¡Noticia! ¡Noticia! ¡Ha llegado el tren de la emoción!
¿Noticia? La literatura siempre mintiendo, aunque sea en género periodístico. Mujer: mintiendo, mintiendo… Depende cómo te expliques. Ahí voy, a la literatura.
Paco del Caño es un ciudadano distinguible que se va haciendo acreedor a un nombramiento para que figure en un algo su ya condición de ciudadano distinguido, sea hijo adoptivo, académico de San Quirce o por ahí seguido. Porque Paco insiste y resiste: la romería de San Marcos, los micrófonos de San Quirce, la revista Plaza Mayor, Los Corralillos, los Sanfermines… y eso que yo no soy de los más enterados. Es el caso que, para mayor abundamiento, lleva once años organizando el tren de la emoción. Hoy me he dicho: voy a secundarlo.
Verdad lo del tren. Verdad lo de la emoción. El tren era el de todos los sábados a esa hora. La emoción es la que derrocha Paco del Caño y sus secuaces en todo cuanto abordan.
A la estación anónima, la del tren, digo la de toda la vida, que no tiene nombre como otras y no quiero señalar, hemos ido acudiendo distintos y diversos personajes: un cartero, un caramelero, dos guardias civiles con tricornio y escopeta o similar, una señora con mandil blanco, un pastor con ovejas (artesanías propias que luego iba regalando), un matrimonio muy bien sombrereado que conducía una silla con nieto o nieta, una señora vestida de viuda muy elegante con pamela y otra muy elegante también con collar y vestido verde, un señor con sombrero, todo de negro, dos jipis o hippies de juventud duradera, un mecánico de los de llave de tuercas en bolsillo y Paco del Caño, adornándose con maletas antiguas, chaqueta azul y gorra de factor de circulación, con su bandera roja perfectamente enrollada. La comitiva principal se completaba con una representante municipal y una pregonera. El acompañamiento con unos pocos curiosos, ociosos, mirones y supongo que etcétera como yo.
La reunión ha tomado carácter de evento cuando han aparecido los reporteros gráficos y los de la televisión. Paco del Caño en maestro de ceremonias, la pregonera, también con gorra de factor, subrayando en su discurso la emoción (trenes, infancia, barrio de la Estación) y la autoridad breve, que no es poco.
Subidos al tren la sorpresa ha sido generalizada: había que pagar. ¿Alguien pensaba ir gratis? La taquilla cerrada, la expendedora rota. Ya. Lo mismo Renfe o Adif podían también emocionarse un poco. No. La interventora se ha hecho valer y ha recaudado los 3,90 € a cada uno.
Jo con el tren de cercanías. ¡Qué diferencia! Los trenes ya no traquetean, se balancean un algo. Los cristales no vibran, las paradas son rapidísimas. Y el paisaje se derrama por las ventanillas para ser degustado con el mismo encanto de la primera vez, con su poquito de túnel, sus trincheras enrocadas y sus panorámicas desde puentes y parábolas.
En El Espinar nos esperaba un grupo de gente, alcalde y ¿jefe de estación? incluidos. Paco del Caño ha conducido al personal hacia su encuentro. De nuevo discursos, entrega de recuerdos. Algo de pan y chorizo. Pastas de parte del pastelero local. Y vuelta a casa.
Paco del Caño oficia de revisor. Tan pronto reparte pastas como se pasea con unas tijeras amenazando cabelleras y recreándose en la cabeza de un calvo, posa para las cámaras con todos los personajes y dedica unas palabras a todo el mundo. Si en vez de emociones ventilara redes sociales le llamarían influéncer.
De regreso, por la calle, alcanzo al cartero. Le pesan los años y la cartera vacía. Con la mano extendida me dice que se llama Jesús. El tren irá y vendrá. La emoción queda.
