El expediente que ha incoado el Principado de Asturias para declarar a la cultura del azabache, como bien de interés cultural de carácter inmaterial, incluye una introducción histórica que explica que, las expresiones culturales tradicionales de España, tal y como han llegado a nuestros días, se empiezan a tomar forma, no en todos los casos pero sí en la mayoría, durante la segunda mitad del siglo XIX.
La burguesía de entonces, que encarna el progreso, va alcanzando el poder y se justifica asimilando la tradición con procesos de búsqueda de la identidad regional, de sus raíces, que están detrás de la definición de un “traje del país” que entonces se codifica como un sincretismo de los ropajes burgueses y de la indumentaria tradicional. No es, por lo tanto, el traje popular en estado puro. Del mismo modo, por el mecanismo de asimilación social, las clases populares remedan esos modos y los van asumiendo como propios. Si bien el traje de fallera en el Levante peninsular se codifica en el siglo XVIII, muchos de los que hoy se consideran “trajes regionales” se definen a partir del 1850 y tienen en común la incorporación de recursos propios de la indumentaria burguesa de aquel tiempo, tales como las recargadas pasamanerías, las pedrerías y otros aditamentos.
Un ejemplo que se considera significativo en el expediente es precisamente una mantilla de casco segoviana fechada hacia 1904, que lleva alrededor una franja de terciopelo y adorno de galón serpenteante de pasamanería de “azabaches”, entrecomillados realizados por la catalogadora, y que usó una niña de quince años.
La trayectoria histórica y artística del azabache en Asturias se identifica con la comarca de Les Mariñes de Villaviciosa y sus inmediaciones, donde pervivió la tradición minera hasta hace un par de décadas y donde se concentra el mayor número de artesanos que aún siguen vinculados a esa materia prima. El oficio de azabachero, hoy minoritario, elabora y comercializa básicamente dos tipos de productos: piezas tradicionales de las que generan una gran producción (por ejemplo, ciguas que se venden mayoritariamente al mercado compostelano y asturiano) y singulares piezas de joyería que salen de talleres en los que se define un estilo propio, tanto en diseño como por una elaboración distintiva e innovadora, en una línea que incorpora nuevos materiales. Ambas mantienen vigor y mercado.
Los responsables de Cultura del Principado dejan claro que al azabache se le confiere en Asturias, cultural y socialmente, un valor incontestable a lo largo de la historia. Su rareza, su color, su brillo y su inalterabilidad, así como sus supuestas propiedades, explican un aprecio que ha llegado al siglo XXI, lo que justifica la propuesta de protección patrimonial, a través de la declaración de la cultura del azabache como bien de interés cultural inmaterial.
