La LXI edición de la Berlinale se rindió ayer a la película iraní Jodaeiye Nader az Simin (Nader and Simin. A Separation), de Asghar Farhadi, y le entregó su Oso de Oro, además del de Plata al conjunto de sus intérpretes, exponentes de los seres de carne y hueso que habitan el Irán de hoy.
El jurado, presidido por la actriz y directora italiana Isabella Rossellini, no se anduvo por las ramas y colmó de galardones una película que había llegado a la cita como máxima favorita a ganarlo todo. Con ello se dio, indirectamente, un último mensaje de apoyo al director iraní Jafar Panahi, miembro en ausencia del jurado del Festival que cumple condena por conspiración en su país. Más allá de esa señal de solidaridad, el premio múltiple a Farhadi estaba justificado con creces. En pocas ediciones de la cita se recordó tanta unanimidad en cuanto a la condición del favorito, tanto de la crítica como del público.
El director iraní no defraudó y se convirtió en el héroe que precisaba el evento con su lección de cómo llevar al cine seres de carne y hueso, inmersos en un Irán complejo y en dilemas morales que no difieren tanto de los que sacuden a cualquier occidental ante problemas como, por ejemplo, cómo atender a un padre con alzheimer.
El segundo gran premiado fue el húngaro Béla Tarr, con la Plata del Premio Especial del Jurado a A Torinoi Lo (The Turin Horse). Tarr era el gran veterano y se colocó asimismo de inmediato en la cabecera de las quinielas con un difícil filme en blanco y negro. El cine anfitrión obtuvo la Plata al mejor director, otorgado a Ulrich Köhler por Schlafkrankheit.
Mientras Rossellini repartía sus triunfos entre los pocos grandes nombres a competición y algún nuevo talento, el público dio el premio de la sección Panorama a También la lluvia, de la directora española Icíar Bollaín.
