Entiendo que hay un consenso general en que el fascismo acabó con Mussolini, el nazismo con Hitler y el comunismo en 1989 con la caída del muro de Berlín. Por cierto, un muro que se levantó para que nadie pudiera huir del paraíso comunista, ese paraíso donde ya habían experimentado aquello de “no tendrás nada y serás feliz” que nos quieren inculcar ahora con la Agenda 2030.
También es cierto que fascista o nazi son términos que hoy se utilizan con toda facilidad por parte de algunos para provocar e insultar; sin embargo, para ciertos medios decir comunista no conlleva ningún apelativo negativo.
Pero no nos engañemos: los totalitarios, tanto los unos como los otros, están en contra de todo tipo de libertad (de expresión, de pensamiento, de cátedra, de creencias…), y a la vez utilizan mucho la palabra ‘democracia’ aunque lo que pretendan es imponer el pensamiento único a todos. La democracia no consiste en que las mayorías aplasten a las minorías, ni tampoco que las minorías dominen a las mayorías. La democracia no consiste en eso que algunos consideran su hoja de ruta: dictaminar lo que es correcto y lo que no, lo que es bueno y lo que no, lo que es verdad y lo que no, cómo debemos hablar, lo que debemos pensar, lo que debemos comer, qué coche debemos comprar, y además pretenden marcarnos el camino que debemos seguir. Porque esto más parece una nueva Inquisición que un programa político. Democracia es libertad, y la libertad implica responsabilidad, por eso muchos la temen tanto.
Parece evidente que Hitler y Stalin fueron los mayores tiranos del s.XX. Hay libros que comparan a ambos genocidas y llegan a la conclusión que Stalin es responsable de la muerte de 42,5 millones de personas y que Hitler mató a 6 millones de judíos (sin olvidar que también es responsable de los más de 50 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial).
Por otra parte, el ‘Libro negro del comunismo’ publicado en 1997 y redactado por un grupo de historiadores, hizo un balance preciso y documentado apoyándose en información desclasificada de los archivos de Moscú y cifró el coste humano del comunismo en cien millones de muertos. Algo ciertamente sobrecogedor. Hay que tener en cuenta que además de la URSS están China, donde Mao exterminó a 21 millones de personas, Camboya 2,4 millones, Yugoslavia un millón, Etiopía 725.000, Rumania 435.000… Pero la Unión Soviética fue el régimen más sanguinario del s.XX donde los comunistas acabaron con la vida de 62 millones de soviéticos. De ellos, una gran parte previamente internados en campos de concentración que tan bien describió Solzhenitsyn en su libro “Archipiélago Gulag”, esa red de campos de internamiento y castigo soviéticos en los que fueron recluidos millones de personas durante la segunda mitad del s.XX. El escritor, historiador y premio Nobel ruso, Aleksandr Solzhenitsyn, que los padeció durante años, explica cómo a través del miedo, el dolor, el frío, el hambre y la muerte, el régimen totalitario acalló toda disidencia.
Con todos estos antecedentes, el 19 de septiembre de 2019 el Parlamento Europeo aprobó una resolución sobre la ‘Importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa’ que situó oficialmente al comunismo al mismo nivel que el nazismo por 535 votos a favor, 66 en contra y 52 abstenciones. Como diría Leonard Cohen, “a veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado”.
Dicha resolución consta de 21 puntos y sólo me detendré en los tres primeros dejando a la curiosidad del lector que busque y medite el resto. Sin olvidar los “considerandos” que los preceden que también tienen su interés.
El primer punto “recuerda que la U.E. se fundamenta en valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos”.
El segundo “pone de relieve que la Segunda Guerra Mundial, la guerra más devastadora de la historia de Europa, fue el resultado directo del infame Tratado de no Agresión nazi-soviético de 23 de agosto de 1939, también conocido como Pacto Molotov-Ribbentrop y sus protocolos secretos, que permitieron a dos regímenes totalitarios que compartían el objetivo de conquistar el mundo, repartirse Europa en dos zonas de influencia”.
El tercer punto “recuerda que los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones que fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad en el s.XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad; recuerda asimismo, los atroces crímenes del Holocausto perpetrado por el régimen nazi; condena en los términos mas enérgicos los actos de agresión, los crímenes contra la humanidad y las violaciones masivas de los derechos humanos perpetrados por los regímenes comunista, nazi y otros regímenes totalitarios”.
Hay más puntos interesantes en esta Resolución de 19/9/2019 cuya lectura en todo caso es muy recomendable, porque la situación española parece contradecirla ya que España es el único país de toda la U.E. que tiene un gobierno socialista y comunista. A pesar de su trascendencia, esta importantísima Resolución ha pasado desapercibida para los medios de comunicación pese a que el comparativo nazismo versus comunismo ha sido un tema de interés sumamente debatido por los historiadores desde la caída del Muro en 1989.
Coincido con Pedro Schwartz en que “vemos una deriva anticonstitucional en España que es muy preocupante y estamos ante la peligrosa erosión de la Constitución del 78 provocada por quienes buscan concentrar su poder político”. Me parece que es muy grave que se esté estigmatizando precisamente a los constitucionalistas que defienden que la Transición fue uno de los períodos más lúcidos de la historia de España y donde todos los españoles nos dimos un abrazo fraternal. Pretender ir en contra del deseo de una mayoría de ciudadanos que solo piensan en la concordia, en la libertad, en el respeto y en el entendimiento, es un acto reprobable. Y lo de Bildu es la gota que colma el vaso.
