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Marineros y capitanes del cine

por Sergio Casado
23 de julio de 2023
en Segovia
Mediterraneo.

Mediterraneo.

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El desaparecido Antonio Gasset recomendaba cine ante el insomnio.   Lo hacía con buen humor en su programa de Días de Cine.   Me gusta recordarle.  Me gusta pensar en él, en sus apariciones hablando de cine en Televisión Española, en sus apariciones como joven actor aficionado, como en la película “Hándicap”.   Yo ahora uso el cine para otro tipo de insomnio, el desánimo, el abatimiento; es una medicina cuando los nuestros están lejos.  Ese cine que es infinito, que nos abruma, me trae una imagen del océano, de la luz, de los horizontes en los que divisamos un barco pequeñito, que al momento desaparece.

1492
1492.

He vuelto a ver “1492”, la vieja película de Ridley Scott, absolutamente olvidada.  Me preguntaba que me iba a encontrar, pero como la película había volado de mi memoria, pensé que al menos vería con el catalejo durante un buen rato al gigantesco Gerard Depardieu, su presencia.  Era reencontrarme con Depardieu y Scott, pero sobre todo era volver a navegar con el capitán Cristóbal Colón.   La Pinta, la Niña y la Santa María navegan bajo el poderoso influjo del gran Vangelis, hacia la eternidad.  “Un soñador”, así definen a Colón durante la película.  Todo fue un sueño, aquel de un visionario.  No sabemos si realmente lo fue o no, pero estamos en una película, en el cine.  ¡A quién le importa que no sea absolutamente fiel a la realidad!  ¿Cuál es la realidad?   Colón viaja y viaja y viaja por los mares.  Nos gustaría estar en su barco, en su ruta.  ¡Qué aventura!

No importa acabar en prisión, porque el viaje continuará, porque el sueño triunfa en el cine.  La película es sólo el puerto de partida, el puerto de Palos.  Embarquemos cerrando los ojos.

Me planteo este escrito como una pequeña aventura.  En ella, entre mis papeles, encuentro  unas líneas escritas por Edgar Cosborn, tituladas “El camino de los barcos”.   El texto dice lo siguiente: “La vida de los hombres no discurre por senderos acotados ni por caminos de hierro que trazados de antemano te acercan linealmente hasta el final.  Al contrario, crece por vastas llanuras sin huellas visibles, donde habita la calma y las tormentas, los peligros y la monotonía.  Así avanzas y retrocedes, divagas y rodeas a medida que te acercas a tu destino.  Si algo se asemeja al discurrir de la vida, es el camino de los barcos de vela en el mar”.

El destino del Colón – Depardieu – Scott es el de una isla, la que visitamos escribiendo esto.   Ya es suficiente razón para seguir escribiendo, buscando algo, no sé el qué.   Escribo y escribo en El Adelantado intentando averiguar algo, encontrar algo.  De nuevo no sé el qué.   Persigo mi propio Moby Dick, mi ballena blanca, fantasmagórica.  Secretamente confío en inspirar a algún lector, invitar a algún lector que dejó lejos sus películas, escondidas en un cofre.  Ojalá busque la llave y lo abra.

Me acerco a mis libros.  Ahí cerca está ese “Moby Dick” de Herman Melville.   Lo abro y busco algunas notas o citas que marqué en el pasado, buscando encontrar puertos de amarre.   Me fijo en uno de esos fragmentos del viaje: “Si este mundo fuera una llanura infinita y navegando hacia el este pudiéramos alcanzar siempre nuevas distancias y descubrir visiones más dulces y extrañas que ningunas Cícladas o islas del Rey Salomón, entonces habría promesa en el viaje.  Pero en la persecución de esos misterios de que soñamos, o en el acoso atormentado de ese fantasma demoníaco que, una vez u otra, nada ante todo corazón humano, lo uno o lo otro, en tal seguimiento por este globo redondo, o nos lleva a laberintos yermos o nos deja sumergidos a medio camino”.

El capitán Achab – Gregory Peck  de “Moby Dick” fue en el cine capitaneado por John Huston.   ¡Caña a barlovento! ¡A dar la vuelta al mundo!  La imaginación de Melville se vuelve una nueva ilusión en el cine, en ese Gregory Peck.

