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Los veranos en el espinar

por Arancha G. Herranz
22 de julio de 2023
en Tribuna
Arancha G. Herranz
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Sin pagar, ni pedir perdón

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Con el cierre emocionado de un FEMUKA exitoso, y en expansión, seguimos recordando y homenajeando a uno de sus precursores, Juan María Chuso, rodeados de naturaleza y acompañados por los amigos de su Puntillo Canalla y las canciones imperecederas de la querida Tuna de Magisterio de Segovia, con temperaturas más que veraniegas, haciendo posible que el festival luciera su mejor semblante durante el último fin de semana del mes de junio. Participando con cada gesto y haciendo que cobre más fuerza que nunca ese “El Espinar, va por ti”.

Y es que en poco tiempo hemos dicho adiós a varios vecinos espinariegos que han dejado una profunda huella en todos nosotros, por diferentes motivos, personas que se fueron antes de tiempo, y a las que nos quedaron tantas y tantas cosas que decirles.

Cada verano se vive de una manera distinta y se recuerda de otra muy diferente con el paso de los años. Ha llovido mucho desde que me topé con aquella frase de Valle Inclán en mi verano de Selectividad (ahora llamada EBAU), “las cosas no son como las vemos o vivimos sino como las recordamos”, y es que a veces, volveríamos a los años mozos, como dirían nuestras abuelas, aunque tuviéramos que revertir el peaje de vuelta, renunciando a los avances conseguidos y velando la hoja de las decepciones. Unos años en los que el verano se componía de largas e intensas jornadas en la calle sin otras preocupaciones que las de organizarse con el horario para subir en bici hasta Las Barrancas o cuántas chuletas había que comprar antes de encaminarse hacia La Panera.

Los largos e intensos veranos en El Espinar y en San Rafael se pasaban volando, y es que eran todo menos aburridos, y eso sí, no había ninguno igual a otro.

Corrían los años 90 y llegado el mes de junio, cuando el sol de la capital convertía el asfalto en una sartén generando espejismos sin arbustos y la maquinaria del veraneo arrancaba preparando los bártulos de temporada en medio un calor sofocante sin aire acondicionado y con la algarabía propia de una familia de las de antes. Con los quehaceres atendidos y una casa con atuendo de mudanza nos disponíamos a abandonar los calores madrileños poniendo rumbo hacia la sierra segoviana, a modo de salvoconducto ante las temperaturas tan elevadas que impedían el descanso y bienestar durante los dos meses más sofocantes de todo el año.

Entrado ya el mes de julio la colonia de veraneantes culminaba su particular desembarco en el municipio de El Espinar, en diferentes modalidades dentro de las posibilidades de cada cual. Se trataba de fugarse de la fogata aniquiladora de las zonas urbanas, sustituyéndolo por el fresco y reconstituyente aire de la sierra, una vez superada la frontera geográfica y climática del Alto del León. Una algarabía incontrolada de forasteros se dejaba ver por las calles principales del pueblo, proliferando los saludos con vecinos y amigos de otros años, síntomas más que evidentes con los que el verano quedaba inaugurado. Algunos eran viejos conocidos, que ostentaban una casa o piso en propiedad en el mejor de los casos, otros optaban por el alquiler para los meses estivales o por año completo.

Sin embargo, a medida que caía la tarde y entraba la noche el termómetro acentuaba la diferencia térmica entre el día y la noche serrana. Una bajada de temperatura que había que combatir con algún complemento de entretiempo que se añadía a la indumentaria veraniega de esa franja horaria, con tal de garantizar un final de paseo o tertulia sin contratiempos.

Dos núcleos poblacionales compitiendo históricamente por la legión de veraneantes, la cual ha ido transformándose sustancialmente, dando acceso a las clases más populares, con un patrón similar en muchos pueblos de la sierra segoviana que ya habían acusado cierta metamorfosis en su entorno natural, a cambio de aceptar contribuciones de lobbys urbanísticos e imposiciones ministeriales para el fomento de infraestructuras invasoras dejando a su paso deforestación y daños paisajísticos irrecuperables.

Atrás quedaban, aún recientes en la memoria de muchos, el veraneo de una burguesía adinerada, de marqueses, intelectuales, gente de la farándula y políticos destacados de la transición, alojados en villas y casonas con su personal de servicio, hoy olvidadas, algunas decrépitas por el paso del tiempo sin herederos preocupados de su ilustre pasado en la historia del municipio, emblemas del señorío pudiente de un San Rafael de moral confesional católico, elegido por la clase acomodada madrileña para refugiarse y refrescarse en los bosques de pinos a los pies de Cabeza Reina.

Nada es tan urgente cuando la vida se desvanece entre las prisas por alcanzar no se sabe qué objetivos, sin disfrutar del camino. Aquellos veranos de edades tempranas, cuando la vida era más sencilla, marcarían a toda una generación despidiendo el final del verano con esa canción del duo dinámico y alguna que otra lágrima, e imaginando durante todo el invierno como sería el verano siguiente.

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