Si con dieciocho años, alguien me hubiera dicho que, con una columna en el periódico y el día de la final de la Euroliga de baloncesto, iba a escribir de fútbol, no me lo hubiera creído ni con comodín. Si ya me dicen que, en vez de ver la final de baloncesto, me iba a ver el fútbol, me preguntaría si habría perdido la cabeza. Pero, casualidades de la vida, ese día se ha dado y sí, hablaré de fútbol, que es lo que toca tal día como hoy, en el que el equipo más antiguo de España viene a jugar contra el que más mola: la Gimnástica Segoviana. Me di cuenta de ello el primer partido de Liga de esta temporada contra el Atleti, que entré al estadio sin que me importara mucho si ganaba uno u otro, y salí convencido de qué lado estoy.
Y el caso es que en el partido de esta tarde puede pasar cualquier cosa, pero ver el estadio (por llamarlo de algún modo) lleno, en un partido decisivo y con indudable rentabilidad económica para el club, el día debe ser de celebración.
Lo de hoy en La Albuera es la consecuencia del trabajo bien hecho, del esfuerzo a largo plazo, desde la directiva a la cantera, pasando por el cuerpo técnico y los jugadores. Y, precisamente por eso, lo de hoy no debe ser visto como un todo o nada, sino como un paso más (importante) en el trayecto de mejora continua que el club viene experimentando desde que esta directiva entró a gestionarlo, recuerden, en una competición de difícil atractivo, sin masa social y con voces apostando por la desaparición de la entidad y su posterior refundación ante una deuda de más de 300.000 euros que hubiera dejado tirados a los acreedores de entonces.
Unos añitos después de la bendita locura de Agustín Cuenca y su equipo, ha llegado el día D… o quizás no. Si la Gimnástica pasa la eliminatoria, es posible que ese día D sea dentro de dos fines de semana. Ojalá; pero si no, esta temporada he disfrutado muchísimo.