Me gusta pensar en los cineastas como en marinos, en capitanes.   Capitán director, armador productor.  Y todo tipo de oficios: actores, actrices, fotógrafos, eléctricos, figurantes…   Todos cuentan, como en un barco cuenta el marinero o el timonel o el contramaestre.   Y vemos cineastas enjutos, barbudos, tostados por el sol.  Otros barrigones bribones, piratas que buscan atrapar las películas en sus redes sueño.   De todo encontramos en los mares.  Y también quien escribe sobre sus aventuras, sobre sus viajes, a veces sin nunca haberles conocido, viviendo quizá cien años más tarde.

Ando por el laberinto yermo del escrito de Edgar Cosborn.   Y somos también a veces barcos que pasan en la noche, sin saludarse ni conocerse.  Es el destino que tenemos según Fernando Pessoa.

¡Otra película!

Hay “Capitanes intrépidos” de Victor Fleming, con un niño que aprenderá otra vida rescatado por Spencer Tracy.  1937.   El océano de entonces y el de los “Hombres intrépidos” (“The long voyage home”) de John Ford en 1940.  Unos marineros en la soledad de un barco sin armas para defenderse de los enemigos que lo acechan.  Su valentía se ve acompañada de un destino inquietante.  Es una película maravillosa.

master and commander
Master and commander.

El viento a favor entre mis favoritas es el de “Master and commander” de Peter Weir, porque no perdemos la oportunidad de viajar en el tiempo hacia atrás, hacia los barcos de vela.  Un barco fantasma está a punto de echar a pique el barco de nuestros héroes.   Es cogido de improviso.  Los cañones del fantasma nos desmantelan, pero aparece una niebla misteriosa, quizá el puro azar, no lo sabemos.  En la niebla nos ocultamos y decidimos hacer los arreglos del barco para perseguir al fantasma.   Pero el fantasma puede aparecer en cualquier parte; el capitán Russell Crowe es ambicioso y obstinado.  Busca esa película lector, pocas veces el cine ha viajado tan bien en el tiempo.  Esta película es puro sueño, violín y falso ballenero.

Igual que Joshua Slocum fue el primero en dar la vuelta al mundo en solitario, el más megalómano de los cineastas megalómanos, James Cameron, es un hombre obsesionado con el mar, hasta el punto de descender solo en un pequeño minisubmarino a la fosa de las Marianas, once mil metros de profundidad.  Capitán Cameron: «una fantasía mayor que ser explorador y ver lo que ningún ojo humano había visto antes».  Cameron y el agua son relaciones obsesivas, con el cineasta creador del mundo “Avatar” y del artefacto “Titanic” (1997), con Leonardo DiCaprio y Kate Winslet buscando escapar de un mundo opresivo, en el que es posible la euforia y también la desesperación.   El mar es quizá el protagonista, no el barco.   El mar es el protagonista porque la realidad es ese barco sumergido durante décadas en el océano.   El resto es ficción.

Quizá la mejor de las películas del megalómano es “Abyss” (1989).  Una plataforma submarina, una inquietante cabeza nuclear y un militar desquiciado por la presión.  Nuestros héroes viven lo inimaginable, y como Cameron en la realidad, tendrán que descender a la fosa de ficción, al viaje del que posiblemente no hay regreso.  ¿Hay resurrección posible para el hombre?  ¿Hay algo más allá de nuestra imaginación, algo inexplicable?

La película es emocionante, vibrante.   El mar lo es todo.  Es el viaje, y el viaje que puede ser a los confines, y ya lo escribió Stevenson: “Los que viajan a los confines, ya nunca vuelven”.

El profesor Aronnax es Paul Lukas, y su ayudante Conseil es Peter Lorre.  Ned Land es Kirk Douglas.   Y la mayor aventura es “Veinte mil leguas de viaje submarino”, de Julio Verne, en versión Richard Fleischer (1954).   Se sumerge el Nautilus, misterioso submarino capitaneado por Nemo (James Mason), un hombre secreto.  Quedaremos atrapados por la aventura, tal y como sucede cuando el Nautilus queda atrapado por un impenetrable muro de hielo:

“El capitán Nemo salió, y bien pronto advertí, por los silbidos, que el agua se introducía en los depósitos./  El Nautilus descendió con lentitud, y descansó sobre el fondo de hielo a la profundidad de trescientos cincuenta metros./  -Amigos míos -dije-, la situación es grave, pero cuento con vuestro valor y energía”.

