Hace ya unos días, coincidiendo con el solsticio de verano, se celebró, en la sede de nuestra Universidad, un “acto de reconocimiento a docentes de la renovación pedagógica en Segovia en el primer tercio del siglo XX”. Sólo un motivo tiene el poder suficiente como para impedirme estar presente en un acto como ese: me encontraba dando clase. A pesar de ello, cuento con la gracia de la capacidad de mi consorte de saber transmitirme lo que allí se dijo y lo que allí se calló porque, el silencio es el mejor guardián de la memoria. Esa memoria es sólo nuestra y por lo tanto, no puede venir ningún gobierno a recordárnosla ni a imponérnosla. Muchos de aquellos maestros entregaron su vida en el fuego sacrificial de la enseñanza, en beneficio de cuantos estamos aquí ahora. Y es que, ese silencio que guardaron durante toda su vida nuestros padres (los hijos de aquellos maestros fusilados), retumbaba en la sala a un volumen ensordecedor. El sonido de las respiraciones de los asistentes componía una armoniosa melodía afinada en la frecuencia del respeto y del agradecimiento. Como homenaje, aquellos héroes tienen hoy colgada su fotografía y una pequeña nota bibliográfica a la puerta de alguna de las aulas de la Universidad.
En aquel tiempo, no tan lejano, hace apenas cien años, un grupo de docentes pusieron “patas arriba” el sistema pedagógico machacón y autoritario que había venido imperando en España a lo largo de su dilatada y fascinante historia. Pusieron en marcha una organización escolar “amoldada al niño, en lugar de al sistema, basada en sus tendencias naturales, alejada de mecanismos innecesarios, memorísticos y aburridos que no despiertan en él interés alguno y apoyada en la idea de que la sociedad es, ante todo, una comunidad de trabajo en la que cada individuo tiene una función a realizar en razón de los dones y talentos con los que cada uno cuenta” (Fuencisla Moreno. ‘Memoria’. 1928). Toda esta actividad era llevada a cabo dentro del ambiente real, en relación a la situación social y ambiental particular de cada alumno. El resultado era evidente: la formación de personas sabias, valientes, independientes y libres. A aquellos maestros y maestras no se les ponía nada ni nadie por delante, porque lo habían entregado todo al libre ejercicio de la enseñanza y, quien todo lo ha dado, no tiene nada que perder.
El advenimiento de la dictadora estableció, como pilar fundamental de su subsistencia, la creación de súbditos moldeados desde la infancia a través de una enseñanza manipuladora, tanto desde el fondo de las ideas, como desde la forma del pensamiento. Y, como arma fundamental para llevar a cabo esta propuesta, se inició un proceso de depuración dirigido en un primer momento por José María Pemán, en el que muchos de aquellos docentes terminaron en el paredón de fusilamiento. Mi abuelo, Ángel Gracia Morales, fue uno de aquellos Maestros represaliados.
Pero, no se sorprenda el lector. Este método de manipulación se viene llevando a cabo desde que el ser es humano. Simplemente varía la técnica utilizada. Actualmente el maestro enseña lo que se le dice y se le obliga a utilizar la mayor parte de su tiempo, en lugar de en instruir, en redactar interminables programaciones teñidas de la ideología dictaminada desde entidades supranacionales que se diluyen en el anonimato.
Conozco a muchos pedagogos, historiadores, filólogos, etc., que, cuando les pregunto el motivo por el que continúan en la escuela y no han pasado al instituto o a la universidad, me responden: “Muy sencillo; porque yo he nacido en la forma humana de maestro”. Y es que, el Maestro, es la encarnación individual del principio cósmico y universal de la enseñanza de lo real. Un Maestro no es aquel que ha aprobado las asignaturas del magisterio, sino quien ama a sus alumnos tanto como a sí mismo y actúa como espejo para que sus discípulos se reconozcan a sí mismos. Si somos capaces de parar, cerrar los ojos y recordar un instante, sin lugar a dudas, aparecerá en nuestra memoria la figura de aquel Maestro, de aquella Maestra, que cambió nuestra vida para siempre.
Parece mentira que no nos estemos dando cuenta del robo sibilino que se está llevando a cabo de los principios fundamentales de nuestra esencia. Desde la postura del descrédito, se está dilapidando uno de estos principios básicos, como es la figura del Maestro. Existe una gran diferencia entre el profesor y el Maestro. El primero, enseña un conocimiento externo que nos resulta útil para manejarnos en el mundo; el segundo, nos muestra quiénes somos en realidad. Y sólo cuando alguien sabe quién es, dispone del discernimiento necesario para reconocer a un Maestro en el padre, en la madre, en la esposa o en el amigo, incluso en el sol, la luna o las estrellas. Porque la Gran Enseñanza está contenida en cada detalle, en cada instante. Y eso sólo lo puede enseñar un Maestro. Una vida sin este conocimiento primordial es una simple pérdida de tiempo.
El pasado tres de julio se celebró en toda la India, la festividad de la luna llena del Maestro. Allí lo llaman ‘Guru purnima’. Ese día, millones de personas se desplazan decenas o cientos de kilómetros para poder estar un instante en su presencia y presentarle sus respetos. Posiblemente, el agradecimiento sea una de esas virtudes que a alguien le interesa borrar de nuestra memoria, porque, esa sencilla acción de agradecer, tiene la fuerza de concedernos el don de la felicidad y eso, al igual que el conocimiento de uno mismo, confiere al individuo el poder de la libertad.
Por todo ello, a todos mis Maestros, salutaciones.
