Las mujeres afganas son valientes. Las que deciden poner fin a su vida rociándose con gasolina y autoinmolándose deciden dar ese paso como única salida para escapar de una vida horrible, y para dejar además a sus maridos y a las familias de estos la vergüenza de su muerte. La muerte se convierte en la única esperanza en una vida sin esperanza.
Gloria Company, enfermera y cooperante catalana, lleva cuatro años trabajando para ofrecer otra clase de esperanza a muchachas y mujeres que lo han dado todo por perdido. El proyecto de esta mujer, que ayer pasó por los Encuentros con Mujeres que transforman el Mundo, en conversación con la periodista Pilar Requena, consiste en esperar a esas víctimas en el hospital de Herat y conseguir que crean que otra vida es posible.
El primer viaje de Company a Afganistán se remonta a 2002. Tras el atentando contra las torres gemelas, Estados Unidos invade Afganistán; “para mi fue una masacre contra un pueblo indefenso, que ya vivía sometido a los talibanes y que ahora veía como le bombardeaban”; empezó a colaborar con una ong catalana, dando conferencias; poco después sintió la necesidad de conocer por sí misma esa realidad de la que hablaba.
un cero Su experiencia al llegar fue la de haber aterrizado en “una cultura totalmente ajena a la nuestra, en la que los hombres cocinaban, iban a la compra, te hacían las camas… por la sencilla razón de que a las mujeres no las dejaban trabajar”. Las mujeres eran “un cero elevado a la potencia de cero, supeditadas al hombre”.
Esa situación explica cómo las familias de los maridos, y especialmente las suegras, se sienten con derecho absoluto sobre ellas. “Las madres escogen a las mujeres de sus hijos y las pagan a través de la dote, así que exigen que hagan la comida, que mantengan limpia la casa, y si no les gustan las someten a un maltrato sistemático, diario, atroz: las pegan, las humillan… llegan a un punto en el que hasta los hijos las apalean”.
En ese contexto, y al parecer tomando ejemplo de una serie de televisión, son muchas las jóvenes que deciden poner fin a su sufrimiento buscando la muerte. La asociación de Company las acoge, intenta que comprendan que no es la solución y les muestra otras salidas; desde hace años mantienen talleres para enseñar a las chicas una profesión con la que ganarse la vida. Algunas ya son profesoras en esos talleres; otras han conseguido ser abogadas o policías, y, la mayor parte, tienen oficios que les permiten mantenerse.
Para seguir adelante, las afganas echan mano de esa valentía que las llevó a mantener las escuelas clandestinas para niñas y la atención sanitaria a las mujeres durante el régimen talibán. Gloria Company solo pide que no las abandonemos, que las ayudemos a liderar el cambio en su país.
