al igual que la del surrealista, sería absolutamente inestable, coja e inútil para su legítimo cometido. En todo caso, sí serviría, de manera eficiente, a los objetivos de interés ‘personal’ en detrimento de ‘los generales’ o será capaz de satisfacer delirios espurios y fantasías oníricas de aquellos que, detrás de una presunta estabilidad, en su papel de calzos, para sus patas irregulares, someterían la gobernabilidad del Reino con su machacante empeño por destruirlo ¿Hay algo más surrealista que eso? Seguramente el permitirlo pero, qué quieren que les diga, si a la vista de lo votado, puede que la realidad absoluta no exista y que, como con la silla de Bretón, todo sea una cuestión de perspectiva.