No nos dejemos derrotar, nos dicen Nemo y sus pasajeros.  Valor y energía en el mar, en ese infinito, valor que Robert Redford en solitario se impone a sí mismo en una situación que va tornando en desesperada (“Cuando todo está perdido”), o en la del joven Piscine en “La vida de Pi”.   Tras un naufragio, el joven Pi se encontrará en la increíble situación de tener que compartir un bote salvavidas con un tigre, Richard Parker.  Es deliciosa y sencilla la película del todoterreno y estupendo cineasta Ang Lee.

De repente me detengo en la escritura de estas pocas películas entre tantas en las que el mar es protagonista en el cine.  Vuelvo a mi Joshua Slocum.  Debí comprar mi ejemplar de “A bordo del Spray” en alguna feria de libro antiguo por muy poco dinero.  Es una edición de la colección Austral (búscalo, lector).   Ahora lo rescato por un instante: “Leí los nombres de otros muchos barcos.  Copié algunos de ellos en mi diario.  Había otros que eran ilegibles.  Muchas de las cruces estaban carcomidas y caídas… y faltaban otras.  El aire se hallaba sobrecargado de tristeza, y para arrancar de mí aquella sensación deprimente, volví a bordo con ánimo de distraer el curso de mis ideas absorbiéndome en los pormenores de mi viaje”.

Todos somos barcos, somos el timonel de nuestras vidas.  Pienso en amigos desaparecidos o lejanos, me siento como Slocum, pensando en el olvido permanente que nos acecha, en nuestros viajes, vendavales, tesoros escondidos al estilo Stevenson.

Hay que embarcarse de inmediato y dejar puerto.

tiburon
Tiburón.

Y si hay tiburones, a cazarlos como sea, como Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss en “Tiburón” (1975).  Ten cuidado, porque para ir a cazar semejante monstruo quizá necesites un barco más grande.  Hay tiburones que se lo tragan todo en esta vida.

¡Necesitamos arponeros!

Necesitamos a “El hidalgo de los mares” de Walsh, o dejarnos atrapar por la lucha de poder dentro de un submarino.  Son los todopoderosos Denzel Washington y Gene Hackman en “Marea Roja”.

Si hay que construir el barco, la barca, el submarino o la balsa, se construye.  El hombre solo, aislado, sin nadie con quien hablar, tendrá que construirse no sólo una barca para escapar de una isla desierta, sino que tendrá que construirse un amigo.   Es Tom Hanks “Náufrago”.

Parece que estoy de broma con esta lista, y para ponerme en mi sitio se me acerca una película española, “Mediterráneo”, de 2021 (de Marcel Barrena).   Nos olvidamos de Simbad el Marino de Ray Harryhausen (lo siento, Ray)  porque la actualidad apremia.   Es la actualidad de 2021, 2022, 2023 y de los que seguirán, porque no aprendemos nunca, porque simple y llanamente damos la espalda.

En la película de Marcel Barrena están nuestros estupendos actores, que muchas veces son despreciados por los que piensan que el cine español no merece la pena.  Aquí nos encontramos con Eduard Fernández, Anna Castillo, Dani Rovira y Sergi López.

La foto fue intensa, aparentemente invencible.  A eso no podríamos darle la espalda.  ¿O sí? Dos socorristas viajan a Lesbos (Grecia) por esa fotografía de un niño ahogado.  Esta es la historia de las pateras, nuestra historia cotidiana.  La cuestión a la que se llega es si debemos salvarlos o no.  A eso hemos llegado.  Esa es Europa.  Y si se les acoge ¿qué hacer con ellos?   Bueno, ya llegara el otoño y el invierno y todo se enfriará y nos olvidaremos hasta el año siguiente, porque no hay bastantes “Open Arms”.   No hay brazos abiertos.  Somos nosotros.

Ese es el cine de los mares, el de dar la espalda a los marinos, a los cineastas.  Porque ellos también son cineastas, porque tienen sueños.  Nosotros nos hemos convertido en cretinos, y pagaremos por ello.  Antes o después pagaremos por ello.

Me despido, lectores, hasta el próximo viaje, hasta el próximo puerto.   Decidan ustedes en que barco embarcan, que barco son.

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