El pasado 12 de julio, el pleno del Parlamento Europeo aprobó por un estrecho margen de 6 votos, la tramitación de la llamada ‘Ley de Restauración de la Naturaleza’ (LRN). El título declara la intención de socorrer aquellos espacios terrestres y marinos amenazados por el cambio climático. Un ambicioso y atrevido proyecto impulsado por la presidenta de la Comisión Úrsula von der Leyen. La aristócrata e incansable activista climática disfruta de su cargo gracias al apoyo de los Verdes (die Grünen), poderoso grupo político alemán. De conseguir su aprobación la LRN vendría a completar la titánica hazaña de detener el calentamiento global, que predican Greta Thunberg y sus acólitos de la religión climática. A primera vista, rehabilitar la naturaleza y evitar la supuesta muerte del planeta, rebasa las fuerzas humanas. Más parece un trabajo de cíclopes mitológicos. Pero a estas alturas, los resultados arrojan el fracaso del enfriamiento térmico. Los pesimistas vaticinios del magnate Al Gore no se han cumplido, afortunadamente, aunque consiguió entretener a millones de videntes con su reportaje ‘Una verdad incómoda’. Pero no hay optimismo entre los apóstoles del cambio climático. Incluso los activistas sin escrúpulos de Greenpeace se ven obligados a escalar a la Puerta de Alcalá, poniendo en peligro la integridad del monumento madrileño, para manifestar su irritación. No lo harán gratis, claro.
La cuestión se ha de abordar con más sosiego y seriedad. Así lo hace John Clauser, premio Nobel de Física en 2022, que señala lo siguiente: “La narrativa dominante sobre el cambio climático refleja una peligrosa corrupción de la ciencia que amenaza la economía mundial y el bienestar de millones de personas (…) Mi opinión es que no hay crisis climática. Sí existe, en cambio, el problema muy real de proporcionar un nivel de vida decente a una gran parte de la humanidad y una crisis energética relacionada. Este problema se ve exacerbado innecesariamente por lo que es una ciencia del clima incorrecta”. Esto es efectivamente, lo que está en juego: el bien de los seres humanos que podrían mejorar su situación vital, con la ayuda que recibirían invirtiendo las ingentes sumas que se malgastan en torno a un problema ficticio, del que se benefician los políticos subiendo impuestos con la excusa de combatir la pretendida catástrofe. Este mismo esquema se repite ahora ante la supuesta amenaza que se cierne en Europa según la mencionada ‘Ley de Restauración de la Naturaleza’.
Los eurócratas de Bruselas trabajan en sus cómodos despachos, sin contar con los implicados o sea los que serán perjudicados. Tampoco desvelan (si es que existen) esos espacios naturales devastados, que han de ser rehabilitados. Olvidan que la naturaleza es un sistema dinámico en constante cambio, que durante milenios el ser humano ha sabido explotar con respeto, por su beneficio (propio y del entorno). Y que las grandes transformaciones geológicas imprevisibles se producen de modo natural. (Recordemos las últimas erupciones volcánicas en Canarias). Pero sin la información debida, los ciudadanos de la Unión Europea serán sometidos a los dictados de los organismos de la UE. Se verán perjudicados los propietarios de cultivos, los mismos gobiernos de los países miembros que deberán doblegarse a las normativas cuasi feudales que emanen de la ley. Esta intromisión legislativa de la UE representa un hurto de la propiedad a los trabajadores del sector agrario y ganadero y en definitiva a todos los ciudadanos como consumidores de sus productos (véase El Adelantado 14/07/2023 ‘Agricultura y políticos a pedales’).
Es oportuno preguntarse ¿con qué datos científicos e investigaciones cuentan los eurócratas europeos? ¿Esas mentes prodigiosas se han informado debidamente? ¿Por qué no han dado a conocer públicamente sus hallazgos científicos? Se dice que han recurrido a inciertas tendencias sociales concebidas por los citados Verdes alemanes. Hablan del Pacto Verde Europeo, que se nutre de estimaciones hábilmente cocinadas en factorías de encuestas recabadas por estudios demoscópicos de dudoso valor real. A pesar de todo, la burocracia cumple órdenes y como en una cadena de montaje, sigue el proceso y se desarrollan las normativas que llegarán al BOE. Entonces, -si nadie lo remedia- la LRN comenzará a hacer estragos, siguiendo el programa implacable ideado en Bruselas.
Tratan de suplantar el dinamismo propio de la naturaleza junto con el quehacer rural, para imponer normativas estériles o perjudiciales. La Ley en trámite, que promueven los Verdes y otros grupos de izquierda, no trata en realidad de proteger a la naturaleza, sino de aplicar una ley que acabará arruinando la producción agrícola con la excusa de la biodiversidad. Una coartada propiciada por plutócratas socialistas contra los trabajadores del campo. Aquellos que viven en contacto con la naturaleza que les sustenta. Los que cultivan la tierra y la protegen de quienes sólo les interesa los ecosistemas terrestres para vigilar la biodiversidad, según dictan los algoritmos de ordenador. ¿Protegen a los insectos y persiguen a los seres humanos?
A estas alturas no es de esperar una defensa efectiva de quienes, con entusiasmo, han decidido secundar la política climática de la presidenta de la Comisión. Además la confección del texto de la citada ley se atribuye a un socialista español, bajo el mandato del presidente saliente, Sánchez. Aún así, con el nuevo gobierno, es de esperar una perspectiva más favorable para la vida rural y para la propiedad, que defienda la naturaleza sin arruinar la agricultura.
