La primera definición que da el diccionario de la memoria es la facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado. Pero Napoleón, más dado a la terminología militar, sostenía que una cabeza sin memoria es como una fortaleza sin guarnición. Por eso más vale mantener la memoria lo más lúcida posible porque, aunque es discutible que cualquier tiempo pasado fue mejor, sí conviene tener conciencia cada uno de su propio pasado. Por eso nadie debe inmiscuirse en la memoria de los demás y hay que ser respetuoso al respecto. Y esa dichosa “Memoria Histórica” y luego “Memoria Democrática” parece que tiene algunas
pretensiones con aspectos dudosamente democráticos.
Probablemente esa sea la razón por la que el historiador e hispanista estadounidense Stanley G. Payne dijo expresamente que “Oponerse a la Ley de Memoria Histórica es un deber moral, porque ni es memoria, ni es histórica”. Y quizá sea conveniente recordar aquí que Payne fue considerado un historiador progresista por la izquierda porque era contrario al franquismo y a todas las dictaduras. Pero con el tiempo, Payne se volvió más crítico con el relato de la izquierda, que según su criterio tergiversa la historia de España, así que inmediatamente fue tachado de avalista de la extrema derecha. Indudablemente Payne pensaba como Cicerón que la primera ley de la historia es que no hay que decir nada falso y que no hay que temer confesar toda la verdad.
Pues bien, los promotores del proyecto de Ley de Memoria Democrática, antes Histórica (o Histérica según como se mire), mantienen que “el olvido no es una opción en una democracia”. Pero estos mismos presuntos indocumentados, que por un lado pretenden mantener vivo el recuerdo de la guerra civil y por otro ignorar las ansias de paz y concordia que los españoles mostraron durante la Transición, mantienen paralela e incongruentemente que hay que olvidar los brutales asesinatos de ETA; y no solo eso, además, porque ellos lo han decidido así, las víctimas tienen que pasar página de una vez y para siempre. Quieran o no quieran. Por tanto no estamos ante una memoria democrática y mucho menos histórica; estamos simplemente ante una memoria selectiva en la que quien decide lo que debemos olvidar o recordar es el aprendiz de autócrata de turno. Los demás somos unos simples catetos que estamos a lo que decidan esas mentes que se creen superiores, aunque más parecen sectarias e incongruentes, y en su ofuscamiento quieren imponernos sus sombrías verdades. Va a resultar que una persona libre se puede convertir en sospechosa por el solo hecho de no pensar lo que ellos, en su delirio legislativo, deciden que es lo correcto y lo que debemos aceptar sin rechistar.
Es bien sabido que los totalitarismos entienden que el ciudadano debe limitarse a obedecer y creer lo que se le diga, y no se aceptan discrepancias al respecto. Sin embargo, yo prefiero a una persona como Claudio Sánchez-Albornoz, ministro durante la Segunda República y presidente de su Gobierno en el exilio, que en su libro “España, un enigma histórico”, invita a los españoles a reconciliarse entre sí y con su ayer. Además manifiesta que “es empresa estúpida querer volver del revés la manga del tiempo”. Por eso, algunos deberían intentar reflexionar, porque es muy imprudente que una cuadrilla de indigentes intelectuales pretenda introducir ideología en una trágica contienda donde se juntaron tres revoluciones, la religiosa, la política y la social, que como bien subraya Sánchez Albornoz, los otros pueblos de Europa padecieron sucesivamente.
Y si los defensores de esta mal llamada Memoria Democrática hubieran tenido la curiosidad de leer a Esquilo, ese gran dramaturgo griego, sabrían que la memoria es la madre de toda sabiduría. Por lo tanto no hay que engañarla, no hay que manipularla, y mucho menos tergiversarla, porque cada uno tenemos nuestra propia memoria y nadie debe imponernos nuestros recuerdos y decidir sobre ellos. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Pero lo que es impresentable es pretender manipular la historia, provocar el odio, dividir a los españoles, y además permitir que se vilipendie y desprecie a España. ¿Qué habremos hecho los españoles para que algunos que nos obligan a recordar permanentemente a Franco,
paralelamente quieran olvidar los crímenes de ETA y pretendan, por ejemplo, que nuestra enseñanza prive a los alumnos de nuestro Siglo de Oro?. Es demencial. Estas cosas pasan cuando a un gobierno le interesa más mantenerse en el poder que buscar el bien común.
Aunque ya nos avisó Alejandro Dumas que “el bien es lento porque va cuesta arriba y el mal es rápido porque va cuesta abajo”, ahora ya solo falta que Feijóo cumpla lo prometido, derogue lo que tantos consideramos un bodrio político e intelectual, y la señora Delgado añada a su curriculum de ex ministra y ex Fiscal General, el de ex fiscal de la Memoria Histórica.
Y me gustaría concluir diciendo que, aunque lo único cierto es que no hay nada cierto, posiblemente en las elecciones de julio podamos comprobar cómo la lucha de los ciudadanos contra un mal gobierno, es la lucha de la memoria contra el olvido.
